30.9.24

Construir un mundo donde la caridad y la diversidad biológica no sean sólo palabras

LA ILUSIÓN DE LA BONDAD               

¡Filantropía! Este dulce néctar de generosidad que nuestros multimillonarios, estos benefactores de la Humanidad de traje y corbata, se complacen en servir a la sociedad, como si todos fuéramos monaguillos. En realidad, detrás de estas sonrisas benévolas y discursos imbuidos de nobleza se esconde un lío de intenciones oscuras y maquiavélicas. 

Bill Gates, Jeff Bezos, Warren Buffet y George Soros, nuestros héroes contemporáneos, nos prometen maravillas mientras vigilan atentamente sus carteras. ¿Quién hubiera pensado que hombres cuya riqueza supera la de los países pequeños estarían tan preocupados por nuestro bienestar?

Estas figuras emblemáticas de la riqueza contemporánea afirman invertir en causas altruistas, pero su enfoque no se limita a la caridad; es parte de una estrategia calculada destinada a acumular un capital colosal y al mismo tiempo redefinir los cimientos de nuestras sociedades. ¡Y qué hermosa manipulación! 

Los filántropos modernos se presentan como salvadores, pero detrás del brillante barniz de sus iniciativas se esconde un proyecto más oscuro: transformar a la Humanidad en un simple objeto para ser manipulado de acuerdo con una agenda neomalthusiana y eugenista. Un poco como los titiriteros, pero con números en lugar de hilos.

En el centro de esta farsa está el malthusianismo, una antigua doctrina que está regresando contundentemente al debate público, como una canción de verano que no se puede olvidar. Malthus, tuvo la audacia de afirmar que el crecimiento demográfico siempre excedería la capacidad de los recursos para sustentarlo, lo que provocaría hambrunas y devastación. ¡Aquí había un hombre que sabía cómo crear el ambiente! Hoy, nuestras élites, armadas con su visión ilustrada, defienden el control de la natalidad como una solución a problemas sociales complejos. Pero en lugar de abordar las causas reales de la pobreza (desigualdades en el acceso a la educación, fallas en la infraestructura y desigualdades económicas), eligen la solución fácil: reducir la población. Una verdadera estrategia ganadora, ¿no? Como si empobrecer aún más a los más vulnerables pudiera resolver algo.

Este regreso del malthusianismo va de la mano de un resurgimiento de la eugenesia, que se expresa a través de los alegres discursos de figuras como Malcolm y Simone Collins. Estos multimillonarios, al ensalzar los méritos de la selección genética, promueven una visión según la cual la tecnología podría mejorar la especie humana. ¿Quién diría que estábamos viviendo en un episodio de Black Mirror? Sin embargo, esta arrogancia teñida de excesivo optimismo nos recuerda las horas oscuras de la historia cuando la eugenesia justificaba políticas de esterilización y exterminio. ¡Salud por las lecciones aprendidas, amigos! Ignorar la Historia y soñar con una Humanidad “mejorada” es sólo un salto hacia lo desconocido, sin paracaídas.

Más allá de la poesía, este enfoque plantea cuestiones éticas fundamentales. ¿Quién decide qué constituye una “mejora”? Sus aspiraciones de una Humanidad “perfecta” ignoran las lecciones de la Historia, dejando de lado la diversidad humana que, sin embargo, es nuestra riqueza. En su búsqueda de la perfección, se alejan de la esencia misma de nuestra humanidad, abogando por una visión distópica donde la naturaleza está sujeta a un control tecnológico total. Una versión moderna del “pequeño dios” que cree que podemos moldear a la Humanidad como queramos sin sufrir las consecuencias.

¿Y qué pasa con el transhumanismo? Este dulce sueño de trascender nuestra condición humana gracias a la tecnología, que promete maravillas como la longevidad eterna y la ausencia de sufrimiento. ¡Qué idea tan maravillosa! Excepto que esta búsqueda de la inmortalidad tecnológica bien podría volverse contra nosotros, al erradicar lo que constituye nuestra esencia. Al prometer una mayor longevidad, mejores capacidades cognitivas y la posibilidad de una vida sin sufrimiento, esta ideología choca con las realidades de la naturaleza humana y la interdependencia que caracteriza a nuestra especie. La promesa de vivir para siempre sin las preocupaciones de la existencia bien podría convertirse en una maldición que amenace la diversidad y la riqueza de nuestro mundo.

