EL CREPÚSCULO DE LAS 3 PUERTAS
LAS FINANZAS, LA FUERZA Y EL FORMATO
El mundo no se está derrumbando, sino que se está
desprendiendo de una ilusión; se está liberando. No se trata de un vuelco
repentino, sino de la lenta desintegración de una mentira colectiva sobre un
orden natural, racional y civilizado, apoyado por Occidente y presentado como
insuperable. El poder no se basa en la legitimidad, sino en el miedo. Esta
fachada se está agrietando por todos lados, no porque el caos la abrume, sino
porque la evidencia de otros caminos, negados o marginados durante mucho
tiempo, se está haciendo evidente para todos. Este no es el fin del mundo; es
el fin de una ficción en la que ya nadie en su sano juicio cree, salvo quienes
aún tienen interés en mantenerla.
Durante cinco siglos, una narrativa imperial se ha impuesto como una supuesta verdad universal de un Occidente autodivinizado, proclamándose el único depositario de la civilización, la razón, la moral y el progreso. Esta narrativa nunca ha sido más que un denso barniz ideológico, destinado a enmascarar la violencia sistémica que la sustentaba, como el saqueo colonial, el exterminio, la esclavitud y la brutal dominación económica.
Liderada a un ritmo acelerado por las monarquías europeas,
luego por el Imperio anglosajón y finalmente por la hegemonía estadounidense,
se ha propuesto remodelar el mundo a su imagen y semejanza, con un cinismo
pocas veces igualado. No negocian. Imponen. Cada conquista, cada guerra, cada
intervención se ha justificado por supuestos valores universales, que en
realidad solo eran pretextos para perpetuar un orden basado en la explotación y
la esclavitud. Las leyes son para los débiles. Los poderosos solo necesitan
control.
Pero hoy, esta gran narrativa se derrumba, no por el peso de
una revolución espectacular, sino por el simple hecho de que ya no puede
ocultar su impostura. La legitimidad de este sistema en expansión, cimentado
sobre finanzas depredadoras, fuerza militar y un formato ideológico, se
disuelve inexorablemente ante la realidad de un mundo multipolar que ahora se
niega a obedecer. El edificio se tambalea, incapaz de resistir el ascenso de
potencias que rechazan esta dominación letal y construyen con paciencia
alternativas sólidas y reflexivas que respetan los equilibrios naturales y
humanos. La caída ya no es una hipótesis, sino una certeza en curso, y este
sistema moribundo no tendrá más opción que derrumbarse o desatar su locura
suicida.
Lo que observamos no es un simple reequilibrio geopolítico.
Es una inversión de la lógica, un cambio estructural, una respuesta de la
realidad a las fantasías imperialistas. Este texto ofrece una lectura franca,
aguda y articulada de este cambio en curso, no desde las salas de prensa
occidentales ni desde informes de expertos alineados, sino desde lo que nos
dicen los hechos, la dinámica histórica y los cambios tectónicos del nuevo
mundo.
Una lectura inspirada, entre otras cosas, por un comentario
deslumbrantemente lúcido de jeromebdlb en Réseau
International, prueba de que a veces la verdad irrumpe donde menos la
esperamos, en los intersticios del discurso dominante. Lo que he intentado aquí
es desplegar esta intuición, seguir su hilo hasta el final, extraer su
coherencia. Porque a veces, son los márgenes, no las plataformas, los que
captan la realidad con mayor profundidad.
Lo que sigue no es un manifiesto convencional ni un simple
análisis académico; es una autopsia brutal, sin la más mínima anestesia, del
viejo mundo en sus estertores. Este mundo de imperios disfrazados de
democracias, donde el saqueo se viste con el reluciente manto de la moral
universal, donde la violencia estructural se esconde tras una fachada hipócrita
de tratados, ONG fachada y bombardeos "humanitarios". Para ellos, la
democracia es solo una palabra vacía. Una farsa. Nosotros votamos, pero son
ellos quienes deciden. Cada voto es una ilusión de poder, porque las elecciones
son una farsa cuando las reglas se crean sin leerlas.
Este sistema exhausto no se derrumba por casualidad; se
desmorona bajo el peso de sus propias mentiras, su arrogancia y su negativa
fanática a admitir que la mayoría del planeta se niega a pagar el precio
exorbitante de su ilusoria comodidad. En esta fase terminal, es inútil seguir
inflando la retórica, disfrazando lo indefendible o diluyendo la verdad en las
aguas estancadas de la diplomacia pusilánime. Debemos romper el silencio, desenmascarar
sin concesiones, derribar las pretensiones. Y en ese mismo aliento, trazar los
primeros contornos de un mundo que finalmente está tomando forma. Un mundo
imperfecto, sin duda, frágil e incierto, pero portador de una intención
radicalmente nueva: la de la cooperación sin dominación, la de la resistencia
sin exterminio, la de la construcción sin explotación. Este es el desafío
histórico que nos atenaza, lejos de las falsas narrativas y las viejas
estrategias moribundas.
