© EL RECURSO DE LA ACEPTACIÓN
Cuando con arrogancia nos creemos los reyes de la creación
sólo tenemos que echar un vistazo a nuestra realidad física dentro del Universo
donde no representamos ni una mota de polvo.
Sin salir del sistema solar, que podemos considerar como
nuestro “patio de escuela”, nuestra insignificancia es ya clamorosa y nos sitúa
en nuestra verdadera importancia.
Estas observaciones vienen a cuento de la creencia en la influencia que podemos tener en el desarrollo de las cosas que nos rodean (y de nosotros mismos).
Formamos parte de una realidad enorme con sus leyes y juegos
de equilibrio y nuestro ámbito de posibilidades de actuación es mínimo e
intrascendente.
Reconocer esta cuestión -tras un buen baño de humildad- nos
proporcionará una cierta paz frente a los acontecimientos en los que estamos
inmersos y que habitualmente nos sobrepasan.
Quizás sí que en pequeñas cosas tenemos algo que decir. Por
ejemplo en todo lo que depende de nosotros mismos: Elijo está triste o alegre;
confío en los demás o desconfío; ayudo a mi prójimo o paso de él, etc.
Sin embargo, dentro de la marcha del universo no contamos lo
más mínimo y todo lo que acontece nos cae encima y nos toca “aceptarlo” de buen
grado o por fuerza.
Otra cosa son los perjuicios que nos aplicamos unos a otros,
que son de mayor importancia según el “poder temporal” de quienes los ejercen.
Es evidente que una tormenta puede originarse de forma
natural o por medio de la intervención humana lo que promueve nuestra
aceptación en el primer caso o enciende nuestra rebeldía en este último caso.
En nuestro nivel vital no podemos ir más allá de nuestras
“cuatro paredes” y nuestra contribución al conjunto se limita a la convivencia
con el resto de seres humanos.
La totalidad de la que formamos parte no la podemos captar
ni poco ni mucho y por eso necesitamos aceptar nuestra posición en el conjunto
y dejar que las cosas “pasen” porque seguro que tienen una razón de ser, aunque
no la entendamos.
Pero ¿cómo es que algunos parecen hacer y deshacer
libremente? Quizás podríamos verlo como un juego de niveles donde jugarían con
más o menos capacidades de actuación.
Un ejemplo sencillo lo tenemos en el caso de un hormiguero
donde en su interior se reúnen toda una multitud de actividades asumidas con
diferente nivel de responsabilidad por sus individuos que sin embargo están
expuestos a eventos “externos” como por ejemplo que el terreno sea arrasado
para hacer unas obras a cargo de seres desconocidos e inaprehensibles desde su
nivel existencial.
La vida se compone de vivir y morir y todo se renueva
continuamente, desde lo más pequeño hasta lo más grande. En esta evolución todo
está sometido a fuerzas diversas que porfían por mantener un equilibrio por
encima de la aparente inestabilidad.
Me gusta comparar este planteamiento con el conjunto del
cuerpo humano donde multitud de “niveles de vida” hacen su trabajo que sirve a
la totalidad a pesar de que no tengan verdadera constancia de ello.
Cuando algo no se comprende, hacer uso de la aceptación es
lo más conveniente para nuestro equilibrio interno y más cuando con nuestro
nivel de inteligencia podemos medio vislumbrar su posible razón.
O así me lo parece
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Joan Martí - elcamidelavida@gmail.com
- 14 marzo 2025
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