3.11.25

Nada vuelve a la gente más dócil que verse abocada a elegir entre libertad y seguridad

EL DESPERTAR DIGITAL                       

CUANDO EL CONTROL TOTAL TERMINE CON LA HIPNOSIS

No escribí este texto para escandalizar, sino porque me resultaba imposible guardar silencio. Durante años, he observado cómo un mecanismo frío y calculador se ha ido configurando, pieza a pieza: desindustrialización programada, dependencia digital, vigilancia ambiental y, pronto, identidad y moneda condicionadas. 

Nada de esto es imaginario; todo ha sido ya votado, firmado y puesto en marcha. El Despertar Digital es mi intento de conectar estos hechos, de hacerlos visibles antes de que se vuelvan irreversibles. No es un grito de ira, sino un acto de lucidez: escribo para que, cuando llegue el momento, nadie pueda decir que no lo sabía.

Decidí comenzar con el tema de la actualidad en la industria automotriz porque hay colapsos que vemos venir desde lejos, pero que preferimos observar como una película de catástrofes, cómodamente sentados en nuestros sofás. La agonía de la industria automotriz europea es uno de ellos.

El continente que inventó el automóvil, que lo convirtió en el símbolo mismo de la libertad, el progreso y el poder industrial, ahora ve cómo sus joyas de la corona se desintegran una tras otra en un silencio tan ensordecedor como culpable.

Esto no es una crisis pasajera: es una desintegración estructural: Stellantis flaquea, marcas históricas desaparecen o se venden a pedazos, y cientos de miles de subcontratistas ven colapsar el único sector que aún les permitía ganarse la vida dignamente con su experiencia. 

Todo esto en nombre de una transición energética impuesta, supuestamente destinada a salvar el planeta, pero que solo sirve para sanear las cuentas de las empresas chinas.

Nos vendieron el “coche limpio” como algo natural, incluso como un imperativo moral. Pero tras la fachada ecológica se esconde un desastre industrial y social sin precedentes. 

Los costes y los precios se disparan, la demanda se desploma y la dependencia de China se vuelve total: para baterías, elementos de tierras raras, componentes y tecnologías de carga. 

Europa está perdiendo su conocimiento y su ingenio productivo, y se ve inundada de regulaciones, impuestos y software de cumplimiento normativo. Ese ingenio ahora se limita a inventar tapones para botellas para salvar el planeta.

Esto no es casualidad, sino un cambio civilizatorio: hemos sustituido el espíritu de la ingeniería por el espíritu de la regulación. El obrero, el ingeniero y el artesano ceden terreno al auditor, al consultor y al burócrata climático. Los estados ya no construyen, prohíben, y los industriales ya no crean, se limitan a cumplir.

Y en esta Europa burocrática, el motor térmico, obra maestra de dos siglos de inteligencia mecánica, se convierte en un enemigo político.

Esto no es mera incompetencia, ni siquiera estupidez; es una estrategia. La autodestrucción del tejido industrial europeo allana el camino para una era de control total, en la que la movilidad, el consumo y el acceso a los recursos ya no serán derechos, sino permisos condicionados.

El coche eléctrico no es una revolución tecnológica, sino una transición hacia la dependencia de la energía centralizada, del software y de las decisiones políticas. Ya no conducimos, sino que estamos «autorizados a conducir». El vehículo se convierte en una terminal conectada, rastreable, configurable a distancia y, mañana, desactivada con un clic por una autoridad.

El siguiente paso: identidad moneda digitales

Aquí reside el verdadero cambio. La identidad digital europea (EUDI, cartera de identidad digital) y el euro digital programable son las dos caras de la misma moneda: una nombra e identifica, la otra permite o prohíbe de existir económicamente.

Oficialmente, se trata de «simplificar la vida de los ciudadanos». En realidad, estas herramientas fusionan todas las dimensiones de tu existencia: tu dinero, tu salud, tus viajes, tu huella de carbono, tu situación fiscal. Todo se vuelve controlable y, por lo tanto, controlado, y lo que es programable se puede desactivar.

Mañana, un simple exceso en la cuota de CO₂, un retraso en el pago de impuestos o un “incumplimiento medioambiental” bastarán para bloquear tu pago o la carga de tu vehículo eléctrico. La vigilancia ambiental se está convirtiendo así en la arquitectura de un nuevo control social: sutil, limpio, racional y, sobre todo, totalitario.

La prisión sin barrotes

Jeremy Bentham imaginó el Panóptico: una prisión circular donde un único guardia invisible podía verlo todo. Los prisioneros, sin saber nunca cuándo estaban siendo vigilados, acabaron autovigilándose. Dos siglos después, este modelo se ha digitalizado; el guardia ya no tiene ojos, sino algoritmos. Los muros están hechos de datos, las torres de vigilancia de servidores, las barras de términos de servicio que todos firman sin leer. Los ciudadanos se encierran voluntariamente, por su seguridad, por el planeta, por más sencillez.

El control ya no castiga; establece parámetros. La antigua docilidad ahora se llama conformidad, y la moral religiosa ha dado paso a la moral ecológica. Tu huella de carbono reemplaza al pecado, tu código QR sirve de confesionario. Bajo la apariencia de ecología y progreso, la servidumbre se convierte en virtud. El panóptico digital ya no necesita muros ni guardias: basta con una conexión y una conciencia tranquila. El prisionero cree ser libre, y ahí radica la perfección de la prisión. La guinda del pastel: el prisionero paga sus propias cadenas con smartphones o iPhones que cuestan más de 1000 €.

