TATUAJES
Cuando la estética se convierte en envenenamiento
crónico.
Cuando uno se tatúa, no está decorando su cuerpo, está cargándolo de veneno. Y no en sentido metafórico. Literalmente. Porque las tintas de tatuaje están compuestas en gran medida por metales pesados, hidrocarburos aromáticos policíclicos y otras sustancias que, inyectadas bajo la piel, no permanecen ahí inmóviles como pigmentos de una cerámica, sino que migran lentamente, atraviesan el organismo, se acumulan en ganglios linfáticos, hígado, bazo, torrente sanguíneo, y se incorporan a procesos fisiológicos que en ningún caso estaban diseñados para gestionarlos.
El cuerpo, al recibir estos materiales, no los reconoce como inocuos: activa su sistema inmunitario para tratar de eliminarlos, lo que provoca una inflamación persistente de bajo grado que lo mantiene en estado de alerta crónica. En otras palabras: el tatuado está envenenado, y lo estará mientras lleve esas tintas en el cuerpo. Cada segundo.