22.7.25

Cómo aportar un poco más de humanidad y sentido común en medio de ese caos

SOMOS CADA VEZ MÁS INTOLERANTES O MÁS MALEDUCADOS?

Del niño que patea el respaldo de tu silla en el avión como si fuera Bruce Lee, al conductor que prácticamente te saca del carril porque piensa que es el único que va por la carretera, sin olvidar al vecino que hace más ruido que una banda de rock justo cuando todos deberían estar durmiendo.

A veces, da la sensación de que la cortesía, los buenos modales o el respeto por el otro han pasado de moda.

Por otro lado, también nos encontramos con personas cada vez más irritables. Personas que reaccionan ante todo. Personas ante las cuales no sabes qué decir o hacer porque convierten un pequeño gesto, un retraso o un comentario en un drama de proporciones shakespearianas.

¿Estamos todos más sensibles o es que, simplemente, los modales están en vías de extinción y por eso todo nos incomoda? Spoiler: quizá ambas cosas.

La sobreestimulación mata la tolerancia

La tolerancia no es solo aceptar al que piensa distinto. Es tener la capacidad emocional de convivir con lo que incomoda y se distancia de nuestra manera de ver o hacer las cosas. Tolerancia es convivir con ese vecino que arrastra la silla en tu cabeza, el amigo que llega tarde o la suegra que no se guarda sus opiniones.

Sin embargo, cuando estamos estresados, sobrecargados o emocionalmente saturados, el  límite de la tolerancia disminuye.

El problema es que estamos viviendo en un mundo hiperconectado, acelerado e híper exigente. Nos bombardean las notificaciones, las obligaciones, las malas noticias y los discursos polarizados. Dormimos poco, trabajamos mucho y descansamos mal. Y aunque no lo notemos, eso se va acumulando en forma de tensión y malestar.

En ese caldo de cultivo, una mirada “rara” o una frase poco amable pueden convertirse en la chispa que enciende la mecha. Lo que antes pasábamos por alto, ahora lo sentimos como un ataque personal. Lo que antes no nos molestaba, ahora nos vuelve locos.

La tolerancia no se reduce porque seamos peores personas, sino porque vivimos con la paciencia al límite. Cuando estamos con nuestra “reserva emocional” en mínimos, nos volvemos menos flexibles, menos pacientes y más reactivos.

En otras palabras: no es que el mundo se haya llenado de personas intolerantes, sino que todos andamos con un umbral de aguante bastante bajo.

¿Y la buena educación? ¿Desapareció?

No obstante, sería injusto echarle toda la culpa a la falta de tolerancia. Hay otra realidad que también conviene mirar de frente: los modales básicos están en retroceso o están desapareciendo directamente. Y no es una casualidad.

Durante años, hemos confundido la crianza respetuosa con la ausencia de normas. Algunos padres, por miedo a traumatizar al niño, no lo corrigen ni orientan. Creen que poner límites es autoritario, cuando en realidad es una forma de enseñar respeto.

El resultado es una generación de niños, adolescentes y jóvenes que se comportan como si todo el mundo les debiera algo… mientras los adultos a su alrededor sonríen incómodos y susurran: “es que tiene mucho carácter”. O directamente asumen que como son niños o están atravesando una «etapa difícil», todos debemos soportar su mala educación.

Pero no pasa solo en la infancia. El panorama adulto tampoco es muy reconfortante. Basta imaginar a ese vecino que sigue con la música a todo volumen a las dos de la madrugada o al conductor que aparca en doble fila bloqueando todo el tráfico.

En esos casos, enfadarnos no significa que necesitemos ir a terapia de control de impulsos, significa que la desconsideración se ha normalizado y que la sociedad necesita urgentemente respeto y normas de educación básica.

La buena educación no debería ser una excepción, ni una rareza que debamos agradecer como si fuera un gesto heroico. Debería ser la base mínima sobre la cual construir la convivencia. Eso también incluye la tolerancia. Por supuesto. Pero siempre que no vulnere nuestros derechos asertivos.

No debemos caer en la trampa de quienes predican la tolerancia, precisamente para que los demás toleren su mala educación. Como si el respeto fuera una obligación unilateral. Como si todo el mundo tuviera que adaptarse a su ego sensible.

Hay quienes creen que tener una opinión le da derecho a emitirla en cualquier contexto, sin cuidar el cómo ni el para qué. Demasiado a menudo se justifica la falta de tacto y la brusquedad gratuita con la sinceridad o la autenticidad. Se dice que “uno tiene derecho a decir lo que piensa”, pero se nos olvida que también tenemos el deber de pensar antes de hablar.

¿Cómo navegar por este mundo de bordes filosos?

Si sientes que últimamente la convivencia se ha vuelto más tensa, complicada y casi imposible, no eres el único. Pero eso no significa que debas resignarte a vivir así.

  • No te lo tomes todo demasiado a pecho. Ya sé que es más fácil decirlo que hacerlo, pero cuando lo logras evitas muchas preocupaciones y molestias inútiles. Recuerda que la mayoría de las personas no actúa contra ti, sino desde su propio malestar. A veces, el que no saluda tiene un mal día – o una mala vida. No es una excusa, pero te aporta contexto para que no te lo tomes como un ataque personal y evites amargarte la jornada.
  • Forma parte del cambio que quieres ver. «Sé el cambio que quieres ver en el mundo«, decía Mahatma Gandhi. Y aunque parezca un consejo sacado de un manual de autoayuda pasado de moda, lo cierto es que el respeto engendra respeto. Un simple “gracias” o una sonrisa puede cambiar la energía de un sitio. No subestimes el poder de los pequeños gestos. Que los demás sean maleducados, desconsiderados o irrespetuosos no significa que tú debas replicar esos comportamientos.
  • Ajusta tu nivel de tolerancia. Dejemos claro algo: tolerar no es aguantar lo inaguantable. No eres mejor persona porque te dejes pisotear o ningunear por los demás. Tolerar es elegir conscientemente qué batallas vale la pena luchar… y cuáles no. Tolerar es aprender a dejar ir lo que no te incumbe o lo que no vale la pena tu atención ni energía. Eso te permitirá vivir en paz, sin emprender cruzadas diarias contra el mundo.

Entonces, ¿somos más intolerantes o la gente es más maleducada? Probablemente un poco de las dos. Vivimos en una sociedad acelerada, emocionalmente agotada y culturalmente dividida. Pero también hay cada vez más personas que se creen que son los únicos en el mundo, exigiendo una tolerancia que no son capaces de devolver.

No hay que elegir un bando, sino entender el fenómeno: comprender cómo nos afecta, cómo lo perpetuamos y, sobre todo, cómo podemos aportar un poco más de humanidad y sentido común en medio de ese caos. Quizá no puedas cambiar el mundo, pero seguro que vivirás infinitamente más tranquilo y sereno.

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