12.3.20

Ser ilustrado no es razón para confrontar con hostilidad la tradición transmitida

LA FALACIA DEL PROGRESO                                   

Las obsesiones de los "progresistas" por el cambio no consideran las consecuencias. El cambio es exigido por una manía o por un slogan"igualdad", "democracia""derechos reproductivos". Incluso una palabra de precaución es condenada como "reaccionaria""pasada de moda" o "fascista". Las tradiciones, las costumbres y las creencias son consideradas tan transitorias como la planificada caída en desuso de los computadores. La suposición de los "positivistas" es que la Historia es una línea recta de "progreso" desde lo "primitivo" a lo "moderno", y que si algo o alguien se interpone en ese camino, constituye lo que Marx, en el Manifiesto Comunista, condenó vehementemente como "reaccionario".

     La presunción "positivista" era una ruptura consciente con el pasado; su fundador, el marqués de Condorcet, era un ideólogo de la Revolución francesa, aunque encontró su destino como muchos otros. Marx provino del mismo molde. Bajo la influencia del mismo Zeitgeist, el darwinismo fue aplicado a la Historia social y a la economía, y usado para justificar otro tipo de revolución, la industrial, y los positivistas del siglo XIX, incluyendo a los darwinistas sociales, confidencialmente veían al siglo XIX como la culminación de todas las sociedades hasta entonces existentes. Ese optimismo entre los más altos círculos intelectuales fue expresado por Alfred R. Wallace, que seguía a Darwin en importancia en la exposición de la teoría de la evolución: "Nuestro siglo no sólo es superior a cualquier otro anterior sino que puede ser mejor comparado con todo el período histórico precedente. Debe ser por lo tanto considerado como el principio de una nueva Era de progreso humano"  [1].



     Como un recordatorio de que los siglos XX y XXI están atrapados en la misma camisa de fuerza mental del "progreso" y de que, irónicamente, las perspectivas históricas no han "progresado" más allá de las dogmáticas suposiciones de Condorcet, Marx o Wallace, académicos influyentes como Francis Fukuyama nos aseguran con la misma certeza que la democracia liberal, bajo los auspicios de Estados Unidos, no es sólo la culminación de toda la Historia hasta ahora existente sino que es igualmente aplicable a toda la gente. Además, una vez que su aplicación universal haya sido conseguida, ése será literalmente "el final de la Historia", y habrá una felicidad global mediante producción y consumo, y la estética se habrá hecho tan irrelevante que no habrá ninguna diferenciación entre J. S. Bach y la música pop [2]. Esta descripción no es una burla o sátira.

[2] Francis Fukuyama, "The End of History?", The National Interest, Nº 16, Summer 1989, pp. 3-18.

     Lo que se presupone es que el hombre, como un "animal superior", está tan separado de la Naturaleza que él puede moldearse a sí mismo en cualquier forma que desee, y que el método y el objetivo son justificados por una ideología preconcebida que aparenta ser "verdadera", ya sea el jacobinismo, el marxismo o el libre comercio. El hombre, mediante "leyes sociales", está por sobre todas las consideraciones orgánicas y ecológicas. Es erróneo por parte de los conservadores suponer que el marxismo está basado en el "medioambientalismo", considerando que la doctrina marxista declara que cambiando el medioambiente —bajo el socialismo— la naturaleza humana resulta por lo tanto cambiada. Más bien, el marxismo considera las leyes de la ecología, en tanto "biologismo", como las leyes mendelianas de la herencia, y los regímenes marxistas trataron de ponerse por encima de ambos tipos de leyes [3].

[3] K. R. Bolton, The Decline and Fall of Civilisations, Londres, 2017, pp. 121-124.