Programas como Parent Woods y los avances en el transhumanismo son parte de esta lógica de transformación radical de la especie humana. Después de todo, ¿quién necesita dolor o tristeza? En lugar de buscar comprender y mejorar nuestras condiciones de vida, estos visionarios prefieren atacar la naturaleza humana, como si se tratara de un software que hay que depurar. Sus promesas de progreso son seductoras, pero bajo la apariencia de innovación, corren el riesgo de erradicar los fundamentos mismos de nuestra existencia. La búsqueda de la inmortalidad tecnológica, lejos de ser una bendición, podría convertirse en una trampa mortal. Un futuro donde las desigualdades se amplían aún más, donde los ricos se regalan una Humanidad “mejorada”, mientras el resto de la población queda abandonada a su triste suerte.

Al mismo tiempo, esta obsesión por el control de la población y la selección genética va acompañada de una progresiva destrucción de la biodiversidad. Los multimillonarios, aunque defienden ideales ecológicos en la superficie, monopolizan los recursos naturales y patentan especies vivas, a menudo con total impunidad. Como niños en una tienda de dulces, están destruyendo la diversidad biológica que constituye la base de nuestros ecosistemas, al tiempo que ponen en peligro nuestro medio ambiente y, por extensión, nuestra propia supervivencia. La destrucción de los hábitats naturales, justificada por la lógica del beneficio y la expansión, corre el riesgo de provocar crisis ecológicas sin precedentes, cuyas consecuencias se sentirán en las generaciones futuras.

Filantropía, esa palabra tan dulce al oído, especialmente cuando se trata de distribuir vacunas a los habitantes de Gaza. ¿Pero no es ésa una hermosa paradoja? Por un lado, somos testigos de incesantes bombardeos que devastan vidas y comunidades y, por el otro, se nos presenta la vacunación como un acto de bondad, un soplo de aire fresco en un océano de sufrimiento. Podemos preguntarnos legítimamente: ¿es esto realmente filantropía o simplemente una forma de sacar provecho de una situación trágica? Al fin y al cabo, cada jeringa colocada en un brazo va acompañada de una lluvia de subvenciones internacionales que, en lugar de apaciguar, corren el riesgo de esterilizar aún más a este pueblo ya maltratado. Este es un buen ejemplo de cinismo en su apogeo: utilizar la angustia humana como una oportunidad lucrativa. Surge entonces la pregunta: ¿quién se beneficia realmente de esta “benevolencia”? ¿No merecen los habitantes de Gaza algo mejor que un doble juego en el que se explote y se atienda su sufrimiento, como muñecos de trapo en una obra trágica cuyos multimillonarios mueven los hilos?

También es preocupante el papel del Estado en esta dinámica. Bajo la égida de líderes como Emmanuel Macron, que se posiciona como un “sicario económico” al servicio de estas élites, la privatización de los servicios públicos se está acelerando. La transición a un modelo de gobernanza en el que la asistencia social se delega a empresas privadas se está haciendo en detrimento de los más desfavorecidos y con nuestros impuestos. Lejos de satisfacer las necesidades básicas de la población, estas iniciativas sólo fortalecen el poder de las grandes empresas, transformando a los ciudadanos en clientes y los derechos sociales en privilegios. Un verdadero placer para los accionistas, ¿no?

Así, esta confluencia de intereses –el de multimillonarios, instituciones financieras y gobiernos cómplices– crea un sistema que devalúa la dignidad humana y pone en duda los fundamentos mismos de nuestra sociedad. En nombre de una filantropía mal entendida, una supuesta necesidad de reducir la población y una mejora tecnológica de la especie, estos actores buscan imponer una visión deshumanizada y desigual del mundo. Ya es hora de permanecer vigilantes ante estos abusos, de denunciar los discursos que enmascaran intenciones dañinas y de defender una Humanidad que sitúa la solidaridad y la diversidad en el centro de su futuro. Porque es en esta diversidad donde reside nuestra verdadera fuerza, y es protegiéndola como aseguraremos la sostenibilidad de nuestra especie.

La locura megalómana de los multimillonarios tecnológicos, que se presentan como arquitectos de un futuro ideal, revela una profunda desconexión de la realidad y una impunidad desconcertante. Con el pretexto de compensar el descenso demográfico y preservar valores culturales que consideran esenciales, estos individuos no dudan en tratar a los seres humanos como simples objetos, productos destinados a ser mejorados y seleccionados según criterios que ellos mismos establecen. Su mantra, según el cual la selección natural ahora es ineficaz, ilustra esta arrogancia: afirman que los avances médicos y las condiciones de vida atenúan los procesos de selección, implicando que les corresponde a ellos tomar las riendas de la evolución humana. Al evocar la necesidad del crecimiento demográfico para mantener la estabilidad de los sistemas sociales y económicos, justifican prácticas eugenésicas que, en realidad, amenazan la esencia misma de la Humanidad.

Sin embargo, estas narrativas son ampliamente cuestionadas por la comunidad científica y los defensores de los derechos humanos, quienes resaltan los peligros de tal interferencia en la privacidad y la libertad reproductiva. Al afirmar que los avances en genética podrían garantizar niños más sanos e inteligentes, pasan por alto el impacto significativo de los factores ambientales y sociales en el bienestar individual. Esta búsqueda de mejora genética, aunque pueda parecer atractiva, abre la puerta a excesos discriminatorios y racistas, que recuerdan las páginas oscuras de la Historia. En el fondo, estos multimillonarios no sólo buscan configurar un mundo a su imagen, sino erradicar todos los matices de la Humanidad, convencidos de que su riqueza les da el derecho de decidir quién merece nacer.

En definitiva, levantemos el velo sobre estas acciones filantrópicas que, lejos de promover el bien común, apuntan a fortalecer un sistema ya de por sí desigual. Bill Gates, Jeff Bezos, Warren Buffet y George Soros, lejos de ser héroes modernos, encarnan los peligros reales de nuestro tiempo: arquitectos de un orden mundial retrógrado y deshumanizado. Al utilizar su riqueza para influir en las políticas públicas y redefinir nuestros valores, amenazan la biodiversidad y la dignidad humana. En un mundo donde la impunidad de los poderosos parece reinar, donde los multimillonarios hacen malabares con cuestiones sociales y ambientales como si fueran simples peones en un tablero de ajedrez, resulta crucial denunciar estos abusos y defender una visión alternativa. Una visión que no se basa en la arrogancia de unos pocos, sino en la caridad, la diversidad biológica y el respeto a los derechos de todos. Estos valores, a menudo relegados al rango de eslóganes publicitarios, deberían constituir la base de nuestra humanidad.

Desde esta perspectiva, es fundamental cuestionar los discursos que glorifican la filantropía como una panacea. En lugar de aceptar pasivamente que los multimillonarios definan las condiciones de la ayuda, debemos preguntarnos: ¿quién necesita realmente esta ayuda? ¿Cuáles son las verdaderas motivaciones detrás de estas iniciativas? ¿Cómo satisfacen las necesidades de las comunidades a las que dicen servir? Al quitarnos las gafas, podemos observar atentamente este baile de multimillonarios, que se esfuerzan por dar la ilusión de un cambio positivo, preservando sólo sus propios intereses.

Es hora de despertar nuestro espíritu crítico y exigir responsabilidad colectiva. Los gobiernos, que con demasiada frecuencia son cómplices de estos poderes financieros, deben rendir cuentas. No basta con aplicar soluciones tecnológicas a problemas sociales complejos; es imperativo adoptar enfoques sistemáticos e inclusivos que tengan en cuenta las necesidades de los más vulnerables.

La justicia social debe pasar a primer plano, porque sin ella, cualquier promesa de progreso es sólo una fachada. Cuando las voces de los oprimidos son silenciadas y la desigualdad aumenta, nos dirigimos hacia una sociedad desunida, debilitada por tensiones crecientes. Cada gesto de caridad, cada acto de resistencia contra el abuso de poder, cuenta. Son estos pequeños fuegos de resistencia los que pueden iluminar el camino hacia un futuro en el que se respeten los derechos de todos.

En última instancia, defender una visión alternativa no es sólo una cuestión de palabras, sino de acción. Esto requiere un compromiso a largo plazo para cultivar una sociedad que valore la dignidad humana, donde cada individuo no sólo tenga derecho a soñar, sino también los medios para realizar sus sueños. Sólo protegiendo esta biodiversidad y defendiendo la dignidad de cada ser humano podremos vislumbrar un futuro más justo y humano.

Porque detrás del deslumbrante espectáculo de los multimillonarios y su alarde de filantropía se esconde una realidad mucho más peligrosa, donde los intereses de los más ricos a menudo, si no siempre, tienen prioridad sobre el bienestar colectivo. No nos dejemos engañar por el brillante barniz de su financiación caritativa. Abramos los ojos a sus manipulaciones y mentiras descaradas, unamos fuerzas y trabajemos juntos para construir un mundo donde la caridad y la diversidad biológica no sean sólo palabras de moda, sino principios activos que guíen nuestras elecciones y acciones.

Movilizándonos en torno a estos valores, podremos garantizar no sólo nuestra supervivencia, sino también la de las generaciones futuras en un mundo donde todos tienen su lugar. Mientras tanto, recuerda boicotear sus empresas e informarte sobre tus compras, porque ahí empieza todo...

Phil BROQ

https://nouveau-monde.ca/lillusion-de-la-bienveillance/  

 

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