LAS 4 ETAPAS DEL DESARROLLO
Una discusión, una decisión
postergada, una emoción que te desborda… A veces, ahí se revelan las verdaderas
etapas de la adultez y cómo las vives. Te contamos cómo las explica Stephen
Covey.
Cumplir años no siempre va de la
mano con crecer de verdad. Puedes tener un empleo estable, pagar tus cuentas y
aun así reaccionar como si todo dependiera de los demás. Madurar no se trata
solo de cumplir con lo que se espera, sino de aprender a actuar con criterio,
equilibrio y autonomía. Esto forma parte de las etapas del desarrollo adulto.
Con esto en mente, Stephen Covey —autor de Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva— desarrolló un modelo de cuatro fases, que explora nuestra capacidad para asumir responsabilidades, gestionar emociones y ser efectivos tanto en lo personal como en lo profesional.
Reconocerlas puede ayudarte a entender
por qué repites ciertos patrones, qué te mantiene estancado y qué habilidades
fortalecer para avanzar. ¿Quieres saber en cuál te encuentras? Tal vez, al
descubrirlas, empieces a verte desde otro lugar.
1. Dependencia
La primera etapa de la adultez, según
Covey, es la dependencia. En este punto, la persona aún necesita que otros
validen sus decisiones, le den seguridad o la hagan sentir valiosa. Aunque suele asociarse con la infancia, esta
actitud puede mantenerse durante la vida adulta sin que uno lo note.
Desde afuera, se puede ver como
alguien que evita asumir la responsabilidad total de lo que vive;
desde adentro, se experimenta una sensación constante de que «algo falta» o que
todo depende del entorno para estar bien.
Imagina, por ejemplo, a alguien
que no se atreve a aceptar una oferta de trabajo fuera de su ciudad porque su
pareja no está de acuerdo, aunque sabe que ese cambio le abriría nuevas
oportunidades. En lugar de revisar sus propios deseos, se detiene por miedo
al conflicto o a la desaprobación. Más allá de lo laboral, este
patrón se repite en la organización de su tiempo, toma decisiones o al expresar
lo que quiere: todo está
condicionado por la aprobación externa.
Cuando se permanece en esta
etapa, es común sentirse víctima de las circunstancias: «mi pareja no me
deja», «mi jefe no me valora», «no puedo porque los demás no ayudan». Estas
frases revelan que, en lugar de actuar, se reacciona. En vez de asumir el control, se espera que
otros cambien o resuelvan.
Salir de la dependencia no
ocurre de un día para otro, pero empieza con algo tan simple como hacerse cargo
de una elección sin pedir permiso. Puede ser desde lo cotidiano —elegir qué
hacer con tu tiempo libre, sin consultarlo todo— hasta definir un plan personal
sin esperar que alguien más lo apruebe. El cambio comienza al comprender que el bienestar propio no
está en manos ajenas.
La dependencia es el paradigma
del tú: tú cuidas de mí, tú haces o no haces lo que debes hacer por mí, yo te
culpo a ti por los resultados.
2. Contradependencia
Después de la dependencia, muchas
personas entran en una etapa de contradependencia,
marcada por el rechazo a necesitar a los demás. Aquí ya no se busca aprobación, sino
distancia. Se responde con rebeldía, en ocasiones sin una
dirección clara, solo con el impulso de diferenciarse y demostrar que se es
distinto. El problema es que esa oposición no siempre nace de una autonomía
sólida, sino de heridas no resueltas.
En lugar de actuar desde el deseo
propio, se vive reaccionando. «No
quiero ser como mis padres», «no me verás cayendo en lo mismo», «no necesito a
nadie». Es una forma de afirmarse, pero también una trampa: la
identidad se construye por contraste, no por esencia. Y eso agota.
Te planteamos el siguiente ejemplo:
una mujer que evita cualquier compromiso afectivo, porque creció viendo
la relación tóxica de sus padres, puede creer que es libre, cuando en
realidad deja que su pasado tome decisiones por ella. Su rechazo no es libertad, es miedo
disfrazado de independencia.
Quedarse atrapado en esta etapa implica vivir a la defensiva,
cerrando puertas antes de que algo pueda doler. Salir de ahí
requiere dejar de pelear por reflejo y empezar a preguntarse, con honestidad,
qué se quiere y qué se necesita, sin tener que negarlo todo para sentirse
fuerte.
3. Independencia
Al dejar atrás la
contradependencia, llega: la independencia. Aquí ya no se actúa por oposición
ni se busca agradar. Se toman
decisiones propias, se asumen consecuencias y se deja de culpar a los
demás por lo que ocurre. La persona aprende a sostenerse
emocionalmente sin depender —ni rechazar— a otros.
