ESHKOL BEN-AMI, ESTRATEGA ISRAELÍ
Arquitecto en la sombra del nuevo orden de Oriente Medio
La cita fue acordada con semanas de antelación. Se trataba de un encuentro excepcional con uno de los hombres más influyentes —y discretos— de la escena estratégica internacional. No aparece en portadas, no concede ruedas de prensa, pero su firma figura en memorandos que luego se traducen en guerras, tratados, sanciones o reconstrucciones.
No pertenece
formalmente a ningún gobierno, pero asesora a varios. Su nombre, por razones
obvias, no será revelado de forma explícita. Aunque el lector atento sabrá
colocarlo en su mapa: Eshkol Ben-Ami, un nombre desconocido para el común de
los mortales.
El encuentro tuvo lugar a primeros de julio de 2025 en su residencia privada de Palm Beach, Florida. Una mansión blanca de estilo neoclásico, con columnas dóricas y un jardín donde el orden parece regido por un algoritmo invisible.
A la entrada, dos empleados uniformados nos recibieron sin demasiadas preguntas. Uno de ellos nos condujo hasta un salón circular desde cuya cristalera se divisaba el océano. Amplio, sobrio, con paredes cubiertas de mapas antiguos del Levante y retratos de figuras políticas hebreas.Allí nos aguardaba el anfitrión. Cerca de los sesenta años,
delgado, rostro anguloso, cabello gris bien cortado, ojos azules penetrantes.
Vestía sin ostentación: camisa de lino, pantalón claro, mocasines sin
calcetines. Si tuviéramos que compararlo con alguien, sería con Yuval Noah
Harari, aunque más elegante, más contenido y con más pelo. Menos ideólogo, más
estratega.
Se levantó al vernos, nos saludó con cordialidad y nos
ofreció algo de beber. Agua filtrada, zumo de granada o café turco —que dijo
preferir por su aroma a tierra húmeda. La conversación empezó sin grabadora.
Comentarios triviales, alguna referencia al calor del verano, elogios educados
a la puntualidad. Es un hombre que ha asumido el mando de su tiempo. No
necesita imponerlo: lo ejerce.
Antes de comenzar la entrevista, le aclaramos que podría
revisar sus declaraciones antes de su publicación. Sonrió levemente.
Ben-Ami: No se preocupen —dijo—. Diré solo lo
que quiero decir.
Encendimos la grabadora.
Periodista: Señor Ben-Ami, usted asesora a
múltiples gobiernos y forma parte de círculos de decisión muy influyentes a
nivel global. Su experiencia en materia económica, financiera y geoestratégica
le convierte en un testigo privilegiado de lo que ocurre en el mundo. Para
comenzar, ¿cómo describiría el estado actual del equilibrio de poder global?
Ben-Ami: El poder nunca ha estado equilibrado.
Lo que ustedes llaman equilibrio es solo una forma transitoria de dominio
aceptado. Hoy, como siempre, el poder pertenece a quienes controlan los flujos:
el dinero, la energía, la información y la narrativa. Lo demás es folclore
político para consumo local.
Periodista: En estos momentos, estamos
asistiendo a una situación muy tensa en Oriente Medio. Los acontecimientos del
7 de octubre marcaron un punto de inflexión. ¿Cuál es su análisis?
Ben-Ami: Las tragedias siempre cumplen varias
funciones. Algunas emocionan, otras justifican. Aquel día se activó una
narrativa cuyo desenlace estaba ya trazado. ¿Qué duda cabe de que Hamas es un
enemigo real para Israel? Pero también es un enemigo útil. Y como todo enemigo
útil, se le permite sobrevivir. No hay nada nuevo en esto. Todos los grandes
estados, incluidos los más democráticos, han financiado a sus propios enemigos
en algún momento. No por maldad, sino por lógica.
Periodista: Hablemos del proyecto de Israel y
del vaciamiento de Gaza. Hay quien sostiene que detrás de esta guerra no hay
solo razones defensivas, sino un proyecto a largo plazo. ¿Qué puede decirnos de
eso?
Ben-Ami: Los estados no sobreviven sin
horizonte. Israel tiene uno: el Gran Israel. Lo han dicho, lo han escrito, lo
han enseñado. Recuperar lo que consideran suyo. No hay ningún misterio. ¿Gaza?