El confort como anestesia

¿Por qué la población acepta este declive? Porque, hasta ahora, la comodidad ha servido de anestesia. La gente percibe cada vez más que algo anda mal, pero aún cuenta con Netflix, entregas a domicilio, líneas de crédito ampliadas y viajes a bajo costo. El sistema mantiene la ilusión de normalidad mientras pueda brindar entretenimiento y comodidad. Pero esta comodidad ya empieza a desmoronarse: energía, vivienda, movilidad, alimentos; todo se está volviendo condicional, escaso, caro o racionado.

Cuando los ciudadanos comprendan que esta escasez no es impuesta sino organizada, entonces terminará el hechizo.

El despertar no vendrá de las instituciones ni de los medios de comunicación; vendrá del choque directo con la realidad. Cuando un documento de identidad digital impida el acceso a un servicio. Cuando un pago sea rechazado «por motivos medioambientales». Cuando un vehículo se niegue a arrancar en un día de «restricciones energéticas». Entonces la gente comprenderá que el «mundo sostenible» que les prometieron es, en realidad, un mundo bajo tutela.

Y ese día, el sistema habrá tenido demasiado éxito porque, al intentar controlarlo todo, habrá creado el shock que más temía: el brutal retorno de la realidad, el rechazo instintivo a la servidumbre.

Pero… porque hay un pero, y es importante. El poder que construyó esta estructura de control es muy consciente de que la confianza se está desmoronando. Sabe que un pueblo empobrecido y que se siente traicionado siempre acabará rebelándose. Y como siempre en la historia, desde el principio de los tiempos, nada une más a la gente que la guerra.

Durante meses, las señales se han multiplicado: retórica militar cada vez más agresiva, presupuestos de defensa disparados, la reactivación del servicio militar obligatorio y la normalización de la idea de una “guerra prolongada”. Europa, otrora continente de paz, se prepara mentalmente para lo inaceptable: un conflicto directo o indirecto con Rusia, disfrazado de “deber de solidaridad”. No se trataría de una guerra para defender fronteras, sino para unir a masas desorientadas en torno a un enemigo externo ficticio, mientras se sofoca el descontento interno.

Y en esta confusión de guerra, la tecnoestructura encontraría una oportunidad inesperada:

  • un estado de emergencia digital para "proteger la infraestructura crítica";
  • una congelación temporal de activos para "apoyar el esfuerzo bélico";
  • Mayor vigilancia de las "noticias falsas" y del "discurso prorruso".

Todo esto ya existe en forma de proyecto; solo hace falta un detonante.

El miedo es el único combustible capaz de reemplazar la comodidad. Cuando el miedo impera, los propios ciudadanos exigen el control que ayer rechazaron. Y nada vuelve a la gente más dócil que una población convencida de que debe elegir entre «libertad» y «seguridad nacional». Así, el tan esperado despertar podría retrasarse otra generación mediante una movilización colectiva, una nueva cortina de humo geopolítica.

Pero, una vez más, esta carrera desenfrenada tendría sus límites. La guerra, al igual que la propaganda, erosiona aquello que pretende proteger, y tarde o temprano, la gente comprenderá que la democracia no se salva suprimiendo la libertad, ni la paz sembrando la guerra.

El verdadero despertar, si llega, no será alegre. 

No surgirá de la esperanza colectiva, sino del hartazgo de las mentiras. Cuando todo lo prometido —crecimiento verde, neutralidad de carbono, prosperidad digital, paz eterna— se haya derrumbado bajo su propio peso, solo entonces caerá el velo. Pero ese día, la Europa que conocemos quizá deje de existir.

Y quizás esta sea la mayor paradoja: el verdadero “despertar digital” sí tendrá lugar, pero sobre las ruinas del mundo que lo hizo necesario.

El despertar no vendrá de arriba. Comienza cuando nos negamos a vivir.

¿Y tú, hasta qué punto lo aceptarás? 

PD: Algunos critican el uso de una ilustración generada por IA, pero esto no contradice en absoluto la reflexión crítica sobre la IA. Es como usar un ordenador para escribir un texto sobre la adicción digital: usamos la herramienta, no nos sometemos a ella. Lo que importa no es la herramienta, sino la intención y la consciencia con que la usamos. No critico la tecnología en sí, sino el uso político, social e ideológico que se le da, y eso es profundamente humano. Negarse a usar la IA en nombre de un principio moral sería tan absurdo como rechazar un bolígrafo porque se ha usado para escribir mentiras. La ilustración de IA aquí es simplemente un medio estético al servicio de una idea, no una aprobación del sistema que denuncia. Al contrario, es una forma de demostrar que podemos controlar la máquina en lugar de ser controlados por ella. Utilizar la IA para ilustrar un texto que la critica no es una contradicción, sino una demostración: utilizamos la máquina, no nos sometemos a ella.

Serge van Cutsem - reseauinternational

https://www.verdadypaciencia.com/2025/11/el-despertar-digital-cuando-el-control-total-termine-con-la-hipnosis.html

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