23.11.20

Falta de rigor científico acerca de la teoría de la infección y las políticas de vacunación

LA MEDICINA OFICIAL COMPLETAMENTE EQUIVOCADA

VIRUS: UN ERROR DE INTERPRETACIÓN (I) 

El sarampión como ejemplo

Distinto a lo que la mayoría cree, no existe tal cosa como un virus causante de enfermedades. Las suposiciones sobre la existencia de los virus se basan en erradas interpretaciones que hemos arrastrado históricamente y no en engaños o en malas prácticas deliberadas, como yo mismo había supuesto antes. En la actualidad, nuevos y mejores hallazgos “científicos” explican el origen, el tratamiento y la prevención de todo tipo de enfermedades, no sólo las “virales”. Incluso, fenómenos tales como la aparición –simultánea o cercana en el tiempo– de síntomas que hasta ahora habían sido interpretados como consecuencia de un contagio por transmisión de patógenos, pueden ser explicados desde otra perspectiva gracias a estos nuevos hallazgos. El resultado supone una nueva concepción de la vida que realmente viene de antiguo, y de la integración cósmica de todos los procesos.

Esta “nueva”, o mejor dicho redescubierta, manera de ver las cosas sólo puede surgir fuera de la “ciencia”, entre otros motivos, porque los implicados en las instituciones científicas no cumplen con el primer y más importante deber científico, que no es otro que cuestionar y dudar constantemente de todo. De otra manera, ya hubiesen descubierto que las interpretaciones erróneas no sólo llevan mucho tiempo construyéndose, sino que, además, debido a los procesos “anticientíficos” de los años 1858, 1953 y 1954, se han convertido en un dogma.

La transición hacia una nueva explicación de la salud, la enfermedad y la curación sólo será posible en la medida en la que todos los terapeutas y científicos implicados puedan mantener su reputación intacta con ello. Abundan explicaciones, tanto desde el punto de vista histórico como desde la nueva concepción de la biología y de la vida, para todo tipo de emociones, de ignorancia y de comportamientos. Y ésta es la segunda buena nueva; la reversión y el perdón son tanto más efectivos cuando mejor se puedan comprender las cosas y aprender para el futuro.

Sin embargo, me consta que, para mucha gente, puede ser difícil de aceptar intelectualmente la explicación de la realidad que ofrezco en este artículo, en particular para aquellos directamente implicados en el tema, como son los médicos, los virólogos o aquellos empleados en el sector de la salud en general, y en especial para quienes han sido afectados por diagnósticos erróneos o que, debido a éstos, hayan perdido a seres queridos. La propia dinámica de las teorías de la infección, como en el caso del siDA, BsE, sArs, MErs, Corona y las diversas gripes animales, puede desembocar en el colapso del orden público; por tanto, pido por favor que todos aquellos que lleguen a descubrir los hechos concernientes a la “no existencia” de los supuestos virus, traten el tema de una manera lo más sistemática, objetiva y desprovista de emociones posible. 

La situación actual 

Todas las suposiciones que identifican a los virus como agentes causantes de enfermedades no son correctas y se basan en errores de interpretación fácilmente reconocibles, comprensibles y demostrables. Las causas reales de las enfermedades y de aquellos fenómenos adscritos a los virus ya han sido investigados y están al alcance de todos. En lugar de trabajar con virus, todos los científicos en el laboratorio trabajan con componentes típicos de células o de tejidos moribundos. Creen que dichas células y tejidos mueren porque han sido infectados por un virus. En realidad, esos tejidos y células de “laboratorio” están muriendo de envenenamiento e inanición como consecuencia de las condiciones metodológicas requeridas por el ensayo. En éstos, los virólogos retiran la solución nutritiva en la que conservan a las células y tejidos y los envenenan con antibióticos tóxicos para después exponerlos a sangre, saliva y otros fluidos corporales presuntamente infectados. De esa manera, creen que la muerte de las células y los tejidos es provocada por los virus, pero en realidad ésta ha ocurrido por sí misma sin la intervención de material “infectado” alguno. ¡Y los virólogos no han caído en la cuenta de esto!

Según la lógica científica, deberían haberse llevado a cabo necesariamente pruebas de control con este nuevo método descubierto para la supuesta multiplicación de virus, por las cuales descartar que el método mismo haya sido el que haya generado dichos resultados o los haya distorsionado. En estas pruebas adicionales –las pruebas de control– deberían haberse adicionado sustancias estériles o tejidos sanos de personas y animales a las moribundas células y tejidos bajo investigación. ¡Estas pruebas de control jamás se han llevado a cabo en esta “ciencia” hasta hoy! En el marco del proceso judicial del virus del sarampión, encargué a un laboratorio independiente la realización de estas pruebas de control, con el resultado de que los tejidos y las células murieron de manera idéntica a como lo habrían hecho si hubieran entrado en contacto con material supuestamente infectado.

El objetivo de las pruebas de control es descartar que el método o técnica empleado sea el que genere el resultado. Las pruebas de control son la máxima obligación y el fundamento exclusivo según un resultado pueda ser considerado científico. Como veremos más adelante, durante el proceso judicial sobre el virus del sarampión, el perito elegido por el jurado determinó que las publicaciones científicas sobre las que se fundamenta toda la virología no contienen ningún tipo de prueba de control. De ahí extraemos la conclusión de que los científicos implicados actúan de manera muy poco científica sin percatarse de ello.