Gaza es un obstáculo. Pero puede convertirse en un paraíso: litoral, gas
natural, ubicación estratégica… Imagine resorts, marinas, corredores
logísticos. Para eso, claro, hay que desalojarla. ¿Qué se hace con los
palestinos? Se les exporta. Europa tiene fronteras porosas y una necesidad
demográfica urgente. Una civilización que no se reproduce ya está muerta. Solo
queda enterrarla con elegancia.
Lo que dice sobre Gaza no sólo es cierto, sino que está
funcionando. El europeo medio no quiere saber. Quiere una buena causa. Quiere
llorar en paz. Se lo estamos dando.
Periodista: ¿Pero qué hay detrás de esa buena
causa? ¿Cuál es el objetivo real?
Ben-Ami: El objetivo es simple: supervivencia y
posición. Gaza es sólo el primer peldaño. Queremos el Corredor de David,
estable, militarizado, que una el mar con las profundidades del Golán. Eso
significa desplazar cientos de miles de personas. ¿Humanamente trágico? Sí. ¿Estratégicamente
inevitable? También.
Periodista: ¿Y cómo se traza ese corredor?
Ben-Ami: No con mapas, sino con hechos
consumados. Entramos, limpiamos, aguantamos. Luego vienen los ingenieros.
Autopistas, sensores, patrullas. En seis meses es una franja. En dos años, es
tierra nuestra. El mundo se acostumbra.
Periodista: ¿Cuál es la profundidad esperada?
Ben-Ami: Queremos hacer realidad el Corredor de
David, mil kilómetros de profundidad estratégica en línea continua. Desde el
litoral hasta más allá del Éufrates, pero no con tropas, sino con control
indirecto: logística, inteligencia, drones. Gaza, el Sinaí, el sur de Líbano,
parte de Siria. No necesitamos ocupar, solo neutralizar. El resto lo harán las
guerras civiles que vendrán.
Periodista: ¿Y las potencias? ¿No frenarán eso?
Ben-Ami: ¿Quiénes? Europa está moralmente
desarmada. Estados Unidos nos necesita como enclave fuerte. Rusia y China
operan en otro plano. Nosotros jugamos a décadas. Ellos a semanas.
Periodista: ¿Qué papel juega el relato
humanitario entonces?
Ben-Ami: Es esencial. La guerra ya no se gana
sólo en el terreno, sino en el relato. Mostramos dolor, hacemos pausas,
enviamos ayuda. Permitimos que griten “genocidio” desde sus salones. Eso
desactiva sus acciones. La emoción los paraliza. Cuando reaccionen, el mapa ya
habrá cambiado.
Periodista: ¿Y
después de Gaza? ¿Qué viene?
Ben-Ami: Lo que siempre viene tras una limpieza:
reordenamiento, repoblación, infraestructuras. Tecnoparques, zonas verdes,
drones de vigilancia, población seleccionada. Lo llaman reconstrucción.
Nosotros lo llamamos rediseño.
Periodista: ¿Cuál es el papel de Egipto en este
escenario? ¿Y el resto de países musulmanes?
Ben-Ami: Egipto está neutralizado. Y no solo
Egipto. Todas las grandes casas reales del Golfo, los emiratos, incluso Turquía
en su retórica ambigua. No hay voluntad de enfrentamiento. ¿Por qué? Porque el
petróleo ya no es lo que era, porque los flujos de capital vienen de otra parte
y porque todas esas élites árabes están perfectamente conectadas al sistema
financiero occidental. Les va bien. Y nosotros no los tocaremos. ¿Para qué? No
están en nuestro eje operativo. Ellos se limitan a preservar sus privilegios,
nosotros los respetamos, y cada uno hace su juego. Lo que ocurra en Gaza, o
incluso en Cisjordania, no altera ese equilibrio. Lo tienen asumido. Lamentarán
en público. Pero en privado colaboran.
Periodista: ¿Qué papel juega la inteligencia
artificial en su estrategia?
Ben-Ami: La IA no es una herramienta. Es ya una
capa esencial del mando. Estamos en transición hacia una guerra sin fricción:
logística automática, reconocimiento de patrones en tiempo real, predicción del
comportamiento civil, selección de objetivos, incluso redacción de informes
diplomáticos. Todo eso lo puede hacer una IA entrenada con datos operativos. Lo
que hacemos en Gaza es, en cierto modo, un experimento. Un laboratorio militar,
sí. Pero también político, demográfico, psicológico. Medimos cómo responde una
población sitiada a estímulos calibrados. Medimos cuánto tarda en colapsar un
grupo armado cuando interrumpes sus relevos de mando y cuando haces que los
civiles pierdan toda noción de continuidad vital.