     De ahí que doctrinas que insisten en que el hombre está sujeto sólo a leyes sociales y a las leyes de la producción —es decir, las doctrinas del reduccionismo económico, sean de las variedades socialista o capitalista (ambas derivan de la misma perspectiva)— insistan en una manera extremadamente soberbia en que la Humanidad está impulsada hacia una conquista prometeica de toda la Naturaleza, y puede sin restricción imponer su voluntad sobre el universo. Lo que se requiere es un entendimiento de las leyes del progreso social que soslayan todas las otras. Qué cínico que los marxistas hayan entrado en masa en las filas de los movimientos ecológicos y "verdes" —iniciativas de la Derecha— después del fracaso marxista en hacer algún avance entre el "proletariado internacional", el cual ¡sólo existía en la imaginación de ideólogos de biblioteca!

     Las limitaciones que fueron tan condenadas por Marx como "reaccionismo", y que encuentran hoy el mismo coro de odio por parte de "progresistas" de todas las variedades, es el ancla de la tradición. Muy lejos de ser un rasgo regresivo de la personalidad, es un rasgo de madura sabiduría, que utiliza la acumulación de milenios de experiencia, epigenéticamente comunicada durante generaciones como "cultura" y "costumbres". Eso es lo que es ridiculizado por los "progresistas", quienes, en su fingido intelectualismo, han desechado, obscurecido, difamado o sepultado a aquellos que realmente procuraron entender la naturaleza del ser humano, ya sean filósofos como Martin Heidegger, Anthony Ludovici y Oswald Spengler, o científicos como el fisiólogo Alexis Carrel, el zoólogo Konrad Lorenz, el psicólogo Carl Jung o el biólogo actual Rupert Sheldrake.

Carl Jung

     Carl Jung, el padre de la Psicología analítica, estableció el punto de que la psique del hombre occidental no sigue el ritmo de su tecnología. Los niveles de nuestro inconsciente son múltiples capas, y alcanzan a la existencia primordial, y sin embargo la tecnología occidental ha saltado exponencialmente hacia adelante, dejando atrás el anclaje de la tradición en la aclamada "marcha del progreso". Jung escribió de eso:

     «Nuestras almas, así como nuestros cuerpos, están formadas de elementos individuales que estaban todos presentes ya entre nuestros antepasados. La "novedad" de la psique individual es una interminable y variada nueva combinación de componentes antiquísimos El cuerpo y el alma por lo tanto tienen un carácter intensamente histórico y no encuentran lugar en lo que es nuevo. Es decir, nuestros componentes ancestrales están sólo parcialmente en casa en cosas que acaban de nacer. Estamos ciertamente lejos de haber terminado con la Edad Media, la Antigüedad clásica y el primitivismo, como pretenden nuestras psiques modernas. Sin embargo, nos hemos sumergido en una catarata de progreso que nos empuja hacia el futuro con violencia cada vez más salvaje mientras nos saca más lejos de nuestras filas. Mientras menos entendemos lo que nuestros antepasados buscaban, menos nos entendemos a nosotros mismos, y así ayudamos con toda nuestra fuerza a despojar al individuo de sus raíces y sus instintos guiadores» [4].

[4] C. G. Jung, Memories, Dreams, Reflections, Nueva York, 1961, pp. 235-236.

     La psique se fractura al contender con una discrepancia entre milenios de experiencias ancestrales y el impacto de lo que es "moderno", que pretende descartar tal sabiduría primordial como redundante. Los individuos mentalmente fracturados crean entidades socialmente fracturadas todavía inexactamente llamadas "sociedades", con una multitud de patógenos sociales. Jung consideró que el objetivo último del individuo era la "individuación", la integración de las partes fracturadas de la psique del individuo, y más allá de eso, la integración del inconsciente colectivo de la raza y de la sociedad.

