VIDA Y LIBERTAD
En este mundo donde la apariencia de comodidad y progreso enmascara una realidad suicida, un último y vibrante llamado a la conciencia colectiva se eleva contra la apatía generalizada y la opresión sistémica.
Les daré una evaluación final y dura de la sociedad moderna, describiendo una era donde la ética y la dignidad han sido borradas en favor de poderosos mecanismos de control, alimentados por élites corruptas, instituciones opresivas y una negación total del pueblo.
El último grito de alarma ante la erosión de los valores fundamentales y la sumisión silenciosa de individuos que, encerrados en una comodidad ilusoria, han perdido progresivamente la capacidad de rebelarse, de luchar por su libertad y su supervivencia.
La sociedad moderna, a pesar de los avances tecnológicos y las aparentes mejoras en nuestro nivel de vida, vive en una era en la que la ética, la integridad y la dignidad parecen haber sido sacrificadas con fruición en el altar de la conveniencia. Pero aún más, se está hundiendo en una pasividad colectiva que raya en la autodestrucción.
Mientras los pueblos,
humillados y extorsionados por sus gobernantes, saturados de ilusorios conforts
y distracciones digitales, permanecen congelados en un sueño profundo, las
fuerzas oscuras del globalismo se despliegan, más implacables y voraces que
nunca, en un mundo donde el sentido mismo de la democracia parece haberlo
perdido todo.
Los hombres del siglo XXI, en su desesperada apatía por querer tomar las riendas de su propia vida en esta Tierra, se han convertido en espectadores hipnotizados de su propia decadencia. Incapaces de levantarse por miedo a las sanciones y acostumbrados a la sumisión, encerrados en una falsa comodidad que se les ofrece como premio a una productividad ciega, se han convertido en simples engranajes intercambiables de un sistema que sólo busca explotarlos y arruinarlos hasta la muerte.
Los obreros, los ciudadanos, los
individuos mismos, se ven reducidos a ser simples consumidores dóciles,
obsesionados por objetos fútiles y entretenimientos efímeros, incapaces de ver
que todo esto no es más que un engaño del que ellos son víctimas consentidas.
Mejor! Ellos mismos les pusieron las cadenas en los pies, que incluso pagaron
con su propio dinero. Mientras pagan los salarios y privilegios de los “hombres
armados” que los maltratan, de los jueces que los encierran y de los políticos
que los humillan.
Esta comodidad que creemos poseer, cuando es todo lo contrario, esta aparente tranquilidad después de una jornada de trabajo mal recompensado, en realidad sólo es una trampa bien diseñada por maniobras tóxicas de banqueros apátridas, que nos dan la ilusión de seguridad en un mundo donde, bajo la superficie, todo se está desmoronando. Sus casas modernas, sus coches de última generación, sus pantallas luminosas y sus vacaciones exóticas no son más que cadenas de oro, a menudo compradas a crédito, que los mantienen dóciles mes tras mes, pues son, gracias a la educación, incapaces en adelante de pensar un poco más allá de su pequeña burbuja personal.
Es esta comodidad a
crédito, esta facilidad de vivir en una ilusión mediática orquestada desde
cero, lo que les impide ver la verdad sobre el vacío de sus vidas. Y lo cierto
es que quienes detentan el poder, quienes han sabido manipular estos mecanismos
sociales, no pretenden otra cosa que erradicar las últimas formas de
resistencia.
Las elecciones se han convertido en nada más que un rito diseñado para dar la ilusión de una elección a idiotas útiles, entre candidatos clonados sin estatura, mientras las mismas grandes familias e intereses bancarios todavía dominan detrás de escena. Las masas sin cerebro, por supuesto, participan muy activamente en esta puesta en escena grotesca, creyendo todavía que un día serán escuchadas, que un día vendrá el cambio, que un día vendrá un salvador...
¡Pero ese día nunca llegará! Todo el sistema está
bloqueado y los que detentan el poder han logrado colocar a sus aliados en
todas las instituciones que, supuestamente para proteger a la sociedad, la
ponen bajo control, garantizándoles al mismo tiempo una impunidad total.
Una de las principales razones, en mi opinión, de esta inercia colectiva reside en el fenómeno de la sumisión generalizada basada ciertamente en el miedo infundido por las fuerzas violentas del orden público, pero también en el vicio al que se entrega diariamente cada uno de estos esclavos modernos, inducido por entretenimientos escandalosos.
El miedo al
colapso de una sociedad que sin embargo está enferma hasta el punto de morir,
el miedo a perder esas migajas de ilusorio confort, la falta de responsabilidad
y de conciencia de lo que es la vida, impiden la más mínima rebelión de estos
cerebros esclerotizados desde hace demasiado tiempo.