En esta coyuntura crucial, el papel de los BRICS va mucho
más allá del de una mera coalición económica. Representan el eje central de un
orden global naciente, una alternativa estructurada al declive del dominio
occidental. Estas naciones, lejos de ser meros actores pasivos, orquestan
pacientemente la deconstrucción de un imperio fundado en la soberbia y la
pretensión, exponiendo la arrogancia suicida de los líderes occidentales.
Encerrados en su burbuja ideológica y su ciega creencia en la supremacía
eterna, estos últimos han ignorado las realidades multipolares, cavando su
propia tumba al negarse a negociar o adaptar sus estrategias.
Mientras Occidente se encuentra sumido en sus ilusiones y
políticas desastrosas, los BRICS consolidan sus redes financieras alternativas,
desarrollan infraestructuras globales y forjan sólidas alianzas militares y
diplomáticas, aflojando el yugo del dólar y reinventando las reglas del juego
internacional. Esta dinámica no solo señala el fin de una hegemonía; marca la
extinción del orgullo excesivo, de esa soberbia que condujo a los antiguos amos
del mundo directamente a su decadencia.
Los invito a cruzar el arrogante crepúsculo de una hegemonía
que, ciega a su propia agonía, se niega obstinadamente a reconocer su muerte
inminente, para alcanzar el amanecer firme e implacable de un nuevo pluralismo
que ya no exige permiso para imponerse. En realidad, solo quedan dos certezas,
dos fuerzas principales que explican todo lo que vivimos hoy. Por un lado, el
lento pero inexorable surgimiento de un orden multipolar, pacientemente
construido sobre las ruinas de certezas unilaterales. Por otro, la respuesta
soberana de un grupo de naciones antaño humilladas, relegadas a la categoría de
actores secundarios, ahora impulsadas por una voluntad fría e implacable: ya no
exigen su derecho a existir, sino que lo toman, sin concesiones.
No se trata de actores impulsivos ni ingenuos, sino de
potencias que han sido pacientes, que han soportado en silencio, han absorbido
humillaciones y ataques, solo para lanzarse cuando la victoria se hizo
inevitable. Su determinación es el sello de los estrategas de un nuevo mundo,
muy alejado de las gesticulaciones desesperadas de un viejo orden moribundo.
Sin duda, nuestra era está marcada por la confusión, las
narrativas contradictorias y la difuminación de las fronteras, pero los hechos
siguen siendo implacables e indiscutibles. El colapso que presenciamos no es el
de un caos desordenado, sino la caída de un orden artificial, rígido y
fosilizado que, bajo la máscara hipócrita de la civilización, nunca ha sido más
que un vasto saqueo oculto tras ideales vanos. Este cártel, este despiadado
conglomerado de intereses financieros, militares e ideológicos
anglo-occidentales, ha reinado con supremacía durante cinco siglos. Sin
embargo, hoy está atrapado en las trampas que él mismo ha tendido —con sus
armas de miedo, chantaje y división sistemática— y que se están volviendo en su
contra.
Ante un frente emergente, formado por potencias resilientes
como China, Rusia, India e Irán, se encuentra indefenso. Estos actores, durante
mucho tiempo ignorados o despreciados, han construido pacientemente alianzas
económicas alternativas, redes financieras fuera del control del dólar y
capacidades militares disuasorias, especialmente nucleares y cibernéticas, que el
cártel ahora lucha por contrarrestar. Por ejemplo, el establecimiento de
sistemas alternativos como el SWIFT paralelo, la consolidación de los BRICS o
incluso vastos proyectos de infraestructura euroasiáticos como la Nueva Ruta de
la Seda demuestran una capacidad estratégica mucho más avanzada que los
intentos erráticos de Occidente por mantener su supremacía. Este cambio
histórico es inevitable, y el cártel, en su arrogante ceguera, aún se niega a
reconocer que el mundo que creía inmutable se le está escapando.