Periodista: ¿Qué ocurrirá con los desplazados?
Usted ha hablado de los campos temporales en el Sinaí…
Ben-Ami: Sí, pero eso es el escenario inmediato.
No el final. A medio plazo, muchos terminarán en Jordania. Algunos en los
Emiratos. Pero le diré algo: Europa los absorberá. Lo sabemos. No porque lo
digamos nosotros, sino porque Europa no tiene otra salida demográfica. Lo
disfrazarán de asilo, de ayuda humanitaria, de integración necesaria. Pero será
una reubicación inducida. Y no será la última. África vendrá detrás. Europa
será la esponja de lo que nosotros dejemos fuera de nuestro perímetro.
Periodista: ¿Y el horizonte? ¿2050? ¿Qué vislumbran
ustedes?
Ben-Ami: El proyecto es claro. No lo ocultamos.
Queremos un espacio continuo, desde el norte del Sinaí hasta el sur del Líbano.
De Rafah a la frontera siria. Una franja amplia, asegurada, sin enemigos internos.
¿Es el Gran Israel? Llámelo como quiera. No lo hacemos por misticismo. Lo
hacemos por seguridad, por demografía, por economía. El relato religioso está
ahí, claro. Pero no nos guía un texto antiguo: nos guía la necesidad.
Necesitamos esa franja. Necesitamos garantizar el agua, el control aéreo, la
soberanía energética. No se puede vivir comprimidos entre enemigos
demográficos. No con solo ocho millones de personas. Aunque vinieran todos los
judíos del mundo —y no vendrán— seguiríamos siendo una minoría regional. Por
eso usamos tecnología. Por eso queremos automatizar la defensa. Y por eso,
también, necesitamos redibujar el mapa. Lo estamos haciendo. Gaza es solo un
paso.
Periodista: Seamos claros, señor Ben-Ami. ¿Usted
no es uno de los diseñadores de todo esto? ¿No está usted dentro del círculo de
planificación global que ya sabía desde hace décadas cómo iba a resolverse
esto?
Ben-Ami: Me halaga que me atribuya esa capacidad. Yo
soy un técnico. Un servidor de mi pueblo. Un estudioso. Pero le aseguro que los
planes, si existen, no los firma nadie. Son dinámicas. Lógicas históricas.
Usted puede mirar en el archivo Kivunim de 1982, o si quiere en los trabajos de
Oded Yinon. Todo está ahí. Lo que no se puede hacer es detener la Historia.
Periodista: ¿Por qué proteger a un criminal como
Netanyahu? Un político corrupto, acusado formalmente por la justicia de su
propio país, responsable de una política de exterminio y asedio que ha
convertido Gaza en un matadero humano. ¿Es que es intocable?
Ben-Ami: Israel no se gobierna por sentimentalismos.
Y no se destruye a un líder en medio de una guerra. Sí, hay causas abiertas.
Pero también hay una necesidad objetiva de cohesión. En el frente no se discute
quién da las órdenes. Se cumple. Y luego, si hay que hacer limpieza, se hará.
Pero cuando toque.
Periodista: El Estado de Israel se fundó como
respuesta al mayor horror del siglo XX, el exterminio nazi. Pero ¿cómo explica
usted que hoy su país, en pleno 2025, esté generando imágenes que recuerdan al
mismo holocausto? ¿Ha cerrado Israel el ciclo de víctima a verdugo?
Ben-Ami: Todos los pueblos tienen narrativas. Unos
basan su identidad en la gloria. Otros, como el nuestro, en la tragedia. Pero
eso no es incompatible con actuar con fuerza. Porque cuando estás convencido de
que tu causa es justa, actúas con toda la potencia. También lo hizo Alemania.
También lo hizo Roma. También lo hizo Estados Unidos en Hiroshima. Y nadie los
juzga por eso, salvo en retrospectiva. Nosotros no tenemos tiempo para la
retrospectiva. Estamos en medio de la guerra.
