3.4.25

Para ser una sociedad real debemos aprender a vivir como una comunidad de iguales

UNA SOCIEDAD REAL                                     

EN LA QUE VIVIR ES CONVIVIR

Tenemos la realidad ante las narices ¡y también la sentimos dentro de nosotros!, pero eso no quiere decir que la conozcamos bien. Todo lo que nosotros sabemos se basa en las experiencias que tenemos y en el discernimiento que extraemos, pero por muy ricas y diversas que sean nuestras ideas y experiencias, siempre serán parciales. Tarde o temprano deberemos renunciar a la pretensión de conocer del todo la realidad, porque no podemos abarcarla. La realidad siempre nos supera.

La realidad, en sí misma, no es lo que percibimos de ella. Tampoco es lo que reflexionamos o imaginamos, ni lo que intuimos. La realidad es mucho mayor que todo esto. A pesar de que todo lo que percibimos, sentimos y entendemos es real, la realidad escapa a quedar presa en todo esto. No debemos querer atrapar la realidad, debemos dejar que nos sorprenda ella a nosotros.

Vivir y convivir

Vivir es aceptar la vida. Nada más. Bien, es mucho más que eso, vivir es muchas cosas más, pero en última instancia la vida no es algo que nosotros mismos, como individuos, nos hayamos otorgado, sino más bien un estado que nos ha sido dado. Esto significa que pertenecemos a la vida mucho más que ella a nosotros.

Convivir no es más que vivir juntos. En este sentido, convivir, como vivir, es también aceptar la vida, pero es aceptar la propia y la de los demás. Convivir es aceptar la propia vida y la de los demás, repitámoslo, y vivir sin convivir es tan poco posible como convivir sin vivir. La vida se articula gracias a la interrelación entre seres vivos, lo que significa que sin convivir no podríamos vivir. Vivir, por tanto, es aceptar adquirir una perspectiva propia, así como aceptar las perspectivas de todos los demás, aunque no siempre seamos capaces de adquirirlas.

Compartir la realidad

Si convivir es compartir la realidad con los demás, convivir es existir. No podríamos existir sin convivir. Pero para convivir de forma armónica debemos dar un paso más: debemos entender que todos nos estamos basando en nuestra interpretación de realidad, y no en la realidad en sí misma. Más que nada, porque no podemos hacer otra cosa, y es que la realidad –la que nos llena y nos rodea– nos trasciende tanto y nos sobrepasa de largo y ancho que nunca estamos suficientemente calificados como para aprehenderla de forma definitivamente veraz. Tenemos certezas y evidencias, pero éstas siempre son parciales y contingentes. Son verdades, pero dependen del contexto en que tienen lugar, lo que significa que no son la Verdad con mayúsculas. La Realidad es mucho más que todo lo que percibimos como real.

No podemos decir lo que es la Realidad, porque no podemos saberlo. Simplemente. Sólo podemos decir lo qué suponemos que es, o lo qué creemos que será, o cómo nos lo imaginamos, pero todo esto estará muy alejado de lo que es en realidad, y por tanto es mejor decirlo con la boca pequeña.

Podemos reconocer la Realidad, pero no podemos hablar en su nombre. Podemos saber qué es, pero no podemos saber lo que es. Aunque somos un producto suyo –y eso significa que la ponemos de manifiesto y en evidencia: demostramos su efectividad–, no podemos pretender serla, ni siquiera creer que la conocemos. Ni podemos pretender que sabemos cómo es ni mucho menos que podemos decir cómo debe ser. La Realidad no depende de nosotros.

La objetividad es imposible

A la hora de organizarnos como sociedad y llegar a vivir de la manera más armónica posible en nuestras comunidades, no podemos basarnos en la Realidad en sí. Debemos aceptar que esta Realidad es inefable, y que la objetividad completa es una capacidad humanamente inalcanzable.

La sociedad no puede organizarse de forma objetiva, imparcial, porque la subjetividad y la parcialidad son inherentes a todo lo que la conforma. Ni podemos aprehender la realidad de forma objetiva ni podemos considerar que seremos capaces de relacionarnos entre nosotros a través de esa capacidad que no tenemos. Por mucho que seamos muchos, los humanos, no disfrutamos de todos los puntos de vista, no escuchamos todas las consideraciones, no atendemos a todas las consecuencias. Es imposible que podamos ser objetivos. A Dios a lo que es de Dios y al César lo que es del César. Desde nuestra perspectiva humana –aunque sean perspectivas colectivas–, no podemos llegar a contemplar el mundo como si nuestra perspectiva fuera divina.