Esta tríada infernal, llamada "las tres puertas"
(Finanzas, Fuerza, Formato), ha constituido durante mucho tiempo una brutal
maquinaria de guerra, un mecanismo impecable al servicio de una dominación
indiscutible. Mediante la deuda, han encadenado a naciones enteras,
transformando la economía en una herramienta de esclavitud financiera; mediante
la guerra, han impuesto silencio a los recalcitrantes, sembrando la destrucción
y el caos para disciplinar a los disidentes; mediante la narrativa, han encubierto
su brutalidad, dando forma a fábulas convencionales que justificaban cada
agresión en nombre de los "valores universales". Nada se dejó al
azar, ya que las instituciones internacionales, que se suponía debían proteger
la justicia, fueron subvertidas, transformadas en dóciles instrumentos de su
voluntad.
Las normas del derecho internacional fueron desviadas,
vaciadas de su sustancia para servir de pretexto para una interferencia
ilegítima. Y la retórica humanitaria se ha convertido en mascaradas cínicas,
enmascarando las ambiciones imperialistas con un barniz moralista. Este
mecanismo, perfectamente engrasado y metódicamente orquestado, antaño reinaba
con supremacía. Pero hoy, este sistema colosal se está paralizando,
desintegrándose y exponiéndose a la luz del día. Si ayer triunfó, imponiendo su
ley sin cuestionamientos, ahora está paralizado, incapaz de contener a un mundo
que se niega a someterse. El cártel se tambalea, sus engranajes chirrían bajo
la presión de una realidad multipolar que se le escapa, anunciando el fin de un
reinado basado en la mentira y la coerción.
Esta no es una derrota fortuita, un simple giro del destino.
No, es un cambio de rumbo metódico, cuidadosamente planeado, orquestado con una
paciencia infinita que uno jamás imagina entre aquellos a quienes calificamos
apresuradamente de "bárbaros". Potencias emergentes como Rusia,
China, Irán y muchas otras, cuya estrategia se esconde tras una calculada
discreción, han librado una guerra silenciosa pero rigurosamente precisa. Nunca
han buscado reemplazar al "Imperio Anglo-Occidental", disfrazarse de
él y reivindicar su dominio. No, han optado por eludir su frágil estructura,
ignorarlo en silencio y construir alternativas reales y funcionales en la
sombra.
Donde el "imperio" creía tener el monopolio
absoluto, estas naciones han trabajado para crear sistemas monetarios
independientes, escapando así del yugo del dólar y sus instituciones. Han
forjado corredores económicos al margen de las rutas dictadas por Occidente,
forjando alianzas militares no expansionistas, donde el objetivo no es dominar,
sino protegerse y apoyarse mutuamente. Al mismo tiempo, han lanzado canales
mediáticos libres de la censura occidental, permitiendo así el surgimiento de
voces disidentes, alterando la narrativa impuesta y exponiendo la decadencia
del discurso dominante. Este enfoque fluido y no beligerante ha permitido a las
potencias emergentes forjar un mundo paralelo que, en última instancia, dejará
obsoleto a este "imperio", sin siquiera tener que asestar un solo
golpe.
Las potencias emergentes no solo han tomado represalias como
Irán contra Israel, sino que han neutralizado a este Occidente corrupto y
arrogante. Y esto no mediante la destrucción, sino inutilizando por completo la
herramienta de dominación. Han librado una guerra silenciosa de devaluación, un
proceso metódico destinado a socavar la influencia del cártel, no mediante la
confrontación directa, sino exponiendo la inevitable evidencia de que el mundo
de ayer ya no tiene cabida para esta hegemonía moribunda.
Toda provocación del viejo centro, ya sea en Ucrania, Gaza,
Taiwán o cualquier otro lugar, no ha sido respondida con una escalada
beligerante, sino con una fría y decidida demostración de superioridad. Una
superioridad estratégica, que sabe adónde va; superioridad logística, que
controla flujos, recursos y capacidades; superioridad moral, que demuestra la
absoluta vacuidad de la narrativa dominante, que no tiene nada que ofrecer
excepto la ilusión de una potencia desaparecida. Mientras el cártel se agota en
una escalada inútil y suicida, sus adversarios lo absorben sin prisa, lo
esperan pacientemente y, en un mismo movimiento, lo desarman, lo privan de su
poder de influencia.
Este cambio, para cualquiera con un mínimo de lucidez, no es
una hipótesis lejana, pues ya está en marcha, es palpable... ahora tangible. El
viejo mundo, en su desesperado afán por mantener una apariencia de control,
intenta iniciar un tercer ciclo de confrontación total, creyendo ingenuamente
que una guerra mundial podría restaurar la legitimidad perdida. Pero ya no
puede ganar esta guerra. Ya no es militar y, sobre todo, ha comenzado hace
mucho. Ya no es una batalla por territorio, sino una batalla por el
significado, la influencia y la verdad. Y aquí, el viejo orden ya ha sido
vencido, no por una derrota militar, sino por la erosión invisible pero
irreversible de su autoridad moral y estratégica. La guerra, en su forma
clásica, nunca llegará; ha quedado obsoleta por la irrevocabilidad del cambio
en curso.