Periodista: En Europa existe una gran
sensibilidad hacia lo que se denomina el genocidio en Gaza. ¿Europa puede ser
un revulsivo moral contra Israel?
Ben-Ami: Eso resulta imposible, entre otros motivos,
porque ya nos hemos encargado de operar un cambio profundo en la opinión
pública. ¿Se da cuenta de que desde hace décadas hemos financiado la entrada
masiva de musulmanes en los países europeos? Nos ha costado mucho dinero y
organización, doblegar a los gobiernos, modificar la aplicación de la
legislación hasta volverla profundamente injusta con los autóctonos. Pero ahora
empezamos a recoger los frutos. Europa es hoy un hervidero de conflictos
étnicos y religiosos: los musulmanes no se adaptan, desprecian la cultura
europea, imponen sin pudor sus costumbres bárbaras. Una parte significativa de
la población europea —en Inglaterra, Francia, España, Suecia, Holanda,
Alemania— comprende perfectamente la limpieza étnica en Israel, porque la ha
vivido en sus propias calles. Si pudieran, harían lo mismo. Tal vez, cuando el
Gran Israel sea ya una realidad, les liberemos del dogal legal con el que ahora
los mantenemos atados.
Periodista: Permítame formularle una cuestión
especialmente incómoda. Hay quien sostiene que el proyecto del Gran Israel no
se limita a una expansión territorial, sino que persigue una forma de dominio
simbólico y funcional sobre el resto del planeta. Según esta visión, Jerusalén
habría de convertirse en la capital espiritual y moral del mundo, mientras Tel
Aviv actuaría como su centro logístico y de mando, gracias a la superioridad
tecnológica, militar y financiera acumulada. En ese esquema, ¿cuál sería el
lugar reservado al resto de la humanidad —los no-judíos, los goyim? ¿Debemos
interpretar que la era que viene supondrá una forma nueva de servidumbre
global, organizada desde un núcleo mesiánico con pretensiones de redención
universal? ¿Es esto una caricatura, o hay algo de cierto en ello?
Ben-Ami: Lo que usted plantea pertenece más al
terreno de las metáforas que al de la estrategia política. Sin embargo,
entiendo la preocupación. El mundo está entrando en una etapa donde el vacío
moral es insostenible. Las antiguas potencias han agotado sus relatos, y las
nuevas —China, India, incluso Europa— carecen de una visión trascendente. Nosotros,
en cambio, sí la tenemos. La tenemos desde hace miles de años. No impuesta:
forjada.
Si eso molesta, es comprensible. Pero no es servidumbre lo
que se ofrece al mundo. Es estructura. Orden. Capacidad de supervivencia. Y
alguien tiene que hacerlo. ¿Quién, si no nosotros?
Dicho esto, es evidente que hay muchas exageraciones y
malentendidos en esa visión que usted presenta. Nadie aquí habla de dominación
racial ni de esclavitud. Pero sí hablamos, sin complejos, de liderazgo. Un
liderazgo que no será votado democráticamente por el mundo, pero que será
aceptado cuando el resto de las opciones colapsen. Porque el mundo busca
dirección. Y quien tenga una brújula moral operativa en medio del caos, acabará
guiando.
Periodista: Hay rumores, claro, muchos rumores.
Algunos podrían calificarlo de conspiranoia, sin duda. Pero permítame hacerle
una pregunta incómoda. ¿Qué hay de cierto en que ya existe —no digo un mesías,
pero sí— un «rey del mundo»? No en sentido religioso, sino en sentido
operativo. Un hombre que actúa como eje coordinador de todo este proceso, que
reside, quizá, en Tel Aviv. Y que se apoya en un consejo asesor de 13 miembros
—algunos hablan de una referencia simbólica a las 12 tribus más una, la tribu
oculta—. Y más abajo, una asamblea de 300 personas, inteligentísimas,
influyentes, ricas, capaces, que lo sostienen. ¿Es esto una estupidez? ¿Una
quimera? ¿O existe realmente una figura que dirige, aunque sea simbólicamente,
el tránsito hacia el nuevo mundo?
Ben-Ami: Lo que usted describe es una exageración.
Pero no es una tontería. Toda estructura necesita un centro de gravedad, aunque
sea informal. Es natural que las personas proyecten una figura única donde en
realidad hay un sistema. ¿Un rey del mundo? No. Pero hay inteligencias
—colectivas y personales— que han comprendido antes que otras hacia dónde se
dirigía el mundo. Y que han tenido la capacidad de anticiparse. Y de organizar.