Uno empieza a tomar las riendas.
Ya no se dice «no necesito a nadie» desde el enojo, sino «puedo con esto» desde
la confianza. Se actúa con
criterio propio, se acepta el error como parte del proceso y se desarrollan
hábitos. Las acciones no son guiadas por impulsos o expectativas
ajenas: se subordinan pensamientos y emociones a valores personales. Se mira a
largo plazo, se elige lo que conviene (así no sea lo más fácil o placentero) y
se empieza a construir desde una base sólida.
En esta etapa, muchas personas aprenden a validarse sin esperar
aprobación externa. Se cuidan, organizan su entorno, priorizan lo
importante y se enfocan tanto en su bienestar como en el de su círculo más
cercano. Por ejemplo, alguien que decide dejar un trabajo estable para
emprender lo hace no por rebeldía, ni por necesidad de demostrar nada, sino
porque tiene claridad sobre lo que quiere y está dispuesto a asumir los retos
que eso implica.
Pero existe el riesgo de
estancarse. Si la autonomía se
convierte en autoexigencia, quizás haya una resistencia a pedir ayuda o
compartir vulnerabilidades. A veces, se asocia la
colaboración con debilidad, como si aceptar apoyo fuera un retroceso. Sin
embargo, madurar no es cerrarse, sino saber que la verdadera fortaleza incluye
también la capacidad de abrirse al otro.
La independencia es el
paradigma del yo: yo puedo hacerlo, yo soy responsable, yo me basto a mí mismo,
yo puedo elegir.
4. Interdependencia
La interdependencia es el punto
más sólido del desarrollo adulto, no porque niegue la independencia, sino
porque la trasciende. En lugar de
evitar el vínculo por miedo o necesidad de validación, se elige conectar desde
una autonomía ya construida.
Aquí, la persona comprende que su
crecimiento no se limita a lo individual. Ha aprendido a tomar decisiones por
sí misma, pero también a abrir espacio para otros sin perderse en el
proceso. No se trata de demostrar
fuerza ni de complacer, sino de tejer vínculos con propósito y equilibrio.
De las cuatro etapas del
desarrollo adulto, en ésta las relaciones dejan de ser una fuente de conflicto
o dependencia. Se convierten en alianzas donde hay respeto mutuo, claridad y
responsabilidad compartida. Ya no
se actúa por impulso ni por miedo al rechazo, sino desde un deseo real de
construir en conjunto.
Pensemos en Clara, quien es
médico en un hospital público. Coordina un equipo, decide bajo presión,
organiza la logística de su casa y cuida a sus dos hijos. Podría hacerlo todo por
su cuenta, pero no lo intenta. Aprendió a delegar en su equipo, pide apoyo a su
pareja cuando necesita descansar y construyó una red con otras madres que se
turnan para llevar a los niños a clases. No lo hace por comodidad ni por
debilidad, ella entiende que el bienestar compartido fortalece a todos.
Esta etapa no se fuerza ni se
alcanza sin trabajo previo. Quienes
aún necesitan aprobación constante o viven en oposición permanente no pueden
elegirla. La interdependencia requiere solidez interna, capacidad
de escuchar y madurez para sostenerse sin aislarse.
La interdependencia es el
paradigma del nosotros: nosotros podemos hacerlo, nosotros podemos cooperar,
nosotros podemos combinar nuestros talentos y aptitudes para crear juntos algo
más importante.
Crecer con conciencia
Si sientes que algo no encaja o
que repites actitudes que ya no van contigo, no lo ignores. Detenerse también
es parte del proceso. A veces, el
estancamiento no se ve como tal: se disfraza de autosuficiencia, dependencia
silenciosa o enojo constante. Identificarlo con honestidad ya es
avanzar.
Tal vez te cuesta tomar
decisiones sin consultar a alguien más, incluso para cosas simples.
Empezar por elegir tú solo —y validar esa decisión sin culpa— es un buen primer
paso. O quizás te niegas a pedir ayuda porque lo asocias con debilidad. En ese
caso, involucrarte en proyectos con otros o aceptar apoyo sin justificarte es
bueno para romper esa barrera.
El crecimiento, a menudo, se
parece a elegir distinto donde antes reaccionabas igual. Pequeños cambios,
sostenidos en el tiempo, construyen una vida más coherente con quien ya eres. Y
las etapas del desarrollo adulto de Covey funcionan como espejos. Nos permiten
ver desde dónde actuamos y hacia dónde podemos movernos con más libertad. No hay una forma perfecta de recorrer este camino,
pero sí muchas de volver a empezar con mayor consciencia.
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