EL CAOS COMO ESTRATEGIA
EL DEMONIO EN EL
CORAZÓN DE OCCIDENTE
Tema polémico, prepárense. Estén advertidos: agnósticos,
ateos y progres van a tener dificultades. No es un ejercicio intelectual más.
Vamos a meter las manos en algo que incomoda. Alexander Dugin escribió
una nota que
lleva un título que, para muchos, suena escandaloso: “La civilización
occidental está poseída por demonios”. Y lo interesante es que no lo dice en
sentido metafórico. No es simbolismo. No es literatura. Lo que plantea es
concreto, lógico y brutal: hay una conciencia no humana operando detrás del
mundo occidental.
Dugin arranca con una idea que desarma cualquier confort moderno. Sostiene que la ruptura de Occidente con el cristianismo, hace quinientos años, marcó el extravío del rumbo. La Modernidad, ese tótem intocable para los iluministas, es para Dugin el origen de todos los males. Y ese es el corazón de su planteo.
Lo que hoy entendemos como racionalidad está viciado desde su base. Desde chicos nos enseñaron que solo el ser humano es racional, y que cualquier otra cosa –Dios, ángeles, demonios– es mitología, cuentos. Fuimos educados bajo un paradigma que niega lo invisible, que se burla de lo sagrado, que reduce lo espiritual a folklore.Pero eso no es lo que creen las religiones. Ni el
cristianismo, ni el islam, ni el judaísmo. Todas reconocen al menos tres tipos
de seres racionales: Dios, los ángeles y los seres humanos. Dios como el
intelecto increado y absoluto. Los ángeles como intelectos creados pero sin
cuerpo. Y los humanos como almas racionales encarnadas, limitadas por un cuerpo
que interfiere en su pensamiento. Esa es la ontología básica del mundo
espiritual. Y ahí entra el conflicto.
En algún punto, parte de los ángeles se rebeló. La tradición
cristiana los llama demonios, y en Rusia se los conoce como los besis. No es un
recurso poético. Son inteligencias reales, conscientes, con voluntad propia,
que buscan desviar, confundir y destruir. Y si uno dice que es cristiano,
entonces tiene que creer en esto. No es optativo. Si no, ¿para qué encender una
vela en Pascua o visitar un cementerio? El cristianismo no es solo una
costumbre cultural: es una cosmovisión que exige aceptar que el mal existe, que
tiene nombre, forma, estrategia.
Esto es lo que dice también Tucker Carlson, a quien Dugin
menciona. Que detrás de la actual civilización occidental no hay solo
decisiones erradas o ideologías fracasadas. Hay una conciencia no humana
operando. Una conciencia demoníaca. No hace falta recurrir a reptilianos ni
marcianos. Son los mismos demonios que describe la teología. Cuando uno ve a un
líder occidental promoviendo cambios de sexo, exaltando el materialismo,
defendiendo la evolución como dogma o el liberalismo como religión, está viendo
a alguien poseído. Así, sin vueltas. Están poseídos por ideas que no vienen de
Dios, sino de entidades que lo enfrentan.
Ahora bien, ¿esto es una posesión como en El exorcista? No.
Dugin no se refiere a trances, vómitos verdes o cabezas que giran. Habla de
posesión ideológica, de una sumisión estructural a una voluntad ajena, maligna,
que guía las políticas, los discursos, las modas y los valores del mundo
occidental. No es teatro. No es metáfora. Es influencia real. Una ideología de
género, por ejemplo, no nace del espíritu santo. Es parte de un marco mental
demoníaco que coloniza las conciencias y destruye sociedades.
Y esto no es nuevo. Es lo que siempre creyeron las
religiones. El ser humano vive en un campo de fuerzas: Dios y los ángeles lo
impulsan al bien; los demonios lo empujan al mal. ¿Qué es lo novedoso entonces?
Que Occidente rompió con esta visión. Que la modernidad barrió con la teología
y nos dejó huérfanos. Para el secularismo, todo esto es superstición. Pero para
la mayoría del mundo –sí, la mayoría del mundo, que no es Occidente– esto es
real. En África, en Medio Oriente, en Asia, en América Latina, incluso en
Rusia, se cree en la existencia del mal como ente activo. Eso da coherencia, da
sentido, da dirección.
Y ahí está la trampa. Occidente no entiende a sus
adversarios porque no entiende su lenguaje, ni su fe, ni su lógica. Para un
occidental promedio, hablar de demonios es ridículo. Para un líder iraní,
africano o ruso, es hablar de lo real. El resultado es el desarme espiritual
total. Porque sin creencia en el mal, no hay defensa. Si el mal es solo un
error psicológico o sociológico, entonces se combate con talleres, con
políticas públicas, con expertos. Pero si el mal es una entidad, una
inteligencia activa que quiere tu destrucción, entonces necesitas otra
estrategia.
Por eso, en las culturas que conservan ese marco espiritual,
hay una cohesión interna más fuerte, una identidad más clara, una capacidad de
resistencia más firme. Defienden sus tradiciones, sus valores, sus símbolos.
Rechazan las influencias externas que los quieren disolver. No están
discutiendo cuánto CO₂ emite una vaca. Están en una
guerra espiritual. Lo entienden así, lo viven así, y actúan en consecuencia.
Mientras tanto, Occidente sigue bailando sobre el Titanic.
Convencido de que lo moral es relativo, que todo es opinable, que no hay
verdades absolutas. Ese relativismo nos hace vulnerables, nos paraliza. Porque
si no hay bien ni mal, entonces todo es negocio, todo es acuerdo, todo es
diplomacia. Pero cuando enfrente tenéis actores que creen que están cumpliendo
un mandato divino, estás perdido. Porque no podéis negociar con alguien que no
busca ganancia, sino salvación.
Y ahí está el punto final. Cuando una élite occidental
decide avanzar hacia una guerra nuclear, hacia el colapso económico, hacia el
suicidio civilizatorio, sin obtener nada a cambio, sin poder explicarlo con
lógica geopolítica o económica, entonces estamos ante otra cosa. No es codicia.
No es ambición. Es destrucción deliberada. Y eso es lo que Dugin llama posesión
demoníaca. La voluntad de hacer daño, aunque eso implique la propia aniquilación.
Occidente ya no cree en el mal como voluntad inteligente.
Cree que todo se arregla con ciencia, con psicología, con ONGs. Pero el resto
del mundo sí cree en el mal. Lo ve, lo nombra y lo combate. Y eso explica por
qué las élites occidentales no entienden lo que está pasando. No entienden el
juego en el que están metidas. Y si no lo entienden, no lo pueden ganar. Porque
no se puede derrotar lo que uno se niega a ver.
La pregunta final no es solo geopolítica. Es espiritual. Si
nuestros líderes no reconocen que existe una inteligencia que guía hacia la
destrucción, ¿quién está realmente moviendo sus manos?
Marcelo Ramírez - noticiasholisticas
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