Alexis Carrel

     Alexis Carrel fue un fisiólogo laureado con el Premio Nobel. Él se apartó de la fama, seguridad y comodidad de la vida en Estados Unidos para volver a su Francia natal en un tiempo de necesidad, para trabajar durante la guerra con el régimen Nacional Revolucionario del mariscal Petain. Carrel también estuvo preocupado por la degeneración y la fractura del "hombre moderno" causadas por el progresismo. En su muy vendido libro de 1935 "L'Homme, Cet Unconnu" (El Hombre un Desconocido), Carrel abordó estos problemas:

     "Los hombres no pueden hoy seguir la civilización moderna de acuerdo al curso actual de ella, porque están degenerando. Fascinados con la belleza de las ciencias de la materia inerte, no han entendido que su cuerpo y su conciencia están sujetos a leyes naturales, más obscuras que, pero tan inexorables como, las leyes del mundo sideral. Ni tampoco han entendido que no pueden transgredir esas leyes sin ser castigados.

     "Ellos deben aprender, por lo tanto, las relaciones necesarias del universo cósmico, de sus prójimos, y de sus identidades interiores, y también las de sus tejidos y su mente. En efecto, el hombre está sobre todas las cosas. Si él degenera, la belleza de la civilización, e incluso la grandeza del universo físico, desaparecerían... La atención de la Humanidad debe apartarse de las máquinas y del mundo de la materia inanimada y volverse hacia el cuerpo y el espíritu del hombre, hacia los procesos fisiológicos y espirituales sin los cuales las máquinas y el universo de Newton y Einstein no existirían" [5].

[5] Alexis Carrel, Man the Unknown, Nueva York, 1939, Prefacio.

     Carrel, al igual que Jung, no era un materialista; él consideraba el "alma" como importante, aunque todavía no fuese entendida por la ciencia. La ciencia ha resuelto muy pocas de las grandes preguntas de la vida, escribió Carrel, y la civilización estaba teniendo un efecto degenerativo:

     "Estamos lejos de saber qué relaciones existen entre el desarrollo del  esqueleto, los músculos y los órganos, y el de las actividades mentales y espirituales. Somos ignorantes de los factores que causan el equilibrio del sistema nervioso y la resistencia a la fatiga y a las enfermedades. No sabemos cómo el sentido moral, el juicio y la audacia podrían ser aumentados. ¿Cuál es la importancia relativa de las actividades intelectuales, morales y místicas? ¿Cuál es el significado del sentido estético y religioso? ¿Qué forma de energía es responsable de las comunicaciones telepáticas? Sin ninguna duda, ciertos factores fisiológicos y mentales determinan la felicidad o la miseria, el éxito o el fracaso de cada uno. Pero nos son desconocidos. No podemos producir artificialmente la aptitud para la felicidad. Hasta ahora no sabemos qué ambiente es el más favorable para el óptimo desarrollo del hombre civilizado. ¿Es posible suprimir la lucha, el esfuerzo y el sufrimiento de nuestra formación fisiológica y espiritual? ¿Cómo podemos prevenir la degeneración del hombre en la civilización moderna? Muchas otras preguntas podrían ser hechas acerca de asuntos que son para nosotros del mayor interés. Ellas también permanecerán sin contestar. Es bastante evidente que los logros de todas las ciencias que tienen al hombre como objeto central permanecen insuficientes, y que nuestro conocimiento de nosotros mismos es todavía muy incompleto" (Carrel, op. cit., I, 1).

     En una conclusión similar a la de Jung en cuanto a la discrepancia entre los avances exponenciales de la civilización mecánica y material y los avances del consciente e inconsciente humano, Carrel advirtió:

     "El medioambiente sobre el cual han sido moldeados el cuerpo y el alma de nuestros ancestros durante muchos milenios ha sido reemplazado ahora por otro. Esta revolución silenciosa la hemos recibido sin ninguna emoción. No hemos comprendido su importancia, y sin embargo es uno de los acontecimientos más importantes en la historia de la Humanidad, ya que cualquier modificación de las condiciones ambientales repercute de manera inevitable y profunda sobre todos los seres vivientes. Es indispensable averiguar, por lo tanto, el grado de las transformaciones impuestas por la ciencia sobre el modo ancestral de vida, y por consiguiente sobre nosotros mismos" (Carrel, I, 3).