La explicación de esta manera de proceder, incompatible con cualquier pretensión científica, tiene un punto de partida histórico: en junio de 1954 fue publicada una especulación contradictoria y anticientífica según la cual se consideraba la muerte de células y tejidos en un tubo de ensayo como un posible indicio de presencia de un virus. Seis meses después, el 10.12.1954, el autor de esta deliberación recibió el Premio Nobel de Medicina por otro tema distinto de naturaleza igualmente especulativa. Con esta distinción,1 la especulación de junio de 1954 fue elevada al rango de hecho científico y hasta hoy no ha sido cuestionada. Desde entonces, la muerte de células y tejidos en un tubo de ensayo se considera como prueba de la existencia de los virus. 

Los indicios aparentes de la existencia de los virus 

Todavía hay más. La muerte de tejidos y células también es descrita como el aislamiento del virus, en vista de que –presuntamente– se ha introducido a la muestra del laboratorio material de un organismo externo. Sin embargo, en el sentido estricto de la palabra aislamiento, un virus nunca se ha aislado, es decir, nunca se ha representado como un todo ni se ha caracterizado bioquímicamente. Las fotos del microscopio electrónico muestran en realidad componentes normales de células y de tejidos moribundos. Puesto que los implicados sólo CREEN que los tejidos y las células al morir se transforman completamente en virus, dicha muerte se describe también como multiplicación de éstos. Hasta hoy, los implicados sólo se limitan a creer, ya que el descubridor de este método publicó un artículo de fe que, gracias a su premio Nobel, se convirtió en el referente. Esto será ampliado más adelante.

Esta mezcla sin purificar, compuesta por células y tejidos moribundos provenientes de monos o fetos de res y por antibióticos tóxicos, es catalogada como una vacuna “viva atenuada” apta para su uso ya que, aparentemente, contiene virus debilitados. La muerte de tejido y células –a causa de inanición y envenenamiento, y no por una supuesta “infección”– se interpretó y se sigue interpretando erróneamente como prueba de la existencia de virus, así como prueba de su aislamiento o de su multiplicación.

De esta manera, la mezcla tóxica resultante, considerada como vacuna “viva atenuada”, contiene proteínas y ácido nucleico (ADN, ARN) ajenos al cuerpo humano, antibióticos citotóxicos, así como microbios y esporas de todo tipo. La vacuna se les administra a los niños en el hombro en una cantidad que, de ser inyectada en vena, podría causar la muerte con toda seguridad. Sólo en casos de desconocimiento absoluto y de confianza ciega en las autoridades estatales, que “prueban” y autorizan las vacunas, puede alguien describirlas como un “pequeño e inofensivo” pinchazo. Estos hechos demostrables constatan la peligrosidad y negligencia de aquellos científicos y políticos que alegan que las vacunas son seguras, que no causan efectos secundarios y que previenen contra las enfermedades. Nada de esto es verdadero ni corroborable; al contrario, al mirar de cerca desde una perspectiva científica, no se encuentra ninguna utilidad, sólo se encuentran confesiones sobre la falta de pruebas2acerca de su utilidad.

De los componentes de células y tejidos muertos se extraen componentes específicos que son erróneamente interpretados como virus y conceptualmente añadidos a un modelo de virus. En la totalidad de la literatura “científica” nunca aparece un virus real y completo. El proceso de construcción de un consenso con respecto a qué es y qué no es un virus enfrentó a los implicados en arduos debates que se demoraron décadas en el caso del virus del sarampión. En el caso del supuesto Coronavirus-2019 de China (renombrado entretanto a 2019-nCoV), este proceso de construcción de un consenso ha tardado sólo un par de clics de ratón.

De la sucesión molecular de pequeños fragmentos de ácido nucleico proveniente de células y tejidos muertos, cuya composición bioquímica ha sido previamente determinada, con un par de clics de ratón y un programa informático se construye, según requisitos, un presunto material genético mucho más largo y, en teoría completo, de un virus antiguo o nuevo. En realidad, estas manipulaciones, llamadas alignement (procedimiento de alineación), no arrojan como resultado un material genético “completo” de un virus, al cual se le denomina genoma. Durante el proceso de construcción conceptual de la “cadena de material genético viral”, las secuencias que no encajan se “pulen” y las que faltan se completan. De esta manera se inventa una “secuencia de material hereditario” que ni existe, ni se encuentra como un todo, ni se ha verificado.

En resumen, de pequeños trozos, previamente ordenados dentro de un modelo de cadena de material genético viral, se construye conceptualmente un trozo más grande que en realidad no existe. Por ejemplo, en la construcción “mental” de la cadena de material genético del virus del sarampión faltan, en los fragmentos de moléculas celulares bajo estudio, la mitad de las sucesiones moleculares que debieran representar un virus. Estas se generan bioquímicamente de manera artificial o en directo se inventan libremente.3

Aquellos científicos chinos que en definitiva alegan que, mediante determinados ácidos nucleicos provenientes en su mayoría de serpientes venenosas se ha podido construir el genoma del nuevo virus corona 2019 de China.4,son víctimas, como todos nosotros, de un desarrollo erróneo a escala global. Cuantas más cadenas de material genético “viral” sean inventadas, tantas más similitudes “coincidirán” con todo lo que hay. Pero, esta equivocación tiene una explicación. Gran parte de la ciencia académica funciona así: una teoría es inventada, uno se mueve dentro de esa teoría, se le denomina ciencia y se presupone que este actuar reflejaría la realidad. La realidad es que sólo se refleja aquella suposición original.5 

Los tests de los virus 

Ante la falta de pruebas de control, los involucrados aún no se han dado cuenta, hasta hoy, que los tests de detección de “virus” siempre detectan como “positivos” a un determinado número de personas en función de cómo se configure el procedimiento de la prueba o test. Para la comprobación del supuesto virus se emplea una plantilla que realmente no proviene de ningún “virus” sino de los tejidos, células y suero (sangre sin componentes sólidos) fetal con los que se ha trabajado, provenientes principalmente de animales como monos y vacas. En vista de que estos animales y las personas son bioquímicamente muy parecidos, está claro que sus componentes –erróneamente interpretados como “virus”– van a ser detectados en todas las personas por el procedimiento del test del virus. Algunos “virus” y sus respectivas vacunas – (pero no el “virus del sarampión”) proceden de fetos humanos abortados. Resulta obvio que, por un lado, los tests detecten únicamente moléculas presentes en cualquier ser humano y, por otro lado, que las vacunas puedan desencadenar reacciones alérgicas muy peligrosas definidas como “enfermedades autoinmunes”.

