EL DESPERTAR DIGITAL
CUANDO EL CONTROL
TOTAL TERMINE CON LA HIPNOSIS
No escribí este texto para escandalizar, sino porque me resultaba imposible guardar silencio. Durante años, he observado cómo un mecanismo frío y calculador se ha ido configurando, pieza a pieza: desindustrialización programada, dependencia digital, vigilancia ambiental y, pronto, identidad y moneda condicionadas.
Nada de esto es imaginario; todo ha
sido ya votado, firmado y puesto en marcha. El Despertar Digital es mi intento
de conectar estos hechos, de hacerlos visibles antes de que se vuelvan
irreversibles. No es un grito de ira, sino un acto de lucidez: escribo para
que, cuando llegue el momento, nadie pueda decir que no lo sabía.
Decidí comenzar con el tema de la actualidad en la industria automotriz porque hay colapsos que vemos venir desde lejos, pero que preferimos observar como una película de catástrofes, cómodamente sentados en nuestros sofás. La agonía de la industria automotriz europea es uno de ellos.
El continente que inventó el automóvil, que lo convirtió en
el símbolo mismo de la libertad, el progreso y el poder industrial, ahora ve
cómo sus joyas de la corona se desintegran una tras otra en un silencio tan
ensordecedor como culpable.
Esto no es una crisis pasajera: es una desintegración estructural: Stellantis flaquea, marcas históricas desaparecen o se venden a pedazos, y cientos de miles de subcontratistas ven colapsar el único sector que aún les permitía ganarse la vida dignamente con su experiencia.
Todo esto en nombre de una transición energética impuesta, supuestamente
destinada a salvar el planeta, pero que solo sirve para sanear las cuentas de
las empresas chinas.
Nos vendieron el “coche limpio” como algo natural, incluso
como un imperativo moral. Pero tras la fachada ecológica se esconde
un desastre industrial y social sin precedentes.
Los costes y los precios se disparan, la demanda se desploma
y la dependencia de China se vuelve total: para baterías, elementos de tierras
raras, componentes y tecnologías de carga.
Europa está perdiendo su conocimiento y su ingenio
productivo, y se ve inundada de regulaciones, impuestos y software de
cumplimiento normativo. Ese ingenio ahora se limita a inventar tapones para
botellas para salvar el planeta.
Esto no es casualidad, sino un cambio civilizatorio: hemos
sustituido el espíritu de la ingeniería por el espíritu de la regulación. El
obrero, el ingeniero y el artesano ceden terreno al auditor, al consultor y al
burócrata climático. Los estados ya no construyen, prohíben, y los industriales
ya no crean, se limitan a cumplir.
Y en esta Europa burocrática, el motor térmico, obra maestra
de dos siglos de inteligencia mecánica, se convierte en un enemigo político.
Esto no es mera incompetencia, ni siquiera estupidez; es una
estrategia. La autodestrucción del tejido industrial europeo allana el camino
para una era de control total, en la que la movilidad, el consumo y el acceso a
los recursos ya no serán derechos, sino permisos condicionados.
El coche eléctrico no es una revolución tecnológica, sino
una transición hacia la dependencia de la energía centralizada, del software y
de las decisiones políticas. Ya no conducimos, sino que estamos «autorizados a
conducir». El vehículo se convierte en una terminal conectada, rastreable,
configurable a distancia y, mañana, desactivada con un clic por una autoridad.
El siguiente paso: identidad moneda digitales
Aquí reside el verdadero cambio. La identidad digital
europea (EUDI, cartera de identidad digital) y el euro digital programable
son las dos caras de la misma moneda: una nombra e identifica, la otra permite
o prohíbe de existir económicamente.
Oficialmente, se trata de «simplificar la vida de los
ciudadanos». En realidad, estas herramientas fusionan todas las dimensiones de
tu existencia: tu dinero, tu salud, tus viajes, tu huella de carbono, tu
situación fiscal. Todo se vuelve controlable y, por lo tanto, controlado, y lo
que es programable se puede desactivar.
Mañana, un simple exceso en la cuota de CO₂,
un retraso en el pago de impuestos o un “incumplimiento medioambiental”
bastarán para bloquear tu pago o la carga de tu vehículo eléctrico. La
vigilancia ambiental se está convirtiendo así en la arquitectura de un nuevo
control social: sutil, limpio, racional y, sobre todo, totalitario.
La prisión sin barrotes
Jeremy Bentham imaginó el Panóptico: una prisión
circular donde un único guardia invisible podía verlo todo. Los prisioneros,
sin saber nunca cuándo estaban siendo vigilados, acabaron autovigilándose. Dos
siglos después, este modelo se ha digitalizado; el guardia ya no tiene ojos,
sino algoritmos. Los muros están hechos de datos, las torres de vigilancia de
servidores, las barras de términos de servicio que todos firman sin leer. Los
ciudadanos se encierran voluntariamente, por su seguridad, por el planeta, por
más sencillez.
El control ya no castiga; establece parámetros. La antigua
docilidad ahora se llama conformidad, y la moral religiosa ha dado
paso a la moral ecológica. Tu huella de carbono reemplaza al pecado, tu código
QR sirve de confesionario. Bajo la apariencia de ecología y progreso, la
servidumbre se convierte en virtud. El panóptico digital ya no necesita muros
ni guardias: basta con una conexión y una conciencia tranquila. El prisionero
cree ser libre, y ahí radica la perfección de la prisión. La guinda del pastel:
el prisionero paga sus propias cadenas con smartphones o iPhones que cuestan
más de 1000 €.