También los pueblos de Europa observan este espectáculo con gélida indiferencia. Los llamados a la conciencia, a la acción, a la rebelión, caen en el vacío, ahogados por una cultura de pasividad y negación que conduce al sacrificio de sus propios hijos.
El miedo a lo desconocido, el miedo al cambio, el hábito de su prisión, hacen de cada uno un espectador que se ha vuelto impotente. En esta masa rebosante de eunucos lobotomizados, la negación y la cobardía se han convertido en la norma para una gran parte del pueblo.
En
lugar de luchar, la mayoría se contenta con seguir dejándose adormecer por esta
ilusión de comodidad efímera, de una seguridad tan frágil que sólo existe en
sus sueños más ciegos y de una sumisión tan total que incluso esperan su futura
muerte en un frente del Este, sin imaginarse poder empezar a utilizar su vida
para derrocar a ese poder ilegítimo.
La revolución no se producirá porque ya no hay conciencia
colectiva. Nadie está dispuesto a sacrificar su pequeña y tranquila existencia
por una lucha que, sin embargo, es vital, pero que parece perdida de antemano.
Y, sin embargo, es esta misma indiferencia la que sella su destino.
La cobardía de los pueblos que languidecen en su vida
ilusoria es ante todo una historia de renuncia. Renuncia a la autonomía, a la
dignidad, a la responsabilidad y a la esperanza de un mundo mejor. Esta
cobardía está alimentada por la ilusión de control que creemos tener sobre
nuestras vidas, pero que poco a poco se nos va de las manos, como arena entre
los dedos. El pueblo está pues condenado a ver cómo el sistema que lo aplasta y
que él financia se fortalece cada día, sin encontrar jamás el más mínimo coraje
para desafiarlo.
Sin embargo, esta situación no puede durar indefinidamente. La dominación a través del miedo, aunque efectiva a corto plazo, siempre termina generando resistencia. El establecimiento de un sistema así, en el que el Estado se basa en su capacidad de reprimir más que en el consentimiento, enferma, desequilibra y divide profundamente a la sociedad.
Las legítimas
aspiraciones de los individuos a vivir en un ambiente de paz, libertad y
justicia se ven sofocadas por la brutalidad de este Estado que se ha convertido
en enemigo de todos. Y aunque este sistema a veces parece invencible, ya lleva
dentro las semillas de su propia destrucción.
Si queremos recuperar una forma de vida humana y digna, es
crucial destruir esta estructura opresiva y restablecer un orden basado en la
libertad, la justicia y el respeto a los derechos fundamentales. Pero para esto
hay que luchar…
El tiempo del despertar claramente ha pasado. He hecho mi parte durante los últimos cinco años, pero hoy, solo puedo observar, impotente y desilusionado, la carrera vertiginosa. Las almas cautivas se han resignado, consoladas en su sueño hipnótico, arrulladas por la ilusión de una libertad que nunca tuvieron.
Los convencidos de un mundo mejor se han
convertido en ecos en el vacío, y los demás, esos “tontos derrotados”, ya ni
siquiera tienen capacidad de rebelarse, perdidos en el dulce letargo de una
existencia sin conciencia, donde cada momento les es robado sin que siquiera se
den cuenta.
Así pasan los años, las conciencias se desvanecen y el fin
de la esperanza se acerca, inevitablemente. ¿Qué podemos decir, excepto que
aquellos que se han resignado a su destino cosecharán exactamente lo que han
sembrado? Es decir, ¡una vida sin lucha, sin alivio, sin vida! Una existencia
reducida a una lenta agonía y a una indiferencia casi general. La mayoría de
ellos nunca quisieron despertar, y ahora probablemente sea demasiado tarde para
cambiar algo de esta inevitable caída.
Así que a partir de ahora daré un paso atrás en esta
situación, prefiriendo observar los acontecimientos desde lejos, desde la
serenidad de mis montañas. Allí contemplo el paisaje, esperando que el tiempo
haga su trabajo. Abrumado por lo que percibo, dudo de la eficacia de poder
todavía ayudar a alguien con información. Ya no veo la luz de un futuro
prometedor.
Para aquellos a los que todavía les interese, pueden seguir
comprando mis
libros y disfrutar de lo que tengo para ofrecerles. Cada uno elige su
propio camino y yo ya no tengo ganas de usar mi energía en convencer a quienes
están cerrados a lo esencial...
Ver artículo completo: https://jevousauraisprevenu.blogspot.com/2025/02/la-vie-et-la-liberte.html
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