26.3.25

El viejo mundo se aferra a sus mitos, negándose a ver que la marea ya ha cambiado

El filósofo ruso Aleksandr Dugin y
el polímata alemán Oswald Spengler

LA DECADENCIA DE OCCIDENTE      

Nos estamos pudriendo. Pero en la podredumbre, algo se arrastra. Oswald Spengler miró a Europa y vio a una anciana, con los labios pintados para ocultar las grietas. Alexander Dugin mira al mundo y ve un campo de batalla, líneas trazadas con sangre. El hombre fáustico, el que va más allá, el constructor de catedrales, el ingeniero del apocalipsis: construyó demasiado, llegó demasiado lejos, y ahora se ahoga en el mismo océano que pretendía conquistar. ¿Qué nos queda? Una nueva guerra, no sólo una guerra de naciones, sino del Ser mismo. La Cuarta Teoría Política no llora por Occidente como Spengler. Se ríe. Afila su cuchillo. Declara muertas las viejas ideologías y arroja sus cadáveres a la tierra. Pide algo nuevo, algo más allá del liberalismo, más allá del comunismo, más allá del fascismo: un retorno, pero no a la tradición como pieza de museo. La tradición como arma.

Spengler lo sabía. Sabía que las civilizaciones, como los hombres, envejecen, se debilitan, se derrumban bajo su propio peso. Pero, ¿qué ocurre cuando un anciano se niega a morir? Miren a Europa: un continente en las fases finales de la consumación, resollando eslóganes vacíos sobre «democracia» y «derechos humanos» mientras sus ciudades arden y sus fronteras se disuelven. El hombre fáustico, atrapado en su propia creación, incapaz de soltarse, aferrado al sueño del progreso eterno mientras se precipita en espiral hacia el vacío. Pero Dugin no habla de decadencia, sino de guerra. La Edad de los Césares de Spengler, no como un lamento sino como una profecía. Los grandes hombres volverán, pero no serán europeos. Europa ha olvidado cómo criar conquistadores. Los nuevos Césares vendrán de otros lugares, de civilizaciones todavía lo bastante jóvenes como para creer en el destino.

Pseudomorfosis: La hermosa palabra de Spengler para la asfixia de una civilización joven a través del cadáver de una vieja. Europa estranguló a Rusia durante siglos, la obligó a vestirse con sus ropas, le hizo hablar su lengua, fingir ser algo que no era. Pero Rusia nunca fue fáustica. Nunca necesitó serlo. La Tercera Roma siempre estuvo esperando, aguardando su momento, observando cómo Europa se destripaba a sí misma en el altar de su propia arrogancia. ¿Y ahora? La pseudomorfosis se está rompiendo. Rusia se despoja de su piel occidental, vuelve a sus propias raíces: euroasiáticas, ortodoxas, nacidas en la estepa. Esto es lo que entiende Dugin: Rusia es joven. Rusia tiene hambre. No sigue las reglas del viejo orden moribundo. Está construyendo uno nuevo, con la espada en la mano, donde Occidente una vez tuvo la corte con pluma y papel, ahora ahogado en su propia tinta.

¿Y qué hay de Estados Unidos? Un coloso, sí, pero construido sobre el aire. Un experimento fáustico tardío, todo tecnocracia y velocidad, pero sin alma. La Cuarta Teoría Política no se doblega ante ella. La visión de Dugin no es estadounidense, ni globalista, ni universal. Spengler veía América como la extensión inevitable de la voluntad de poder fáustica: el capitalismo como metafísica, la publicidad como filosofía, la máquina como dios. Dugin ve otra cosa: un imperio que se ha olvidado de sí mismo, que ni siquiera sabe que es un imperio, devorándose a sí mismo en un sueño febril de decadencia liberal. El César americano vendrá, pero no heredará más que cenizas.