El empleo de suero fetal, considerado tejido líquido, ralentiza enormemente la muerte de las células y de los tejidos bajo estudio, hasta el punto en que, sin su utilización, los experimentos difícilmente podrían llevarse a cabo. Sólo el empleo de suero fetal sirve a los científicos: ni el suero de seres vivos adultos ni ningún otro producto sintético es equivalente. Dicho suero fetal no sólo está altamente contaminado, sino que además se obtiene de la manera más cruel posible de fetos animales y de sus madres sin anestesia alguna. Contiene todos los tipos de microbios conocidos e imaginables, sus esporas y una cantidad desconocida de proteínas. De este suero fetal se obtienen –así como de tejidos de riñones de simios– los componentes que conceptualmente conforman el modelo de virus, que no existe en realidad, y que la totalidad de la literatura “científica” nunca ha podido demostrar como un “virus” completo.

Estas sustancias son las bases de las vacunas, lo que hace entendible por qué especialmente las personas vacunadas son más proclives a resultar “positivas” en todos los “tests” de virus a los que se sometan. Los tests sólo comprueban la presencia de los componentes animales de los supuestos “virus” tales como proteínas animales y ácidos nucleicos, que, con frecuencia, son idénticos o parecidos a las proteínas y ácidos nucleicos presentes en humanos. Los tests virales, por tanto, no comprueban nada específico y en ningún caso la presencia de un “virus”, de manera que dichos tests no tienen ninguna validez. Sólo sirven, como en el caso del Ébola, VIH, gripe y demás, para causarle un shock paralizante al paciente, que por sí mismo puede llevarle a la muerte, o a un tratamiento erróneo más o menos peligroso o mortal.

Cabe aquí mencionar que todas las pruebas de detección de un virus nunca dicen “sí” o “no”, sino que se configuran de manera que sólo a partir de una determinada concentración se valora una muestra como “positiva”. De esta manera mu- chas, pocas o ninguna persona o animal pueden arbitrariamente resultar positivos en función de cómo se haya configurado el test. La dimensión de esta ilusión científica queda patente tan pronto como síntomas “normales” son descritos como SIDA, BSE, gripe, SARS, sarampión etc. exclusivamente cuando se presenta un resultado “positivo” de un test. 

Detalles determinantes 

Hasta 1952, los virólogos creían que un virus era una proteína o una encima tóxica, que era directamente venenosa y que de alguna manera se multiplicaba dentro del cuerpo humano y se propagaba entre humanos y animales. La medicina y la ciencia descartaron esta idea en 1951, ya que los supuestos virus nunca fueron visibles bajo el microscopio electrónico, y, ante todo, porque sí se llevaron a cabo pruebas de control. De esta manera, se reconoció que también en la descomposición de órganos y tejidos de animales sanos se generaban los mismos deshechos que anteriormente se catalogaban como “virus”. La virología se había contradicho a sí misma y se había rendido.

La esposa de Francis Crick, posteriormente galardonado con el premio Nobel, dibujó en 1953 una doble hélice y la publicó en la famosa revista científica Nature como un presunto modelo científico de un material genético, lo cual desencadenó un revuelo y una expectativa con muchas consecuencias posteriores y dio origen a la llamada genética molecular. De pronto se buscaban las causas de las enfermedades en los genes. La idea de lo que era un virus cambió de la noche a la mañana: ya no era una toxina, sino una secuencia genética peligrosa, un material hereditario, una peligrosa cadena de material genético viral. Fueron químicos jóvenes quienes fundaron la nueva virología del gen. Estos químicos no tenían ni idea de biología ni de medicina, pero contaban con recursos ilimitados para investigar. Ni ellos mismos sabían que la vieja virología se había rendido.

Hace más de 2000 años ya dijo Jesús: “Perdónalos, porque no saben lo que hacen”. En el año 1995, una vez hicimos la pregunta de la demostración y publicamos las respuestas, podemos añadir: y porque no pueden admitir que lo que han aprendido y practicado no es cierto y, aún más, que es peligroso para la salud. Porque hasta la fecha, nadie ha tenido la amplitud de miras ni el valor de decir la verdad y se han desarrollado todo tipo de conceptos carentes de demostración científica acerca del “sistema inmune” o de la “epigenética” para sostener unas teorías inventadas y ajenas a la realidad.

En 1858, la teoría de las células y de la enfermedad causada por un veneno (lat. Virus) de Virchow se elevó al rango de dogma y de ella se derivó por primera vez, por lógica forzosa, la idea de un virus no definido. Más tarde, apareció la idea de las bacterias patógenas, después la idea de las toxinas bacteriales, tras ella la idea del virus-toxina hasta desembocar en la renuncia de dicha teoría en 1952. Desde 1953, se desarrolló la idea del virus-gen a partir de la idea original de Virchow del veneno causante de enfermedades, y ésta sirvió como base para la elaboración de la teoría de los genes cancerosos. La “guerra contra el cáncer” se fundamentó durante la era Nixon y, posteriormente, la idea del gen capaz de cualquier cosa. Todas las ideas sobre los genes fueron completamente contradichas en el año 2000. En ese año se publicó con datos incoherentes el llamado Proyecto Genoma Humano con la ridícula afirmación de que había podido descifrarse todo el genoma humano, aun cuando más de la mitad tuvo que ser inventado.

Hasta hoy, la población no es consciente de que los académicos implicados muy difícilmente van a reconocer parte de su culpa en estos desarrollos erróneos con tan enormes repercusiones. 

Los supuestos bacteriófagos 

Lo que se conoce como bacteriófagos o fagos fueron el modelo para la idea, desarrollada en 1953, del virus-gen en el cuerpo humano, animales y plantas. Su existencia se conocía desde 1915, pero no fue hasta la introducción del microscopio electrónico en 1938, cuando se pudo fotografiar a estos fagos, aislarlos completamente como partículas y determinar y caracterizar bioquímicamente todos sus componentes de una vez. El aislamiento, que conlleva concentrar las partículas y separarlas de todos los demás componentes (= aislamiento) para posteriormente fotografiarlas en dicho aislamiento y caracterizar dichas partículas aisladas químicamente, nunca se ha llevado a cabo con los supuestos virus que afectan a humanos, animales y plantas por el mero hecho de que no existen.

Los investigadores de bacterias y fagos que, por el contrario, sí trabajan con estructuras reales, son los que aportan el modelo de cómo podrían verse los virus que afectan a personas, plantas y animales. Estos “especialistas en fagos” han pasado por alto en la caracterización de estos fagos como devoradores de bacterias, que el fenómeno de creación de estas partículas no es más que un efecto extremo del cultivo de bacterias de manera endogámica en laboratorio. Este efecto, la formación y liberación de fagos (devoradores de bacterias, alias virus de las bacterias), no se encuentra en bacterias auténticas recientemente obtenidas de organismos o del entorno. Las bacterias no cultivadas se transforman en las conocidas como formas de supervivencia, las esporas, cuando a dichas bacterias se les retiran lentamente las soluciones nutritivas o las condiciones de vida se vuelven imposibles. Esta forma de espora les permite sobrevivir largo tiempo o hasta “infinito” de manera que, una vez que vuelvan a darse las condiciones de supervivencia necesarias de dichas esporas, volverán a surgir automáticamente nuevas bacterias.

Sin embargo, si estas bacterias son aisladas para luego ser multiplicadas una y otra vez, pierden poco a poco todas sus cualidades y capacidades. Muchas de ellas mueren durante el proceso de cultivo endogámico, pero no automáticamente, sino que se transforman abruptamente en pequeñas partículas que, dentro de la concepción de la teoría del bien y el mal, son interpretadas erróneamente como bacteriófagos. En realidad, estas bacterias están constituidas por los “fagos” y se reconvierten nuevamente en estas formas de vida cuando las condiciones de supervivencia no son las idóneas. Günther Enderlein (1872–1968) describió este proceso de generación de bacterias a partir de estructuras invisibles, así como su evolución a formas más complejas y su vuelta a la etapa anterior.

Basado en estos motivos rechazó la teoría de las células según la cual la vida procede de las células y está celularmente organizada. Yo mismo, siendo un joven estudiante, aislé uno de estos “fagos” encontrado en un alga marina y en su momento creí haber descubierto el primer virus “inofensivo”, el primer “sistema de virus-huésped”.

La concepción de que las bacterias son organismos que pueden vivir autónomamente sin otros seres vivos no es correcta. De manera aislada mueren automáticamente transcurrido un tiempo. Los implicados no han caído en la cuenta de que tras el “aislamiento” exitoso de una bacteria una parte de la muestra se congela y se trabaja con ella durante décadas. El concepto de la bacteria, la idea, de que puede ser un organismo vivo autónomo, es un artefacto de laboratorio, es un error de interpretación.

La suposición resultante de que las bacterias no mueren es también incorrecta. Inmortales son las bacterias únicamente cuando se encuentran en simbiosis con muchas otras bacterias, hongos y posiblemente con muchas otras formas de vida desconocidas, o difícilmente caracterizables, como las amebas. Las amebas, bacterias u hongos, crean esporas tan pronto como las condiciones de vida dejan de ser las óptimas y despiertan tan pronto como éstas vuelven a un nivel óptimo. Si se compara con el ser humano se llega a la misma conclusión: Sin un entorno vivo, del cual, y con el cual se pueda vivir, nada puede existir.

Esto va más allá. No sólo la concepción antes mencionada se cae por su propio peso, también la idea y la suposición del hecho aparentemente comprobado de una materia muerta. Las observaciones y suposiciones de una “materia activa” (como los físicos la denominan) y animada es desestimada como vitalismo anticientífico. Sin embargo, hay indicios de que todos los elementos, a los que la “opinión predominante” de la “ciencia” no les concede ninguna fuerza vital, se desarrollan desde la sustancia original de la vida: la sustancia de la membrana del agua. De los elementos se originan los ácidos nucleicos y en torno a ellos la vida biológica en forma de amebas, bacterias, tardígrados (osos de agua) y otras formas cada vez más complejas. Hay dos saberes que fundamentan este enfoque. El primero de ellos puede uno verlo en sí mismo y en otros, en concreto que la vida biológica en forma de nuestro cuerpo es una materialización de unidades de conciencia.

Las interacciones y cambios concretos de nuestros órganos y psique, causados por choques de información como por ejemplo una palabra hiriente o liberadora, son entendibles y corroborables en uno mismo y en otros y permiten una cierta predictibilidad. Con ello se cumplen los tres criterios de la caracterización científica. Estos conocimientos y este saber acerca de las interrelaciones nos liberan de la mentalidad dualista de bueno-malo llena de miedo y de los consiguientes patrones de conducta. Con esta iluminadora comprensión se explican los fenómenos de la enfermedad, la curación, las crisis en los procesos de curación, los bloqueos en dichas curaciones y los fenómenos de la sucesión de enfermedades, alias contagios en la antigua manera de pensar. Virus, es hora de que te vayas.

La pesadilla de los científicos materialistas parece haberse hecho realidad: la materia, en apariencia inanimada, es materia animada y vital. El vitalismo, según el cual hay una fuerza vital inherente a todo, fue combatido por los filósofos griegos post-socráticos Demócrito y Epicurio y por la Ilustración que se remitió y legitimó expresamente en ellos. La fundamentación explícita era evitar que se repitiera el abuso de la fe que se había dado a lo largo de la historia. Hasta aquí, todo bien. Sin embargo, los ilustrados obviaron que al negar y desestimar como no cuantificable a la conciencia, al espíritu y a sus áreas de efecto, se convirtieron ellos mismos de manera no intencionada en destructores de la vida y en enemigos mortales del hombre. Ellos adaptaron en su concepción materia- lista del mundo, punto por punto, todas las interpretaciones históricas del dualismo del bien y el mal, características de los filósofos, de las religiones y de los teóricos del estado.

Estas interpretaciones del bien y el mal, descubiertas y descritas por Silvio Gesell (en el campo de la medicina) y por Iván Illich (en general), se incrementan constantemente por motivos de beneficio económico, con consecuencias fatales. Nuestro sistema monetario, con su inherente imposición de crecimiento constante y creciente, genera crisis cíclicas y conlleva ganadores cada vez más poderosos y simultáneamente pobreza y miseria crecientes. Los implicados, que desconocen los obstinados y matemáticos mecanismos propios del sistema monetario, interpretan esto como la existencia de un principio independiente de maldad. Las personas éticamente puras del lado de los ganadores entienden sus ganancias, inevitablemente generadas, como gracia o elección divina. Esto no sólo fue la base del maniqueísmo (Mani = fundador de la religión, sus seguidores = maniqueos), sino que además fue y es la fuerza de empuje de los aspectos peligrosos y las repercusiones de la industrialización, como ya detectaron Max Weber y otros. 

Resurrección de la virología abandonada en 1951/1952 por el ganador del premio Nobel, John Franklin Enders 

El contexto más amplio del desarrollo erróneo de la biología y medicina, el dogma infundado de la llamada teoría celular según la cual el cuerpo se desarrolla a partir de células y no de tejidos, ya ha sido tratado en diferentes publicaciones de la revista WissenschaftPlus desde 2014. En 1858 fue libremente inventada la teoría celular de la vida, la “patología celular”, base exclusiva hasta hoy de la biología y medicina. Ésta alega que todas las enfermedades provienen de una célula que se degenera creando un veneno, virus en latín, que enferma. Dos puntos fundamentales fueron condición indispensable y base de la aceptación global actual de la patología celular, sobre la que se desarrollaron necesariamente las teorías de la infección, del cáncer, de los genes y del sistema inmune:

a. La teoría celular sólo pudo imponerse gracias a que Rudolf Virchow ocultó conocimientos cruciales sobre los tejidos. Los conocimientos ya existentes en 1858 acerca de la constitución, función e importancia central de los tejidos en el desarrollo y visibilidad de la vida refutaban en lo fundamental a la teoría de la célula y las teorías de ella derivadas del cáncer, los genes y la inmunidad.

b. Las teorías de la infección sólo pudieron establecerse como un dogma global gracias a las políticas concretas y a la euge- nesia del Tercer Reich. Antes de 1933 determinados científicos se atrevían a contradecir estas teorías, después de 1933 estos científicos críticos fueron apartados. Cabe mencionar que tanto los expertos de uno y otro lado se encontraban mayoritariamente en Alemania por aquel entonces.

Para trabajar con “virus” y poder llevar a cabo pruebas aparentes de infección, los “primeros” virólogos previos a la renuncia de la virología en 1952 estaban obligados a licuar y filtrar los tejidos “enfermos” y descompuestos. El filtrado concentrado contenía, según se creía, el veneno de la enfermedad, una toxina, que era constantemente producida por las células enfermas. Un “virus” era hasta 1952 un veneno patógeno en forma de una proteína que, como una enzima, de manera desconocida causaba un daño que desembocaba en una enfermedad y que podía propagarse. La idea de un virus tras 1953, año de la publicación de una supuesta sustancia genética en forma de hélice alfa, era una perniciosa sustancia genética envuelta en una capa de proteína. Entre 1952 y 1954 tuvo lugar un cambio de paradigma de cómo debía de imaginarse un virus.

Con los líquidos filtrados de órganos o fluidos descompuestos, que supuestamente contenían dichas proteínas y enzima que representaban al virus, se llevaron a cabo “experimentos de infección” con animales. Los resultados debían demostrar que había un virus presente y que causaba la enfermedad que se le atribuía. Lo que nunca se mencionó públicamente es que los síntomas atribuidos al virus nunca pudieron replicarse en los experimentos con animales, sólo se consiguieron síntomas “similares”. Estos síntomas similares en animales se equiparaban con las enfermedades humanas. Esto no puede considerarse como una comprobación científica, al contrario.

Aún hoy faltan en los “experimentos de infección” pruebas de control, es decir, la comprobación de que los síntomas provoca- dos sean causados por un virus y no por la “manipulación” de las muestras durante el llamado “experimento de infección”. Con el fin de descartar que no fueron los fluidos de tejidos descompuestos los que causaron los síntomas en las pruebas con ani- males, se debería de haber llevado a cabo exactamente el mismo procedimiento, pero con otros fluidos esterilizados, para comparar. Esto en cambio nunca ha ocurrido. Hasta hoy se llevan a cabo experimentos crueles con animales durante los que –como, por ejemplo, para demostrar la transmisibilidad del sarampión– se inmoviliza y rasura a un mono en una cámara de descompresión y se le introduce supuesto líquido infectado mediante una sonda por la nariz hasta llegar a la tráquea y los pulmones. Los mismos daños en el animal serían causados por el empleo de una solución de sal de cocina, de sangre esterilizada, pus o saliva. Los síntomas provocados, que sólo son “parecidos” a los del sarampión, son equiparados igualmente a los del sarampión.

Los fluidos presuntamente infectados son pasados por un filtro impermeable a bacterias y/o calentados ligeramente. De esta manera deducen los científicos que el sufrimiento y la muerte de los animales en los experimentos de infección no será provocado por bacterias, sino por patógenos más pequeños, los virus. Los implicados ignoran hechos ya conocidos anteriormente, como que existen un número extremadamente más alto de bacterias desconocidas que conocidas, que muchas de ellas son resisten- tes al calor y que sus esporas no se pueden filtrar. Aquí también es importante mencionar que de igual manera no hay indicios de que las bacterias provoquen enfermedades. Toman parte a menudo en procesos de enfermedad como lo hacen los bomberos para apagar un incendio. No son causantes, sino parte de los procesos de reparación con pleno sentido biológico. Como prueba aparente del supuesto papel negativo de las bacterias tenemos sólo –como en el caso de los virus– experimentos con animales extremadamente crueles y sin sentido que adolecen del mismo problema: la falta de pruebas de control. 

Enders y la Polio 

Hasta el año 1949, los virólogos reproducían los presuntos virus-proteína poniendo un fragmento de material descompuesto proveniente de un “tejido infectado” por el virus sobre una lámina de tejido “sano” del mismo tipo. La propagación de la descomposición, que era visible y pasaba del tejido “enfermo” al sano, se interpretó erróneamente como la multiplicación y propagación del virus, del veneno patógeno. Las pruebas de control, llevadas a cabo en 1951 por primera vez por los virólogos de entonces, constataron que se trataban de procesos de descomposición normales y no de un virus presente únicamente en tejidos “enfermos”.

Enders “descubrió” por casualidad en 1949 –en un momento en el que no pudo disponer de tejido nervioso reciente y “sano”– que también otros tejidos distintos a los nerviosos se veían afectados por la descomposición cuando entraban en contacto con fragmentos de cerebro de una persona muerta por “polio”. Hasta entonces los virólogos tenían la creencia de que cada virus podía reproducirse únicamente en aquellos tejidos a los que podía dañar. Por el supuesto “descubrimiento” de que los “virus” pueden multiplicarse en otros tejidos dentro del cuerpo humano sin dañarlos, Enders y sus colaboradores obtuvieron el 10 de junio de 1954 el premio Nobel de Medicina.

Desde entonces, el presunto “virus de la Polio” se reproducía mezclando piel humana de un feto y tejido muscular de un feto con fragmentos de cerebro de personas muertas por polio y llevando la mezcla a la descomposición. El filtrado resultante se consideraba que contenía el virus. El famoso Jonas Salk tomó esta idea sin mencionar a sus descubridores. El filtrado de piel y músculo de feto humano lo empleó Salk como vacuna contra la Polio y declaró ante el New York Times que la vacuna era efectiva y segura, lo cual le generó a Salk ganancias de millones, gracias a la vacuna contra la Polio. Por supuesto, no implicó a los descubridores de esta idea de emplear tejidos de fetos humanos descompuestos.

Por estos motivos, Enders trabajó bajo mucha presión para desarrollar una nueva técnica sobre la cual pudiera reclamar sus derechos desde el principio. Decidió apoyarse en el segundo ámbito más lucrativo de la teoría de la infección: la sintomática definida como sarampión. Así, Enders trasladó la idea y los métodos de la bacteriología y creyó que los fagos eran los virus de las bacterias.

Análoga a la técnica ya conocida de demostrar la acción bactericida de añadir fagos a un césped bacteriano (placa Petri con una gelatina que contiene bacterias y alimento para las mismas), Enders desarrolló una para los virus en la que, a un frotis de tejido, se le añadían fluidos presuntamente infectados. De manera análoga a la muerte de las bacterias por los fagos, la muerte del frotis de tejido con la presencia del supuesto virus del sarampión fue equiparada con la prueba de su existencia, de su aislamiento y de su reproducción. Exactamente este mismo protocolo es el empleado hoy para el sarampión y, con pequeños cambios, para la “comprobación” del resto de virus causantes de enfermedades. La mezcla de tejidos y células muertas es calificada como vacuna “viva atenuada”. No obstante, si los científicos sólo aíslan proteínas individuales del virus, asumen que éste ha “muerto”; y si se emplean estos componentes individuales para las vacunas, hablamos entonces de vacuna inactiva o muerta.

En comparación con otras vacunas, Enders asoció un notorio alto número de muertos y afectados por la vacunación de Polio de Salk a la contaminación de la vacuna con otros virus humanos desconocidos; argumento al que, por otra parte, se aferran sin fundamento los conspiradores del “bien y el mal” con sus suposiciones acerca de los virus creados en laboratorio y las armas biológicas. Enders trabajó por tanto con tejidos de riñones de mono y de suero fetal (sangre sin componentes sólidos) provenientes de caballos y terneros, y no de humanos.

Hay cuatro diferencias determinantes que distinguen la comprobación de los fagos de las bacterias, que realmente existen, de la comprobación, según Enders, de los presuntos “virus” de humanos y animales. Estas diferencias hacen aún más evidente lo erróneo de las hipótesis de Enders; quien debido a su premio Nóbel –y a pesar de sus dudas claramente formuladas– llevó a todo el gremio, y con él a todo el mundo (ver sólo el pánico del coronavirus) a una trampa… con la excepción de un bonito e inquebrantable pueblo suabo a orillas del lago Constanza:

  1. Los fagos de las bacterias son aislados en realidad, y en un sentido pleno de la palabra “aislamiento”, con métodos estándares (centrifugación por gradiente de concentración). Justo tras el aislamiento son fotografiados en el microscopio electrónico; y en un paso es determinada tanto su pureza como la composición bioquímica de sus componentes: las proteínas y el material hereditario contenido.
  2. En el caso de todos los “virus” de humanos, animales o plantas, nunca se ha aislado un virus, tampoco se ha fotografiado en aislamiento y sus componentes no se han representado bioquímicamente. Lo que ocurrió fue un proceso de construcción de un consenso que, a lo largo de los años, fue identificando componentes individuales de células muertas y asignándolos conceptualmente a un modelo de virus. En este proceso de interpretación estaban los fagos, que sirvieron como modelos para los primeros “virus” dibujados.
  3. Los tejidos y células empleados para la “comprobación y reproducción” de los “virus” son previamente tratados de manera muy concreta antes de ser expuestos a la “infección”. Primero se les retira el 80% de la solución nutritiva para dejar hambrientas a las células y que absorban mejor a los virus. La muestra es expuesta a antibióticos para descartar que sean las bacterias –siempre presentes en los tejidos y en los sueros– las causantes de la muerte del tejido. Desde de 1972, la Bioquímica reconoció que los antibióticos empleados ya dañan y matan a las células por sí mismos sin que los virólogos tuvieran este hecho en cuenta. Los factores de “inanición” y “envenenamiento”, que en evidencia causan la muerte de las células, son en cambio interpretados erróneamente como prueba de la presencia, aislamiento, efecto y multiplicación de los supuestos virus.
  4. Las pruebas de control obligatoriamente requeridas por la ciencia, con las cuales se podría descartar, que en lugar de un virus lo que hay es solamente componentes típicos de células erróneamente interpretados como virus, no se han llevado nunca a cabo. Estas pruebas de control sí se llevaron a cabo en el caso de los fagos con su correspondiente comprobación, aislamiento y caracterización tanto bioquímica como mediante el microscopio electrónico.

Las especulaciones de Enders del 1 de junio de 1954 acerca de la posible comprobación de un “agente” que “eventualmente pudiera” tener un papel en el sarampión fueron elevadas al rango de “hecho científico” tras ganar el premio Nobel por su “vacuna de la Polio”, hecha con fetos humanos. No sólo eso, dichas especulaciones acabaron siendo la base fundacional de la nueva virología genética después de 1952. Unos meses después de ganar el premio olvidó y ocultó sus dudas expuestas en la publicación de 1954. Él supuso –molesto por el robo de la idea de la vacuna de la Polio por Jonas Salk– que todos los futuros desarrollos referentes a una vacuna del sarampión se basarían en su técnica.

Enders, en el proceso de matar sus cultivos de tejido de manera inintencionada (sin pruebas de control –¡lo que juega un rol principal en la defensa frente a la imposición de la vacuna del sarampión!–, añadió un frotis de un joven de 11 años, supuestamente enfermo de sarampión, llamado David Edmonston a su muestra de tejido, lo que dio al modelo original del virus del sarampión, así como a la vacuna, el nombre de “cepa Edmonston”. Aquí cabe mencionar que la sin- tomatología adscrita a una enfermedad concreta cambia con el tiempo y en aquel entonces la enfermedad del joven fue identificada como “sarampión”. Incluso hoy una enfermedad puede tener distintas definiciones según el país. Como ya hemos mencionado, la muerte del tejido de muestra fue conceptualmente englobada dentro de un modelo de virus. Una parte de la mezcla de tejido inintencionadamente muerto de simio y de suero fetal de ternero se congela para, a través de la sucesiva inoculación de tejidos muertos, fabricar nuevamente “virus del sarampión” y “vacunas vivas atenuadas” del mismo. Es decir, el cultivo celular original que dio lugar al “virus” y a la “vacuna” se renueva progresivamente. 

La importancia de la victoria en el proceso judicial del virus del sarampión 

Los puntos decisivos del proceso judicial del virus del sarampión (2012 – 2017) como los dictámenes periciales, protocolos y sentencias a los que en lo sucesivo me voy a referir, se pueden encontrar de manera gratuita en internet en  www.wissenschafftplus.de/blog/de. otros dictámenes periciales y refutaciones de las suposiciones del virus del sarampión, que el jurado no tomó en cuenta, pueden encontrarse publicadas entre 2014 y 2017 en diversas ediciones de la revista WissenschafftPlus.

El trasfondo del proceso judicial del virus del sarampión comenzado en 2011 fue, nada más y nada menos, la protección de la exigencia de vacunarse obligatoriamente contra el sarampión. Una antigua ministra federal de justicia me llamó y me preguntó por pruebas actuales con las que evitar la imposición de la vacunación obligatoria frente al sarampión. Un fiscal superior nos dio el consejo de organizar un concurso para así asentar, en el juicio resultante, un precedente judicial en el derecho civil que asentara que no hay pruebas científicas para las suposiciones acerca de la existencia de un virus del sarampión, ni de la supuesta seguridad y eficacia de una vacuna contra el mismo. Esto funcionó completamente y se puede comprender si se sabe que la publicación de John Franklin Enders del 1 de junio de 1954 se convirtió en la única y exclusiva base de toda la nueva virología del gen; es decir en la base de la producción de vacunas con “virus vivientes”, después de que la vieja virología se auto disolviera en 1951–1952.