     "La civilización moderna se encuentra en una difícil posición porque no nos conviene. Ha sido construida sin ningún conocimiento de nuestra verdadera naturaleza. Se debió a los caprichos de descubrimientos científicos, de los apetitos de los hombres, de sus ilusiones, sus teorías y sus deseos. Aunque edificada por nosotros, no está hecha a nuestra medida" (Carrel, I, 5).

Konrad Lorenz

     Konrad Lorenz, el padre de la ciencia de la Etología —el estudio del instinto—, dio una advertencia, desde un punto de vista ecológico, de que el abandono de las costumbres y tradiciones está lleno de peligros que probablemente serán imprevistos. La cultura es "tradición acumulativa" [6]. Es el conocimiento transmitido a través de generaciones, preservado como creencias o costumbres. La sabiduría profunda acumulada por nuestros antepasados, por el hecho de que podría estar envuelta con la protección de religiones y mitos, es considerada por los "modernos" como "supersticiosa" y "no científica". Lorenz se refirió a la "enorme subestimación de nuestro fondo no-racional y cultural, y la igual sobrestimación de todo lo que el hombre es capaz de producir con su intelecto" como factores que "amenazan nuestra civilización con la destrucción".

[6] Konrad Lorenz, Civilized Man’s Eight Deadly Sins, Nueva York, 1974, p. 61.

     Giambattista Vico [7], un precursor de Spengler, intentó advertir sobre esta superficialidad de la intelectualización y su rechazo de la tradición —incluyendo la religión— en la época del Renacimiento, el tan alabado comienzo de la época de la decadencia de Occidente. Ibn Khaldun intentó hacer lo mismo cuando quedaba todavía algo de la civilización islámica [8], a punto de convertirse en fellaheen [campesino árabe], como Spengler llamó a tales civilizaciones gastadas, o históricamente anticuadas. Podemos decir lo mismo sobre Catón, por ejemplo, y muchos otros que se vieron enfrentados por los "progresistas" de su propia civilización cuando empezaba la época de su declinación. El "progreso" es una de las grandes ilusiones de nuestro tiempo, tal como lo fue en épocas análogas de otras civilizaciones durante el transcurso de miles de años. Si un profeta bíblico, Catón o Heródoto llegaran a ser transportados a este tiempo en Occidente, ellos podrían reírse o mofarse de los banales  slogans de nuestros "progresistas" y "modernos", y replicar: "Hemos visto todo esto antes... y no termina bien".

[7] Giambattista Vico, The New Science of Giambattista Vico,Cornell University Press,1948.
[8] Ibn Khaldun, The Muqaddimah, Princeton University Press, 1969.

     "Ser ilustrado no es ninguna razón para confrontar con arrogancia hostil la tradición transmitida", declaró Lorenz. Escribiendo en un tiempo en que la Nueva Izquierda era desenfrenada, como lo es hoy bajo otros nombres, Lorenz observó que la actitud de la juventud hacia los padres muestra mucho "desprecio engreído, pero ningún entendimiento" (Lorenz, p. 64).

     Lorenz percibió gran parte de la psicosis de la Izquierda como un patógeno en el organismo social, como sigue siéndolo hoy:

     "La rebelión de la juventud moderna está fundada en el odio; un odio estrechamente relacionado con una emoción que es la más peligrosa y difícil de vencer: el odio nacional. En otras palabras, la juventud rebelde de hoy reacciona ante la generación más vieja del mismo modo que un grupo étnico reacciona ante un grupo extranjero y hostil" (Lorenz, Ibid.).

