LIBERARSE ES UNIRSE
A aquello de lo que
nos creemos separados
Ser libre no significa ser distinto a los demás. Tampoco
significa sentirse lejos de nada. Liberarse no significa comportarse de forma
original, hacer cosas nuevas, inventar un mundo distinto. La libertad no tiene
que ver con el aislamiento: construir fronteras y burbujas es algo menos que
liberarse.
Ser diferente al resto no nos hace libres, en cualquier caso nos hace personas. Somos quienes somos y nada puede evitarlo. Por qué deberíamos querer reivindicarlo, puede verse a simple vista que todo el mundo es singular, único, diferente. La libertad y nuestras peculiaridades se asemejan tanto como la espiritualidad y la ensalada.
Libertad no es
individualidad. Liberarse es unirse
Poco tiene que ver la libertad con la identidad. La libertad
no surge del hecho de individualizarse. Liberarse no consiste, ni mucho menos,
en alejarse y permanecer al margen del resto de elementos y fenómenos que
tienen lugar y acontecen en el mundo. Liberarse es, por el contrario, unirse al
mundo y al principio que le da forma y existencia, y sentir que se participa de
una realidad impresionante.
La libertad es la conciencia de la realidad y de su
unicidad. La liberación es el descubrimiento de que la realidad de la
existencia –que ciertamente nos implica– nos trasciende. Ser libre es saberse
unido a lo que se creía separado. Una hoja, por ejemplo, no es casi nada en sí
misma. Pero en ella se presentan el otoño y la primavera, la naturaleza y la
vida y la realidad, y toda la fuerza que hace posible el mundo se refleja y se
pone de manifiesto en ella.
La libertad es la experiencia de esta constatación.
Liberarse es permitir que despierte la evidencia de que la realidad inmanente
que nos interpela a cada instante nos trasciende y no se agota en nosotros ni
en nadie. Liberarse es entregarse plenamente a una especie de principio o
fuerza que genera el universo entero y lo espolea, y que se revela inevitable.
Liberarse es dejar atrás la falsa creencia de una separación
y abrirse a la conciencia de que existimos pero sin embargo no somos nadie,
sino que pertenecemos a un inmenso entramado del que salir es imposible. E
indeseable, porque nada puede hacernos más felices que el hecho de sentirnos
unidos a la fuente de la vida, a la fuerza que nos aviva a nosotros y a todos.
No causa sino
consecuencia
Ser libre es actuar según corresponde a cada instante, con
naturalidad y sin preocuparse demasiado. Liberarse es pasar de la potencia a la
realización, deshacer la caprichosa idea de que uno mismo debe darse sentido a
sí mismo, y abrazar el sentido en sí mismo: hacer lo que toca tal y como toca.
Y punto. La voz del corazón sabe escuchar el clamor de la naturaleza.
Somos la consecuencia del surgimiento del mundo, no su
causa. No hace falta que hagamos nada nuevo. No hace falta que nos inventemos
algo original. Basta con que disfrutemos del vivir y que actuemos en
consecuencia, sabedores de que no movemos el mundo sino que nos movemos con él.
Saborear la libertad es tomar conciencia de que la realidad
que nos trasciende se manifiesta a través nuestro. Ser libre es simplemente
disfrutar del hecho de ser. Y sobre todo dejar de complicarse la existencia.
Aceptar la vida como un don, con humildad; y saborearlo con
alegría, he aquí lo que es eso de sentirse libre. Para ser libre sólo es
necesario aceptar la gratuidad de la vida.
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