Los dos primeros ciclos permitieron al Imperio
Anglo-Occidental arrasar con todo, imponiendo su dominio a costa de sangre y
destrucción. Las dos guerras mundiales desangraron a Europa, destrozando su
tejido social, económico y político, y coronando finalmente a Estados Unidos
como la única superpotencia de la posguerra. En aquel entonces, Estados Unidos
resurgió de las ruinas de un mundo devastado, con su monopolio de las finanzas,
la diplomacia y el poder militar.
El segundo ciclo, la Guerra Fría, actuó como un cerrojo
estratégico, permitiendo a Occidente dominar toda la esfera capitalista y
aplastar cualquier alternativa, en particular el bloque soviético. La supuesta
paz liberal ideal se impuso como norma universal, un espejismo de estabilidad,
mientras el «Imperio» seguía fortaleciendo su poder económico y militar,
mientras ocultaba sus abusos tras un velo de democracia y libre comercio.
El tercer ciclo, el del caos permanente, de la hegemonía
disfrazada de cruzadas humanitarias y la "guerra contra el
terrorismo", debía culminar este proyecto de dominación global. Pero este
ciclo se convirtió rápidamente en un desastre estratégico. Irak, en 2003,
destrozó la fachada moral cuidadosamente construida durante décadas. La
invasión no solo devastó un país, sino que también desvirtuó cualquier
legitimidad de las intervenciones militares occidentales, reavivando la
oposición a la omnipotencia estadounidense. Afganistán, tras veinte años de
guerra, destrozó la ilusión de invencibilidad del "Imperio",
exponiendo sus debilidades estratégicas y humanas. Siria, por su parte, asestó
un golpe fatal a la omnipotencia estadounidense, desenmascarando la incapacidad
de Occidente para imponer su orden más allá de sus fronteras inmediatas, a la
vez que exponía la hipocresía de sus supuestas "intervenciones
humanitarias" mercenarias.
Hoy, Ucrania y Gaza cierran este capítulo, y la guerra en
Ucrania no solo ha expuesto las fallas del enfoque imperial, sino que también
ha revelado la impotencia estratégica de Estados Unidos y la OTAN, mientras que
Gaza, con su ciclo de violencia incesante, está destruyendo gradualmente el
fundamento de la narrativa occidental, la de la moral autoimpuesta y la
superioridad incuestionable. Estos sucesivos fracasos demuestran que el
«Imperio», bajo su aparente omnipotencia, está ahora en decadencia, atrapado en
sus propias contradicciones, y su caída es inevitable.
Este cártel hegemónico, incapaz ya de gobernar con el
ejemplo ni la persuasión, ahora busca subsistir únicamente mediante amenazas,
sanciones económicas, interferencia política, bloqueos económicos y guerras
mediáticas. Pero su maquinaria está rota. El orden unipolar del siglo XX, tan
cuidadosamente tejido en torno a la idea del dominio indiscutible del Imperio
anglo-occidental, se está resquebrajando. Donde antes los estados vasallos se
doblegaban ante las exigencias imperiales, ahora soplan nuevos vientos: una
soberanía recién descubierta, resiliencia popular y alianzas estratégicas
inesperadas e impredecibles. Donde «el Imperio» creía poder afirmar su poder
mediante el miedo, ahora se enfrenta a naciones que ya no le temen.
Sus otrora temidos medios de presión, como las sanciones
económicas, las amenazas militares y la guerra de la información, ahora se
perciben no como instrumentos de fuerza, sino como reliquias de una época
pasada, a veces ridículas, a menudo contraproducentes. Lo que antes exigía
obediencia ahora alegra a quienes fueron sus objetivos. Los pueblos, países y
sistemas que durante mucho tiempo se han sometido o doblegado a este reinado en
decadencia ya no buscan complacer a los amos del viejo mundo, sino construir
trayectorias autónomas, a veces a pesar de las presiones externas. Lo que ayer
parecía una certeza, hoy se ha convertido en una grotesca farsa.
