APAGÓN: EL FIASCO DE LAS RENOVABLES
La incompetencia del actual gobierno quedó al desnudo hace
unos días cuando el país sufrió un apagón total y se sumió en un caos sin
precedentes. Afortunadamente ocurrió en un templado día de primavera y no en
medio de una helada o de una ola de calor.
La población no fue informada y nadie sabía lo que estaba ocurriendo ni cuánto iba a durar. Las luces se extinguieron; los ascensores se pararon atrapando a sus ocupantes; los trenes y metros se detuvieron en mitad del campo o de oscuros túneles; las gasolineras dejaron de bombear; las comunicaciones enmudecieron y los medios electrónicos de pago se convirtieron en chatarra inútil. Lo peor de todo es que los enfermos cuya vida depende de ventiladores mecánicos vivieron horas angustiosas. Hubo muertos.
Las razones del apagón
¿Qué ocurrió? Para comprenderlo debemos dejar de distraernos
con el incidente primario que dio lugar a la desestabilización del sistema (una
avería, una desconexión), que resulta irrelevante. En efecto, un sistema
eléctrico robusto debería haber podido encajarlo con daños limitados en tiempo
y alcance. De hecho, la red eléctrica sufre centenares de averías cada año que
pasan desapercibidas para el consumidor.
El problema es que nuestro sistema eléctrico ha perdido su
robustez y se ha convertido en inestable y frágil por culpa del exceso de
energías renovables. Ésta es la causa remota del apagón, como enseguida
identificó la prensa extranjera (a lo largo de este artículo, renovable
significará eólica y solar excluyendo la energía hidráulica, salvo
especificación contraria).
Por lo tanto, la responsabilidad del apagón recae en la
incompetencia y fanatismo verde de Sánchez y su exministra Ribera, y,
anteriormente, en la política energética seguida desde 2004 por el tándem
Zapatero-Rajoy. Hoy, un desproporcionado 54% de la potencia eléctrica instalada
en nuestro país corresponde a energía eólica y solar, porcentaje que sigue
creciendo por ideología y electoralismo, y no por el interés general. Esto
implica que nuestro sistema eléctrico descansa sobre fuentes intermitentes y
poco fiables, lo que lo ha convertido en un sistema frágil.
Un sistema frágil
La fragilidad es un concepto difícil de interiorizar. Si
usted conduce sin cinturón, aumenta su fragilidad, pero puede que durante mucho
tiempo no lo note. Sin embargo, si un día tiene un accidente, ir sin cinturón
puede causar un daño irreparable en vez de quedarse todo en un pequeño susto.
Del mismo modo, puede que las renovables tengan mucho peso
en el mix de generación y durante mucho tiempo nada ocurra,
pero si se produce un incidente serio, la probabilidad de que se sufra un
apagón total aumenta exponencialmente. La ignorante presidente de REE, que ni
dimite ni se disculpa, parece no comprender un concepto tan sencillo, pero,
claro está, no está en su cargo por su currículum, sino por su afiliación
política.
¿Por qué aumenta la fragilidad del sistema con las energías
renovables? Explicarlo en tres párrafos no es sencillo, pues la física no es
intuitiva, lo cual contribuye a la confusión de la población, para alegría de
Sánchez.
Lo primero que hay que tener en cuenta es que la producción
y el consumo de electricidad deben estar siempre en equilibrio. Este equilibrio
mantiene el ritmo cardiaco del sistema eléctrico (la frecuencia) constante.
Pero cuando producción y demanda se desequilibran la frecuencia deja de ser
constante: si se genera más electricidad de la que se consume, la frecuencia
sube; si la generación cae por debajo de la demanda, la frecuencia baja. El
problema es que, a diferencia del corazón (que puede latir a 60 pulsaciones por
minuto y también a 120), el sistema eléctrico sólo tolera pequeñas oscilaciones
de frecuencia en un rango muy estrecho. Cuando las oscilaciones superan esos
umbrales, ni los elementos de producción de electricidad (una central) ni los
de consumo (su nevera) pueden funcionar correctamente.
Así, si se desestabiliza el sistema se produce una especie
de arritmia que puede llegar a causar un paro cardiaco (el apagón), que es la
desconexión en cascada por autoprotección de las fuentes de generación. Para
evitarlo, toda buena red eléctrica posee un eficaz sistema doble de
autorregulación que recupere la frecuencia (el pulso) normal.
Primero, las fuentes de energía que tienen inercia mecánica
(con turbinas que giran) dotan de estabilidad al sistema ante pequeños
incidentes. Es la misma inercia que hace que un coche o un barco continúen
avanzando, aunque se haya parado el motor. La inercia resiste cambios rápidos
en la frecuencia y da tiempo al operador a responder a contingencias, y se ha
aprovechado para estabilizar las redes eléctricas desde 1882.
Segundo, si la fuente de energía es controlable y regulable,
el operador podrá aumentar o disminuir a voluntad la producción eléctrica del
mismo modo que subimos o bajamos el volumen de una radio. Las fuentes de
energía que lo permiten se denominan «regulantes», e incluyen la hidráulica, el
ciclo combinado, el carbón o el gas.
El fiasco de las renovables
Pues bien, las renovables no son regulantes ni poseen
inercia utilizable. Por tanto, cuanto más peso tengan estas energías en la
generación de electricidad, menos armas tendrá el sistema para corregir
desequilibrios y mayor es la probabilidad de un apagón general.
Pero aún hay más. Las energías renovables son intermitentes,
pues dependen de que sople el viento o luzca el sol, y pueden producir cuando
haya poca demanda o dejar de hacerlo cuando haya mucha. En el pico de demanda
eléctrica invernal la fotovoltaica apenas produce, pues hay pocas horas de sol,
mientras que en el pico de demanda veraniega (por aires acondicionados), la
eólica produce menos, pues sopla menos viento.
De hecho, la producción eólica y solar varía de minuto en
minuto debido a las rachas de viento o a nubes pasajeras, lo que lleva a
preguntarnos qué sentido tiene utilizar fuentes volátiles para hacer frente a
una demanda de electricidad que es mucho más estable.
La intermitencia de eólica y solar conlleva que posean un
rendimiento escaso con un factor de capacidad del 22% y 16%, respectivamente,
según datos de REE. Dicho de otro modo, una planta fotovoltaica producirá a lo
largo del año sólo la sexta parte de lo que podría producir si funcionara todos
los días del año (24/7). En comparación, el factor de capacidad de la energía
nuclear es del 82%.
El problema de la falta de rendimiento de las renovables se
ha agravado conforme ha ido aumentado la capacidad instalada, pues las primeras
plantas eólicas y fotovoltaicas ocuparon los lugares con mayor viento y
radiación solar mientras las demás han ido ocupando zonas con condiciones
técnicamente menos idóneas. La eficiencia del conjunto sólo puede ir a peor si
siguen sumando nuevas centrales.
Además, el contraste entre la estabilidad de la demanda
eléctrica y la inestabilidad e intermitencia de la producción de renovables
exige que haya siempre fuentes de apoyo de generación tradicional para cuando
el viento no sople y el sol no luzca (para empezar, de noche). Por ello, la
expresión «100% renovables» supone una engañifa. Siempre hay detrás fuentes
tradicionales.
Las renovables encarecen la factura eléctrica por una doble
vía. Por un lado, exigen duplicar o sobredimensionar la potencia instalada. Por
otro, exigir a las fuentes tradicionales arrancar y parar continuamente al
capricho del sol y del viento (en vez de funcionar a su régimen normal de
trabajo) aumenta su coste de mantenimiento y acorta su vida útil, al igual que
un coche consume mucho más en ciudad —arrancando y parando constantemente— que
cuando circula por carretera a velocidad constante. En definitiva, todo el
sistema debe forzarse para acoplar artificialmente unas fuentes ineficientes
que están ahí por razones fundamentalmente políticas.
