LA
FALACIA DEL PROGRESO
Las
obsesiones de los "progresistas" por el cambio no
consideran las consecuencias. El cambio es exigido por una manía o
por un slogan:
"igualdad", "democracia", "derechos
reproductivos". Incluso una palabra de precaución es condenada
como "reaccionaria", "pasada
de moda" o "fascista".
Las tradiciones, las costumbres y las creencias son consideradas tan
transitorias como la planificada caída en desuso de los
computadores. La suposición de los "positivistas" es que
la Historia es una línea recta de "progreso" desde lo
"primitivo" a lo "moderno", y que si algo o
alguien se interpone en ese camino, constituye lo que Marx, en
el Manifiesto
Comunista,
condenó vehementemente como "reaccionario".
La
presunción "positivista" era una ruptura consciente con el
pasado; su fundador, el marqués de Condorcet, era un ideólogo de la
Revolución francesa, aunque encontró su destino como muchos otros.
Marx provino del mismo molde. Bajo la influencia del mismo Zeitgeist,
el darwinismo fue aplicado a la Historia social y a la economía, y
usado para justificar otro tipo de revolución, la industrial, y los
positivistas del siglo XIX, incluyendo a los darwinistas sociales,
confidencialmente veían al siglo XIX como la culminación de todas
las sociedades hasta entonces existentes. Ese optimismo entre los más
altos círculos intelectuales fue expresado por Alfred R. Wallace,
que seguía a Darwin en importancia en la exposición de la teoría
de la evolución: "Nuestro
siglo no sólo es superior a cualquier otro anterior sino que puede
ser mejor comparado con todo el período histórico precedente. Debe
ser por lo tanto considerado como el principio de una nueva Era de
progreso humano" [1].