El arsenal del caos, por supuesto, permanece intacto, las
armas de destrucción masiva aún están listas para ser desplegadas, pero el
adversario anticipó este escenario desde hace tiempo. No esperó a que cayera el
diluvio para desarrollar su respuesta; actuó con antelación, ocultando sus contraataques
y reforzando sus líneas de defensa. Lejos de ceder a la tentación suicida de la
guerra total, adopta la estrategia fría y calculada de quienes, habiendo
perdido la ilusión de la victoria por la fuerza bruta, buscan perdurar. No es
la destrucción lo que busca, sino una forma más sutil de imposición de un mundo
donde la guerra, lejos de ser una herramienta de dominación, quede relegada al
olvido de la historia. Un mundo donde la violencia ya no sea una palanca
política.
Esta perspectiva, impensable para Occidente, sacude todo lo
que ha construido. Expone la naturaleza de su dominación con una negación
sistemática de la alteridad, una negación de cualquier forma de coexistencia
pacífica entre diferentes modelos. Esta es la ruptura fundamental. Por un lado,
un bloque carcomido por su propia decadencia, un "imperio" que ya ni
siquiera puede concebir que está perdiendo y que se engaña creyendo que la
guerra aún puede purificarlo. Por otro lado, una unión de potencias diversas y
estratégicas, cuyo objetivo no es reinar a su vez, sino impedir que continúe el
ciclo infernal de dominación y destrucción. No quieren ocupar el lugar del
"Imperio", quieren impedir su regreso. Y es precisamente aquí donde
reside el mayor temor de Occidente: el fin de un modelo corrompido, no por la
fuerza del enemigo, sino por su propia incapacidad para evolucionar.
La historia, lejos de seguir el camino recto y lineal
impuesto por los narradores victoriosos, avanza mediante rupturas, choques,
colapsos repentinos y la irrupción de fuerzas imprevistas. Nunca ha pedido
permiso, ni siquiera el consentimiento de los poderes fácticos. Hoy, el
Occidente colectivo, ese viejo cártel cuya cohesión se mantiene unida solo por
la inercia de narrativas obsoletas y estructuras internacionales desgastadas,
se aferra desesperadamente a la ilusión de que puede contener lo inevitable.
Aún quiere creer que puede doblegar la historia bajo la presión de la fuerza
bruta, la intimidación o el chantaje moral. Pero lo cierto es que ya es
demasiado tarde. No porque otro imperio lo haya suplantado (un imperio que, al
final, no sería más que el mismo drama con un disfraz diferente), sino porque
el mundo ha evolucionado más allá de la centralidad de un solo actor, un solo
modelo.
La gente ha visto flaquear el eje y ha comprendido que ya no
hay un centro que lo sostenga. El orden unipolar que pretendía gobernarlo y
ordenarlo todo se derrumba bajo el embate de la emergencia de otro paradigma:
el de un orden multipolar en construcción. Y esto no es una hipótesis, es una
realidad en formación. Este mundo ya está aquí, ante nuestros ojos, y es
esquivo para quienes siguen refugiándose en sus ilusiones.
Esta no es una victoria rotunda que se libra bajo el
resplandor de la gloria, sino un desmantelamiento metódico, lento e irreversible
de un sistema depredador, posible gracias a una inteligencia estratégica
impecable, la paciencia forjada durante siglos de historia y la construcción de
alternativas creíbles y funcionales. El desenlace del viejo mundo ya no es una
cuestión de "si", sino de "cuándo". Ya no se trata de si
este mundo se derrumbará, sino de hasta qué punto se verán arrastrados en su
caída quienes persistan en apoyarlo. Y la verdadera pregunta que surge ahora es
de una formidable simplicidad: ¿quiénes, entre quienes aún mantienen unido este
sistema, tendrán el coraje de romper con él antes de que los absorba?
Dado que la agonía del viejo orden ya está en marcha, solo
aquellos capaces de desprenderse, de cortar los lazos que los atan a este
agotado "imperio", pueden esperar salir ilesos del cataclismo que se
avecina. Lo que se avecina no será benévolo para quienes aún procrastinan. No
se trata de una transición fluida, sino de un cambio repentino, un cruce
decisivo de un umbral. Este mundo ya está aquí. Quienes siguen ocultándose en
los restos del viejo orden tendrán que pagar el precio.
La era de las medias tintas, los discursos corteses y los
falsos compromisos ha terminado. La verdad, cruda e innegable, finalmente
reafirma sus derechos, sin adornos ni atenuantes. La historia, por
su parte, ya no se doblega ante los caprichos de los últimos defensores de un
mundo obsoleto. Ya ha decidido, y el veredicto es inapelable.
Phil BROQ.
https://jevousauraisprevenu.blogspot.com/2025/06/le-crepuscule-des-3-portes-que-sont-la.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario