UNA SOCIEDAD REAL
EN LA QUE VIVIR ES
CONVIVIR
Tenemos la realidad ante las narices ¡y también la sentimos dentro de nosotros!, pero eso no quiere decir que la conozcamos bien. Todo lo que nosotros sabemos se basa en las experiencias que tenemos y en el discernimiento que extraemos, pero por muy ricas y diversas que sean nuestras ideas y experiencias, siempre serán parciales. Tarde o temprano deberemos renunciar a la pretensión de conocer del todo la realidad, porque no podemos abarcarla. La realidad siempre nos supera.
La realidad, en sí misma, no es lo que percibimos de ella. Tampoco es lo que reflexionamos o imaginamos, ni lo que intuimos. La realidad es mucho mayor que todo esto. A pesar de que todo lo que percibimos, sentimos y entendemos es real, la realidad escapa a quedar presa en todo esto. No debemos querer atrapar la realidad, debemos dejar que nos sorprenda ella a nosotros.
Vivir y convivir
Vivir es aceptar la vida. Nada más. Bien, es mucho más que
eso, vivir es muchas cosas más, pero en última instancia la vida no es algo que
nosotros mismos, como individuos, nos hayamos otorgado, sino más bien un estado
que nos ha sido dado. Esto significa que pertenecemos a la vida mucho más que
ella a nosotros.
Convivir no es más que vivir juntos. En este sentido,
convivir, como vivir, es también aceptar la vida, pero es aceptar la propia y
la de los demás. Convivir es aceptar la propia vida y la de los demás,
repitámoslo, y vivir sin convivir es tan poco posible como convivir sin vivir.
La vida se articula gracias a la interrelación entre seres vivos, lo que
significa que sin convivir no podríamos vivir. Vivir, por tanto, es aceptar
adquirir una perspectiva propia, así como aceptar las perspectivas de todos los
demás, aunque no siempre seamos capaces de adquirirlas.
Compartir la realidad
Si convivir es compartir la realidad con los demás, convivir
es existir. No podríamos existir sin convivir. Pero para convivir de forma
armónica debemos dar un paso más: debemos entender que todos nos estamos
basando en nuestra interpretación de realidad, y no en la realidad en sí misma.
Más que nada, porque no podemos hacer otra cosa, y es que la realidad –la que
nos llena y nos rodea– nos trasciende tanto y nos sobrepasa de largo y ancho
que nunca estamos suficientemente calificados como para aprehenderla de forma
definitivamente veraz. Tenemos certezas y evidencias, pero éstas siempre son
parciales y contingentes. Son verdades, pero dependen del contexto en que
tienen lugar, lo que significa que no son la Verdad con mayúsculas. La Realidad
es mucho más que todo lo que percibimos como real.
No podemos decir lo que es la Realidad, porque no podemos
saberlo. Simplemente. Sólo podemos decir lo qué suponemos que es, o lo qué
creemos que será, o cómo nos lo imaginamos, pero todo esto estará muy alejado
de lo que es en realidad, y por tanto es mejor decirlo con la boca pequeña.
Podemos reconocer la Realidad, pero no podemos hablar en su
nombre. Podemos saber qué es, pero no podemos saber lo que es. Aunque somos un
producto suyo –y eso significa que la ponemos de manifiesto y en evidencia:
demostramos su efectividad–, no podemos pretender serla, ni siquiera creer que
la conocemos. Ni podemos pretender que sabemos cómo es ni mucho menos que
podemos decir cómo debe ser. La Realidad no depende de nosotros.
La objetividad es
imposible
A la hora de organizarnos como sociedad y llegar a vivir de
la manera más armónica posible en nuestras comunidades, no podemos basarnos en
la Realidad en sí. Debemos aceptar que esta Realidad es inefable, y que la
objetividad completa es una capacidad humanamente inalcanzable.
La sociedad no puede organizarse de forma objetiva,
imparcial, porque la subjetividad y la parcialidad son inherentes a todo lo que
la conforma. Ni podemos aprehender la realidad de forma objetiva ni podemos
considerar que seremos capaces de relacionarnos entre nosotros a través de esa
capacidad que no tenemos. Por mucho que seamos muchos, los humanos, no
disfrutamos de todos los puntos de vista, no escuchamos todas las
consideraciones, no atendemos a todas las consecuencias. Es imposible que podamos
ser objetivos. A Dios a lo que es de Dios
y al César lo que es del César. Desde nuestra perspectiva humana –aunque
sean perspectivas colectivas–, no podemos llegar a contemplar el mundo como si
nuestra perspectiva fuera divina.
El conocido cuento del elefante en la oscuridad ilustra lo
que estamos exponiendo. Dice que unas personas descubrieron a un elefante en un
lugar oscuro. No podían verlo. Uno de ellos se topó con una de sus patas y se
pensó que el animal era como una gran columna que se movía. Otra persona le
tocó la trompa e imaginó que el elefante era como una inmensa manguera. Un
tercer personaje le palpó la oreja y encontró que parecía un abanico. ¿Quién de
ellos tenía razón? ¿Quién de ellos se equivocaba? Diría que todos y nadie.
Todos se habían hecho una idea parcial del elefante, porque todos se habían
puesto en contacto con él. Lo que sabían no era verdadero ni falso.
Éste es siempre nuestro punto de vista: ni verdadero ni
falso, incompleto.
No somos reyes sino
sirvientes
Todo lo que forma parte de la realidad es incompleto y
fragmentario. Pero, paradójicamente, también participa de la naturaleza
inefable de la Realidad, de modo que todo, incluida la vida en comunidad, debe
regirse por este principio. Hemos dicho que la Realidad nos tiene a nosotros,
pero nosotros no la tenemos a ella. Pues bien, también la sociedad nos tiene a
nosotros, pero nosotros no la tenemos a ella, e incluso la vida nos tiene a
nosotros, pero nosotros no la tenemos a ella. Aunque seamos seres vivos y
criaturas sociales, ni la vida ni la sociedad nos pertenecen. No somos lo que
somos, sino que, lo que es, lo es a través de nosotros. Somos el medio a través
del cual la vida se manifiesta; somos la realización a través de la cual la
Realidad se realiza. Somos un instrumento que la existencia necesita para
hacerse efectiva. Somos una consecuencia, y por mucho que hayamos participado
de la causa que la ha hecho posible, no somos sus artífices. Esto significa que
no somos reyes sino sirvientes.
La sociedad cuenta con múltiples miradas subjetivas, todas
ellas pequeñas, minúsculas, aunque no insignificantes. De acuerdo con esto,
para articular una sociedad armónica es necesario que ésta acoja todas las
perspectivas. Todas, porque todas son reales. Todas, porque si existen merecen
ser tenidas en cuenta. ¿O quizás queremos perdernos una mirada que, quién sabe,
quizás sabe apreciar algo que nosotros no podemos entender?
No somos dioses sino
personas
Esto no significa que se trate de consultar siempre a todo
el mundo a la hora de tomar ninguna decisión. Lo que hace falta, más bien, es
tomar todas las decisiones sabiendo que no serán definitivas, que siempre serán
parciales, y que no las podemos imponer como si se trataran de una ley divina.
Precisamente por el hecho de que no somos dioses, no podemos pretender
gobernarnos como si lo fuéramos.
Cualquier ordenanza, entonces, por muy constitucional que
sea, es siempre provisional. Toda medida tendrá siempre un ámbito limitado.
Todo siempre es relativo a un contexto, a una perspectiva. Toda decisión será
siempre parcial y llegará un momento en que es necesario cambiarla.
Si queremos vivir en armonía (lo que no tengo demasiado
claro) debemos aceptar que todas perspectivas de los individuos que forman
parte de una sociedad son siempre limitadas, siempre diferentes y siempre
cambiantes. Todas las medidas que apliquemos deben ser ejercidas asumiendo que
son relativas e incompletas. Habrá unas más acertadas que otras, pero nunca
habrá perfectas.
La gestión de la
pluralidad (con la mirada puesta en la unidad)
El gobierno de una sociedad (por pequeña que sea y por
homogénea que parezca) debe gestionar la pluralidad de perspectivas presentes
aceptando que todas ellas son parciales y necesarias.
Por mucho que podamos intuir que realidad sólo hay una,
porque en última instancia todo queda ligado y nada puede disociarse, eso no
quiere decir que la unicidad pise la pluralidad. Por el contrario, si
menospreciamos un fenómeno, por muy parcial que pueda ser, estaremos
menospreciando a la gran realidad que todo lo abarca.
Apreciar la unidad no implica tener que rechazar la
pluralidad. El hecho de que la realidad sea contemplada desde una inmensa
diversidad de miradas no rompe la unidad de esta realidad. Entre el uno y el
múltiplo no hay ningún tipo de contradicción.
Lo que sí es contradictorio es confundir al múltiplo con el
uno, y creer que con una (o con pocas) de las perspectivas con las que se
percibe la realidad se basta para conocerla, para hablarla y para gestionarla.
Y no, nadie puede apropiarse de la realidad y nadie (ni siquiera un grupo de
personas) puede asumir el control de un grupo, porque la posición del individuo
en el seno del grupo le impide ponerse por encima de él.
Ningún humano tiene el poder de ponerse por encima de la
sociedad. Nadie tiene la facultad de imponerse al conjunto, a menos que lo haga
de forma errónea, como es el caso de la situación en la que nos encontramos.
Si queremos ser una sociedad real deberemos aprender a vivir
como una comunidad de iguales.
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