Europa fue hermosa una vez. Su tragedia es que nunca supo cómo detenerse. El alma fáustica estaba destinada a crear, a construir, a empujar hacia fuera, pero siempre hubo un precio. Spengler lo vio: expansión infinita, ambición infinita, el sueño de lo ilimitado, hasta que el sueño se rompe y los constructores se convierten en ocupantes ilegales de sus propias ruinas. El lado negativo del espíritu fáustico es su negativa a aceptar los límites, a saber cuándo morir. Y así perdura, mecanizado, burocratizado, automatizado, gobernado por hombres que no tienen pasado ni futuro, sólo el aburrido zumbido de la administración. La posmodernidad es sólo otra palabra para rigor mortis.

Pero todavía hay poder en Occidente. El ciclo de Spengler aún no se ha completado, e incluso en la decadencia hay momentos de terrible belleza. Los últimos guerreros del viejo orden -los que recuerdan, los que aún tienen fuego en la sangre- observan, esperan. La Era de los Césares no será apacible. El hombre fáustico, incluso en su caída, se enfurecerá. Dugin no cree en la supervivencia de Occidente, pero sí en su capacidad para luchar, para arremeter incluso en su caída. La cuestión es: ¿quién empuñará esa furia? ¿Los globalistas, los gestores, los cobardes que vendieron su herencia por comodidad? ¿O los que aún escuchan el eco lejano de las agujas góticas, los himnos de batalla, el rugido de algo primigenio y olvidado?

La multipolaridad no es sólo una realidad política. Es un cambio metafísico. Spengler lo insinuó, Dugin lo proclama. La época en que una civilización dominaba a todas las demás ha terminado. El hombre fáustico quería al mundo entero, pero el mundo ya no le quiere a él. China se alza, inquebrantable ante la enfermedad de Occidente. El Islam recuerda. La India se agita. Rusia ruge. Este no es un mundo para los valores universales, para los derechos humanos, para la democracia en su sentido occidental. Este es un mundo de civilizaciones, de destino, de voluntad. El Occidente fáustico es ahora un actor más en el escenario, ya no es el director.

Y, sin embargo, algunos no lo aceptan. Los fantasmas del imperio persisten. El viejo mundo se aferra a sus mitos, negándose a ver que la marea ya ha cambiado. La OTAN se expande, las sanciones se apilan cada vez más alto, una frágil torre de rencor que se desmorona a medida que se eleva, pero nada de ello detiene el lento desmoronamiento. Los dirigentes europeos son sonámbulos. El mundo que gobiernan es una ficción. Spengler los vio venir: la clase burocrática, los chupatintas, los oficinistas a cargo de una civilización moribunda. Confunden su posición con el poder. El poder real está en otra parte, desplazándose hacia el este, hacia el sur, hacia aquellos que todavía creen en algo más grande que el crecimiento económico y los marcos legales.

Dugin y Spengler, por tanto, no se oponen. Son los sujetalibros de una misma visión: la muerte de lo viejo y el nacimiento de lo nuevo. Spengler se lamentaba. Dugin no. Se prepara. La Cuarta Teoría Política no pretende revivir Occidente. Pretende sustituirlo. ¿Con qué? Eso sigue sin estar claro, pero la claridad es para tiempos de paz. Ahora es el momento de la batalla, de la guerra, no sólo en las calles de Ucrania o Gaza o dondequiera que se abra el próximo frente, sino en la mente, el alma, el tejido mismo de la civilización.

Nos estamos pudriendo. Pero en la podredumbre, algo se arrastra. Occidente está muriendo, pero no muere en silencio. Se enfurece, lucha, se niega a aceptar su destino. Spengler nos dice que es inevitable. Dugin nos dice que elijamos un bando. La única pregunta que queda es: ¿quién empuñará el cuchillo?


Constantin von Hoffmeister
Estudió Literatura Inglesa y Ciencias Políticas en Nueva Orleans. Ha trabajado como periodista, traductor, editor y formador empresarial en Estados Unidos, India, Uzbekistán y Rusia.

https://es.sott.net/article/98813-Alexander-Dugin-y-la-decadencia-de-Occidente

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