El conocido cuento del elefante en la oscuridad ilustra lo que estamos exponiendo. Dice que unas personas descubrieron a un elefante en un lugar oscuro. No podían verlo. Uno de ellos se topó con una de sus patas y se pensó que el animal era como una gran columna que se movía. Otra persona le tocó la trompa e imaginó que el elefante era como una inmensa manguera. Un tercer personaje le palpó la oreja y encontró que parecía un abanico. ¿Quién de ellos tenía razón? ¿Quién de ellos se equivocaba? Diría que todos y nadie. Todos se habían hecho una idea parcial del elefante, porque todos se habían puesto en contacto con él. Lo que sabían no era verdadero ni falso.

Éste es siempre nuestro punto de vista: ni verdadero ni falso, incompleto.

No somos reyes sino sirvientes

Todo lo que forma parte de la realidad es incompleto y fragmentario. Pero, paradójicamente, también participa de la naturaleza inefable de la Realidad, de modo que todo, incluida la vida en comunidad, debe regirse por este principio. Hemos dicho que la Realidad nos tiene a nosotros, pero nosotros no la tenemos a ella. Pues bien, también la sociedad nos tiene a nosotros, pero nosotros no la tenemos a ella, e incluso la vida nos tiene a nosotros, pero nosotros no la tenemos a ella. Aunque seamos seres vivos y criaturas sociales, ni la vida ni la sociedad nos pertenecen. No somos lo que somos, sino que, lo que es, lo es a través de nosotros. Somos el medio a través del cual la vida se manifiesta; somos la realización a través de la cual la Realidad se realiza. Somos un instrumento que la existencia necesita para hacerse efectiva. Somos una consecuencia, y por mucho que hayamos participado de la causa que la ha hecho posible, no somos sus artífices. Esto significa que no somos reyes sino sirvientes.

La sociedad cuenta con múltiples miradas subjetivas, todas ellas pequeñas, minúsculas, aunque no insignificantes. De acuerdo con esto, para articular una sociedad armónica es necesario que ésta acoja todas las perspectivas. Todas, porque todas son reales. Todas, porque si existen merecen ser tenidas en cuenta. ¿O quizás queremos perdernos una mirada que, quién sabe, quizás sabe apreciar algo que nosotros no podemos entender?

No somos dioses sino personas

Esto no significa que se trate de consultar siempre a todo el mundo a la hora de tomar ninguna decisión. Lo que hace falta, más bien, es tomar todas las decisiones sabiendo que no serán definitivas, que siempre serán parciales, y que no las podemos imponer como si se trataran de una ley divina. Precisamente por el hecho de que no somos dioses, no podemos pretender gobernarnos como si lo fuéramos.

Cualquier ordenanza, entonces, por muy constitucional que sea, es siempre provisional. Toda medida tendrá siempre un ámbito limitado. Todo siempre es relativo a un contexto, a una perspectiva. Toda decisión será siempre parcial y llegará un momento en que es necesario cambiarla.

Si queremos vivir en armonía (lo que no tengo demasiado claro) debemos aceptar que todas perspectivas de los individuos que forman parte de una sociedad son siempre limitadas, siempre diferentes y siempre cambiantes. Todas las medidas que apliquemos deben ser ejercidas asumiendo que son relativas e incompletas. Habrá unas más acertadas que otras, pero nunca habrá perfectas.

La gestión de la pluralidad (con la mirada puesta en la unidad)

El gobierno de una sociedad (por pequeña que sea y por homogénea que parezca) debe gestionar la pluralidad de perspectivas presentes aceptando que todas ellas son parciales y necesarias.

Por mucho que podamos intuir que realidad sólo hay una, porque en última instancia todo queda ligado y nada puede disociarse, eso no quiere decir que la unicidad pise la pluralidad. Por el contrario, si menospreciamos un fenómeno, por muy parcial que pueda ser, estaremos menospreciando a la gran realidad que todo lo abarca.

Apreciar la unidad no implica tener que rechazar la pluralidad. El hecho de que la realidad sea contemplada desde una inmensa diversidad de miradas no rompe la unidad de esta realidad. Entre el uno y el múltiplo no hay ningún tipo de contradicción.

Lo que sí es contradictorio es confundir al múltiplo con el uno, y creer que con una (o con pocas) de las perspectivas con las que se percibe la realidad se basta para conocerla, para hablarla y para gestionarla. Y no, nadie puede apropiarse de la realidad y nadie (ni siquiera un grupo de personas) puede asumir el control de un grupo, porque la posición del individuo en el seno del grupo le impide ponerse por encima de él.

Ningún humano tiene el poder de ponerse por encima de la sociedad. Nadie tiene la facultad de imponerse al conjunto, a menos que lo haga de forma errónea, como es el caso de la situación en la que nos encontramos.

Si queremos ser una sociedad real deberemos aprender a vivir como una comunidad de iguales.

https://www.sufi.cat/una-societat-real/

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