4.7.24

Hay que pasar página y estar dispuesto para las posibilidades que la vida nos prepare

© LAS PÉRDIDAS EN LA VIDA             

Éste es un tema recurrente pero que no está por demás de echarle un vistazo.

La vida en sí misma es el paradigma de la pérdida desde que nos es otorgada pues desde que nacemos nos encaminamos hacia la muerte (la pérdida de la vida)

No es de extrañar que todo el proceso vital esté lleno de pérdidas de diversa entidad a las que nos debemos ir enfrentando tal y como se presentan.

Cuando una pérdida nos afecta, la vida nos interpela para recordarnos la caducidad de todas las cosas: todo lo que empieza, termina

Más allá de esta enseñanza básica, sin embargo, nos toca gestionar las emociones y los retos que una pérdida nos plantea en nuestro ámbito concreto

Es evidente que siempre hay que superar el trance y salir adelante. Por mucho que nos afecte o nos duela, es ley de vida y debe servirnos de aprendizaje.

Son diversas las reflexiones que debemos hacer: recordar nuestra finitud, nuestra imperfección, la necesidad de ser agradecidos. Ver qué necesitamos hacer diferente o qué debemos aceptar.

Disolver nuestra vanidad y admitir que todo no lo hacemos bien, tratando de enderezar lo que sea necesario, o sacando del disgusto la lección que quizás nos falta para mejorar y avanzar.

Según sea el nivel de la pérdida, también supondrá más energía a emplear y más voluntad de aceptación. Otra cosa serían las recriminaciones que nos podamos hacer sobre el hecho

Una de las sensaciones más habituales frente a una pérdida es que sentimos una gran frustración y por qué no decirlo, una gran irritación por lo que nos parece una estafa, una maldad inmerecida.

He aquí pues el panorama no deseado que se nos abre. Primero debemos averiguar si nos sentimos responsables, después ver que debemos aprender y finalmente cómo actuar a continuación

Las pérdidas pueden ser de diferentes tipos: la muerte de un ser querido, quedarse sin trabajo, enfrentar un desahucio, pero creo que la más frecuente es la ruptura de pareja.

En este último caso intervienen -como en todos los demás- muchos factores pero la situación se reduce al ámbito de dos personas que de entrada tendemos a definir como víctima y verdugo.

Pero la cosa no es ni mucho menos tan sencilla. Una ruptura siempre es responsabilidad de los dos miembros de la pareja, aunque sea sólo uno de ellos quien haya tomado la iniciativa.

Las relaciones son activas o pasivas, por acción u omisión: uno hace y otro dejar hacer... hasta que el vaso se llena y empieza a derramar...

Tomar la decisión de separarse (más si se lleva tiempo juntos) es algo difícil y doloroso aunque se vea clara su conveniencia, porque nunca es todo blanco o todo negro en cuanto a sentimientos

La cuestión es que el más fuerte, el más decidido o el más cabreado da el paso y derriba toda una estructura a veces débil pero a menudo levantada y mantenida con notables esfuerzos

Llegados aquí, vienen el reparto de culpas (responsabilidades) y la aparición de la rabia, la tristeza, el abatimiento, el desencanto, etc. que no ayudan en nada pero son el primer paliativo para la situación

La tentación de “hacer daño” al otro es muy grande y comprensible pero no admisible porque sólo hace que las cosas se compliquen y se alargue el proceso de superación de la debacle

Tal y como se ha oído decir: Cuando se cierra una puerta se abre una ventana. O sea que lo más adecuado es apresurarse a pasar página y estar dispuesto para las nuevas posibilidades que la vida nos prepare

O así me lo parece

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Joan Martí - elcamidelavida@gmail.com - 4 julio 2024

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