Como sabía que el Instituto Robert Koch (IRK), en contra de su obligación legal, no había publicado un solo documento sobre la supuesta existencia del virus del sarampión, exigí para la obtención de un premio de 100.000 euros la presentación de una publicación científica del IRK que incluyera una argumentación pormenorizada y científica que evidenciara la existencia del virus del sarampión. Un joven médico proveniente del Sarre me presentó seis publicaciones, ninguna de ellas del IRK: la publicación original de Enders del 1 junio de 1954 y otras cinco que se refieren exclusivamente a Enders, entre ellas la única revisión sistemática del estudio del virus del sarampión. En este trabajo se relata con detalle la ardua búsqueda de un consenso, que duró décadas para determinar qué componentes de los tejidos moribundos debían ser incluidos en el modelo del virus del sarampión y cuáles no. Además, se describe cómo el modelo del virus del sarampión fue modificado constantemente.

Yo le respondí al joven médico que, en las publicaciones presentadas, no se veía en ninguna parte estructuras virales, sino componentes y estructuras propias de las células. Él, por su parte, me urgió a pagarle la suma completa del premio con el fin de evitarme una ardua (como así fue) “disputa legal”. Luego, interpuso una demanda judicial ante el jurado provincial de Ravensburg sin presentar las seis publicaciones. El jurado falló en mi contra sin ni siquiera haber tenido en la mano las seis publicaciones ni haberlas incluido en el acta. Además, la condena impuesta por el jurado provincial de Ravensburg tuvo lugar en condiciones fuera de lo común.

El demandante, en el juicio de apelación ante el tribunal Superior de Justicia de Stuttgart, reconoció ante el juez que no había leído las seis publicaciones. Él confiaba, por tanto, exclusivamente en la “ardua disputa legal” como única vía para derrotarme a mí y, por ende, derrotar la refutación central del concepto de vacunación.

Probablemente fue víctima él mismo de la creencia errónea de los virus al confiar en sus colegas, los mismos que tampoco se percataron del desarrollo erróneo de la medicina desde 1858. El no querer comprobar ni poner en duda sus hipótesis, los hizo tanto agresores como víctimas de la creencia en las teorías de la infección y en la confianza en las vacunas.

Es creíble que el demandante, que me presentó a mí las publicaciones, pero no al jurado, nunca leyera los textos. Como mínimo él no los buscó, ya que son exactamente las únicas publicaciones, entre los más de 30,000 artículos científicos que tratan el “sarampión”, que hacen referencia a la hipótesis de que el sarampión existe. Todos los demás, cuya cantidad es imposible de manejar por una sola persona, parten “a priori” del hecho de que el virus del sarampión existe y se limitan a remitirse “a la cita de la cita” sin tratar el tema de la existencia directamente. En conclusión, todo se retrotrae a la aparente “demostración” llevada a cabo por Enders el 1.6.1954.

El jurado del tribunal de distrito de Ravensburg se decidió en 2014 a procesar la demanda interpuesta por el ya enton- ces médico y concluyó que, para el pago del premio, no era necesario presentar publicaciones del Instituto Robert Koch. También se concluyó que tampoco era necesario que la comprobación de la existencia del virus fuera presentada en una única publicación, sino que la exigencia de comprobación del concurso podía cumplirse con la suma de 3366 publicaciones (la suma de publicaciones citadas en los 6 artículos presentados como evidencia) de los años 1954 a 2007.

El perito seleccionado por el jurado, el Prof. Dr. Dr. Podbielski de Rostock, argumentó en consecuencia (o el jurado provincial ajustó su decisión de apertura a la opinión del experto): “Tengo que aclarar con respecto a la terminología, que las comprobaciones en el sentido clásico como en la matemática y la física no se pueden dar en la biología. En la biología sólo se puede de antemano recabar indicios, que en algún momento en su conjunto pueden alcanzar valor probatorio”.

Debido a esta suposición extremadamente anticientífica, fruto de la falta de pruebas de Podbielski y de su sesgo causado por las discrepancias entre la realidad y sus creencias preconcebidas, ocurrió algo que los investigadores de la conducta definen como conducta de desplazamiento. Podbielski inventó, en su desesperación, una excusa a modo de escapatoria, concretamente que la biología y la medicina que se basa en ella, la vacunación etc. son per se anticientíficos y carecen de comprobación posible: sólo una colección de indicios puede “en algún momento” y “de alguna manera” (=práctica) alcanzar valor probatorio. Dicha confesión sobre la poca practicidad de la biología y medicina actuales, así como de su evidente falta de rigor científico, no se ha plasmado nunca de manera tan clara.

Lo más importante ahora mismo es hacer un uso efectivo, por ejemplo por la vía legal, de estas y otras evidencias sobre la falta de rigor científico acerca de la teoría de la infección y de las políticas de vacunación, que ya están suponiendo una agresión a nuestros derechos fundamentales. Desde el 13 de febrero de 2020 se estableció con carácter legal la obligatoriedad de la vacunación del sarampión en Alemania y el 1 de marzo de 2020 se hizo efectiva dicha imposición. Esta imposición debe desaparecer.

Continuación de este artículo sobre:

1. La obligación de la ciencia a realizar pruebas de control. En contra de la declaración judicial protocolizada del profesor Podbielski y de sus suposiciones, ni la publicación central presentada como prueba de la existencia del virus, ni las publicaciones subsiguientes, contienen pruebas de control.

2. La importancia central del veredicto judicialmente vinculante del tribunal superior de justicia de Stuttgart del 16 de febrero de 2016, número de expediente 12 U 63/15, para la totalidad de la virología y de la vacunación.

3. Reportes y recomendaciones que ya se han llevado a cabo para “revertir” la obligatoriedad de la vacunación del sarampión serán expuestos en la próxima edición Nr. 2/2020 de WissenschafftPlus.

https://joanfliz.blogspot.com/2020/11/la-medicina-oficial-esta-completamente.html  

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