     Lo que es interesante es que Lorenz vio eso como una sub-cultura juvenil que era equivalente a un ethnos separado y extranjero, cuando un grupo se forma alrededor de sus propios ritos, vestimentas, maneras y normas. En las ciencias biológicas eso es llamado "pseudo-especiación". Con esa nueva identidad grupal viene una "correspondiente devaluación de los símbolos" de otras unidades culturales (Lorenz, pp. 64-65). La obsesión con todo lo que es considerado como "nuevo" entre la rebelión juvenil fue descrita por Lorenz como una "neofilia fisiológica". Si bien eso es necesario para prevenir el estancamiento, es normalmente gradual y seguido de un retorno a la tradición. Tal equilibrio, sin embargo, es fácilmente perturbado.

     En la psicología de los individuos, la fijación en la etapa de la neofilia  provoca anormalidades conductuales como el resentimiento rencoroso hacia padres hace tiempo muertos (Lorenz. pp. 69-70). Esa carencia de respeto por la tradición es agravada por el resquebrajamiento de la jerarquía social tradicional, por la organización de masas, y por "una carrera contra sí mismo para conseguir dinero" (Lorenz, p. 73) que domina al Occidente Tardío.

     Ya que Lorenz escribió de esos síntomas de la decadencia occidental durante los años '70, el organismo social occidental ha seguido fracturándose, y como uno esperaría, ha sido exponencial, una prisa colectiva hacia la locura que es irónicamente respaldada como "sana" por psicólogos humanísticos, quienes están ellos mismos aquejados con la psicosis y producen informes y libros que "demuestran" aquello y que sostienen, entre otras cosas y citando la última manía "progresista", que el género de alguien es una cuestión de opción. Otra vez tenemos la oposición ideológica al "biologismo".

La Destrucción de Símbolos es Simbólica

     Existe ahora la presencia —inmensamente más grande que en la época de Lorenz— de ethnoi reales que no tienen ningún afecto por Occidente sino que mantienen un gran resentimiento. Está también la pseudo-especiación entre mujeres en términos de feminismo radical y "gays", que poseen sus propias maneras, ritos, vestimentas, formas de hablar, y hasta sus propias banderas y otros símbolos. Ellos están unidos en su odio a Occidente, denigrado como "patriarcado Blanco", con sus símbolos derribados y sus héroes ridiculizados como "varones Blancos muertos".

     La destrucción de los símbolos tradicionales de los antepasados de alguien es una redirigida forma de matricidio y parricidio que se convirtió en una doctrina durante los psicóticos días de la Nueva Izquierda, entre los "Weathermen" y yippies, etcétera, durante los años '60, cuando Charles Manson se convirtió en un héroe revolucionario, y Jerry Rubin se alegraba por la muerte de su madre, a la cual, si no hubiera sido por el cáncer, él habría tenido que asesinar [9].

[9] Jerry Rubin, Growing (Up) at 37, Nueva York, 1976, pp. 140-142.

     Nosotros actualmente presenciamos la psicosis grupal de la Nueva-Nueva Izquierda en la compulsión por destruir monumentos de la Confederación [de la Guerra Civil estadounidense], y en el frenético y atávico golpear y patear derribadas estatuas de bronce con el frenesí de la muchedumbre italiana que pateaba los cuerpos sin vida de Mussolini y Clara Petacci.

     Ese vandalismo de los símbolos y monumentos de la tradición es un sustituto del asesinato, tal como el desatado durante la Revolución, como el dirigido contra las estatuas conmemorativas Confederadas, como el dirigido por decreto oficial contra las estatuas del general Franco en España, y en el reciente abortado esfuerzo para conseguir que una estatua del oficial colonial de Nueva Zelanda el coronel Marmaduke Nixon fuera derribada, probablemente como el comienzo de un proceso, mediante una colosal deformación de la historia colonial. Se trata en cada caso de un ejemplo de tratar de borrar la tradición que sirve como un ancla, sin la cual el orgullo desmedido (hybris) conduce a la auto-destrucción. En otras circunstancias, esos tipos —y ellos son tipos— habrían estado quemando iglesias en España, o destruyendo monumentos antiguos en Iraq.

Kerry Bolton
25 Octubre 2018


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