Por último, los daños medioambientales que causan las renovables
son evidentes: desde el punto de vista del terreno que ocupan, las plantas
eólicas o fotovoltaicas exigen 28 y 18 hectáreas, respectivamente, por MW
instalado, frente a las 5 Ha/MW de una central nuclear o de gas.
Adicionalmente, las eólicas causan daños directos a la fauna y las
fotovoltaicas producen un efecto de isla de calor aumentando la temperatura
local, sin contar con el afeamiento estético que supone ver el campo arrasado
por esos espantajos.
Un paso atrás
En definitiva, las energías renovables han sido menos un
avance de la ciencia que el resultado de una moda política regada con generosas
subvenciones a costa del consumidor y contribuyente, inicialmente a la
construcción (que continúa hoy para el autoconsumo) y más tarde vía tarifa y
prioridad de despacho. Si en nuestra política energética hubieran primado
razones técnicas, las energías renovables podrían constituir un complemento,
pero jamás se habrían convertido en la base de nuestro sistema eléctrico.
Las tecnologías eólica y fotovoltaica (y el mito del coche
eléctrico que acompaña a la misma ideología) no nos acercan al futuro, sino que
nos retrotraen a un pasado tecnológicamente superado. En efecto, obligar a
iluminar un país con luz solar y molinos de viento es como volver a iluminar las
casas con candelabros o volver a la máquina de vapor en los trenes o a la vela
para al transporte marítimo. Se trata de energías que, en general, poseen
características que las hacen inferiores a las fuentes de generación
tradicionales.
Por todo ello, no sorprende que, como nos recordaba un
analista español, dos estudios recientes de instituciones norteamericanas
(referidos al mercado de EEUU) califiquen a las energías eólicas y
fotovoltaicas como las peores fuentes de generación eléctrica posibles.
El avance tecnológico de la civilización siempre ha
respondido al intento del ser humano de controlar su destino sin depender de la
tiranía de la naturaleza, de los elementos, de las estaciones, de la hora del
día o de la geografía. Considerar un avance volver a depender de ellos dice
poco de la inteligencia colectiva de las sociedades del s. XXI.
Los expertos lo preveían
El gobierno ha aparentado sorprenderse ante un apagón que
califica de imprevisible. Sin embargo, no faltaron voces que lo vieron venir.
Por ejemplo, un informe enviado a la Comisión Europea en
2020 advertía con claridad de los peligros de la excesiva penetración de
energías renovables: «Se espera que los problemas relacionados con la inercia
puedan provocar inestabilidad del sistema, incluyendo desconexiones de carga o
incluso un apagón».
Este informe no es una excepción, pues expertos de todo el
mundo lo venían advirtiendo desde hace tiempo. En 2018, el último expresidente
de REE con perfil técnico prevenía de los apagones que produciría la obsesión
por las renovables.
En la misma línea, un ensayo que me envió en 2021 su autora,
M.L., ingeniera industrial y lectora de este blog desde hace años, advertía lo
siguiente: «Un sistema de generación con más de un 30% o 40% de fuentes no
regulantes y sin inercia (como son las eólicas y fotovoltaicas) puede tener
como resultado un cero energético: dejar a todos a oscuras. Cada vez que
superamos ese 30% o 40% de producción estamos comprando papeletas de la rifa
para un problema gordo. Quizá hasta que no nos toque uno de esos premios gordos
no se empezarán a levantar voces de alarma con peso técnico».
Y terminaba advirtiendo (repito, en 2021): «Debemos recordar
que Francia tiene sus redes calibradas automáticamente de forma que en caso de
un accidente relevante en la Península cortarían amarras con nosotros para no
extender el contagio en cadena, de forma que no les tumbemos su sistema. Si
tenemos un problema gordo, nuestros vecinos nos convertirán en isla, aumentando
la gravedad del problema y su gestión, antes de verse ellos salpicados
también».
Este apagón también tenía precedentes internacionales
similares, aunque de menor alcance y duración. Todos ellos tuvieron como factor
común un desproporcionado peso de energías renovables en el momento en que se
produjo el incidente primario, lo que impidió que la red lograra estabilizarse.
Es el caso del apagón de Chile hace sólo tres meses, con las renovables
constituyendo el 80% del mix de generación (ligeramente superior al que
teníamos en España el 28 de abril), o el del sur de Australia en 2016, cuando
sólo la eólica proveía el 50% de la generación.
Otras observaciones
Además del fiasco de las energías renovables y de la
incompetencia gubernamental, el apagón ha puesto de manifiesto el preocupante
estado de postración en que se encuentra nuestro país.
Causa estupor la falta de indignación de parte de la opinión
pública, que parece disimular su aborregamiento tras una máscara de humor
fatalista. Esta actitud resulta incomprensible ante la extrema gravedad del
apagón y la inmoralidad psicopática de Sánchez, impertérrito y chistoso en la
reunión del Consejo de Seguridad Nacional.
También produce perplejidad la tibia reacción de la
no-oposición, que muestra, una vez más, esa extraña flojedad cuyo origen
ignoro, pero que comienza a tener tintes patológicos. Las consecuencias
comienzan a ser funestas, pues la principal razón de la permanencia de Sánchez
en el poder es la ausencia de oposición: el gobierno más destructivo de los
últimos 80 años tiene enfrente a la oposición flower power más
meliflua de la historia.
Comprendo que al principal partido de la oposición le sea
difícil criticar la ideología climática responsable última del apagón, pues la
comparte. Sin embargo, al PP le ocurre algo más allá de su carácter de marca blanca
del PSOE. En efecto, su actual líder desperdicia balones a portería vacía: no
es que falle; es que renuncia a tirar. Y si no está a la altura ahora, ¿por qué
habrá de estarlo una vez en el gobierno?
Finalmente, el apagón ha sacado a la luz la colonización
institucional de nuestra clase política, que ha alcanzado con Sánchez un
paroxismo parasitario. Como decía Julián Marías, parece que el Estado de 1978
se creó para los partidos, y no los partidos para el Estado. Para los
políticos, las instituciones y empresas públicas (y también privadas, como REE,
Indra o Telefónica) son un spa para enchufados.
Necesitamos un sistema eléctrico fiable, no verde
El gobierno ya ha anunciado que continuará con su fanatismo
verde, lo que garantiza que el apagón se repita en el futuro de forma
imprevisible. ¿Tan difícil es comprender que el sistema eléctrico no tiene que
ser verde, sino fiable? La sociedad entera se apoya en la electricidad, como
pudimos comprobar el otro día, y verde y fiable son incompatibles, pues la electricidad
no obedece a las leyes del Parlamento, sino a las leyes de la Física.
El único modo de evitar «una vida vivida ente apagones
intermitentes», es paralizar la construcción de nuevas plantas eólicas y
solares y asegurar en todo momento una base sólida de fuentes síncronas,
inerciales y regulantes. También resulta crucial mantener las actuales
centrales nucleares e incluso construir más, pues dotan de enorme estabilidad
al sistema. Recuerden que en Francia casi el 70% de la electricidad producida procede
de la energía nuclear.
Cómo no, Sánchez ha dicho que el apagón no se repetirá,
pero, si no sabe explicar qué ha ocurrido, ¿cómo va a garantizar que no se
repita? Lo siguiente serán restricciones periódicas al consumo de carácter
obligatorio, es decir, cartillas de racionamiento energético: como decían los
chicos de Davos, «no tendrás nada y será feliz».
Una reflexión final. No olviden que el dinero en efectivo
que la UE nos quiere arrebatar les salvó cuando las tarjetas no funcionaban, y
que fueron los viejos y fiables motores de combustión de los generadores,
alimentados por los extraordinarios combustibles fósiles a los que la humanidad
tanto debe, los que permitieron a los hospitales salvar vidas.
Fernando del Pino
Calvo-Sotelo
https://www.fpcs.es/apagon-el-fiasco-de-las-renovables/
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