El confort como anestesia
¿Por qué la población acepta este declive? Porque, hasta ahora,
la comodidad ha servido de anestesia. La gente percibe cada vez más que algo
anda mal, pero aún cuenta con Netflix, entregas a domicilio, líneas de crédito
ampliadas y viajes a bajo costo. El sistema mantiene la ilusión de normalidad
mientras pueda brindar entretenimiento y comodidad. Pero esta comodidad ya
empieza a desmoronarse: energía, vivienda, movilidad, alimentos; todo se está
volviendo condicional, escaso, caro o racionado.
Cuando los ciudadanos comprendan que esta escasez no es
impuesta sino organizada, entonces terminará el hechizo.
El despertar no vendrá de las instituciones ni de los medios
de comunicación; vendrá del choque directo con la realidad. Cuando un documento
de identidad digital impida el acceso a un servicio. Cuando un pago sea
rechazado «por motivos medioambientales». Cuando un vehículo se niegue a
arrancar en un día de «restricciones energéticas». Entonces la gente
comprenderá que el «mundo sostenible» que les prometieron es, en realidad, un
mundo bajo tutela.
Y ese día, el sistema habrá tenido demasiado éxito porque,
al intentar controlarlo todo, habrá creado el shock que más temía: el brutal
retorno de la realidad, el rechazo instintivo a la servidumbre.
Pero… porque hay un pero, y es importante. El
poder que construyó esta estructura de control es muy consciente de que la
confianza se está desmoronando. Sabe que un pueblo empobrecido y que se siente
traicionado siempre acabará rebelándose. Y como siempre en la historia, desde
el principio de los tiempos, nada une más a la gente que la guerra.
Durante meses, las señales se han multiplicado: retórica
militar cada vez más agresiva, presupuestos de defensa disparados, la
reactivación del servicio militar obligatorio y la normalización de la idea de
una “guerra prolongada”. Europa, otrora continente de paz, se prepara
mentalmente para lo inaceptable: un conflicto directo o indirecto con Rusia,
disfrazado de “deber de solidaridad”. No se trataría de una guerra para
defender fronteras, sino para unir a masas desorientadas en torno a un enemigo
externo ficticio, mientras se sofoca el descontento interno.
Y en esta confusión de guerra, la tecnoestructura
encontraría una oportunidad inesperada:
- un
estado de emergencia digital para "proteger la infraestructura
crítica";
- una
congelación temporal de activos para "apoyar el esfuerzo
bélico";
- Mayor
vigilancia de las "noticias falsas" y del "discurso
prorruso".
Todo esto ya existe en forma de proyecto; solo hace falta un
detonante.
El miedo es el único combustible capaz de reemplazar la
comodidad. Cuando el miedo impera, los propios ciudadanos exigen el control que
ayer rechazaron. Y nada vuelve a la gente más dócil que una población
convencida de que debe elegir entre «libertad» y «seguridad nacional». Así, el
tan esperado despertar podría retrasarse otra generación mediante una
movilización colectiva, una nueva cortina de humo geopolítica.
Pero, una vez más, esta carrera desenfrenada tendría sus
límites. La guerra, al igual que la propaganda, erosiona aquello que pretende
proteger, y tarde o temprano, la gente comprenderá que la democracia no se
salva suprimiendo la libertad, ni la paz sembrando la guerra.
El verdadero despertar, si llega, no será alegre.
No surgirá de la esperanza colectiva, sino del hartazgo de
las mentiras. Cuando todo lo prometido —crecimiento verde, neutralidad de
carbono, prosperidad digital, paz eterna— se haya derrumbado bajo su propio
peso, solo entonces caerá el velo. Pero ese día, la Europa que conocemos quizá
deje de existir.
Y quizás esta sea la mayor paradoja: el verdadero “despertar
digital” sí tendrá lugar, pero sobre las ruinas del mundo que lo hizo
necesario.
El despertar no vendrá de arriba. Comienza cuando nos
negamos a vivir.
¿Y tú, hasta qué punto lo aceptarás?
PD: Algunos critican el uso de una ilustración generada
por IA, pero esto no contradice en absoluto la reflexión crítica sobre la IA.
Es como usar un ordenador para escribir un texto sobre la adicción digital:
usamos la herramienta, no nos sometemos a ella. Lo que importa no es la
herramienta, sino la intención y la consciencia con que la usamos. No critico
la tecnología en sí, sino el uso político, social e ideológico que se le da, y
eso es profundamente humano. Negarse a usar la IA en nombre de un principio
moral sería tan absurdo como rechazar un bolígrafo porque se ha usado para
escribir mentiras. La ilustración de IA aquí es simplemente un medio estético
al servicio de una idea, no una aprobación del sistema que denuncia. Al
contrario, es una forma de demostrar que podemos controlar la máquina en lugar
de ser controlados por ella. Utilizar la IA para ilustrar un texto que la critica no es una
contradicción, sino una demostración: utilizamos la máquina, no nos sometemos a
ella.
Serge van Cutsem - reseauinternational

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