Ahora bien, si usted quiere saber quién tiene realmente el
poder, no necesita imaginar castillos ocultos ni rituales esotéricos. Solo
tiene que observar la información pública. Mire quiénes son los CEO de las
principales empresas tecnológicas, quiénes dirigen los fondos de inversión más
grandes del planeta, quiénes controlan los medios de comunicación más
influyentes. Verá que, en efecto, están controlados por nosotros.
Y no, no hace falta poseer todas las acciones de una empresa
para controlarla. Basta con el porcentaje que permita designar al director
general. Lo que importa no es la propiedad absoluta, sino la capacidad de
dirección. Dirigir el mundo. Eso es lo que cuenta.
¿La llamada asamblea de los 300? Esa cifra es simbólica,
claro. No son 300. Son más. Y están conectados. No mediante una tarjeta de
socio, sino mediante una forma común de entender el mundo, el futuro y el
poder. Usted puede llamarlo coordinación. O puede llamarlo conspiración.
Depende de lo que necesite creer.
Pero no se equivoque: lo que está ocurriendo no es fruto del
azar.
Periodista: Como usted sabe, existe un documento
famoso titulado Los protocolos de los sabios de Sion, atribuido a la policía
zarista, aunque su origen y autenticidad siguen siendo muy discutidos. Sin
embargo, incluso quienes los consideran una falsificación, reconocen que hay en
ellos —sobre todo en su primer capítulo— una descripción pasmosa de lo que ha
acabado sucediendo. La metodología que allí se describe parece, hoy, cumplirse
punto por punto. Mi pregunta es doble: si ustedes no escribieron ese libro,
¿quién lo hizo? Y si fue otro… ¿cómo es posible que conociera tan bien sus métodos
como para acertar en todo?
Ben-Ami: Es irrelevante si los escribimos
nosotros o no. Esa es la primera respuesta. No lo digo con desprecio, sino con
precisión: es irrelevante. Porque el problema no está en el origen del texto,
sino en su contenido. Si describe con agudeza ciertos mecanismos de control,
entonces es útil para quien desee comprenderlos… y también para quien desee
replicarlos.
La versión oficial, la de los historiadores académicos, ya
la conoce: falsificación orquestada por la policía zarista, plagio de sátiras
francesas, antisemita desde su génesis. Muy bien. No vamos a discutir eso aquí.
Lo que sí puedo decir es que ningún campesino ruso, ni siquiera el jefe de su
policía secreta, tenía acceso a los planos del verdadero poder global. Eso lo
puede tener alguien que ha estado dentro. O cerca.
¿Y qué nos dice el contenido? Habla de manipulación
mediática, de crisis económicas provocadas, de una élite oculta que se infiltra
en partidos, gobiernos, religiones, culturas, hasta vaciarlas. ¿Le suena? Claro
que sí. Porque eso es exactamente lo que ha ocurrido.
¿Quién pudo escribirlo entonces? Mire, el mundo del poder
real —el que no se vota en las urnas— está atravesado por estructuras
iniciáticas, por redes discretas de obediencia: masonerías, órdenes, sociedades
filantrópicas de fachada. Todas —repito, todas— subordinadas a la B’nai B’rith.
¿Qué implica eso? Coordinación global. Una inteligencia de enjambre que opera
sin ruido, pero con eficacia quirúrgica.
En ese entorno, no es imposible que alguien —quizá un
iniciado de alto nivel, quizá alguien que conoció demasiado o cayó en
desgracia— decidiera escribir algo. Algo que mezclara revelación, venganza y
manipulación. Algo que describiera de forma tan exacta los métodos, que pudiera
parecer un manual. O un espejo.
Y si usted me pregunta si es verdad lo que se dice allí, le
diré: hay métodos que no son nuevos. Ya están en El Príncipe de Maquiavelo. En
Las Cartas Persas. En la Biblia. Lo nuevo es la escala. El refinamiento. Y el
hecho de que ahora ya no son hipótesis: son la realidad. Las puede ver.
Por eso Los protocolos no son un plan. Son una fotografía
borrosa de una maquinaria real, en marcha. Y como toda foto, depende del ángulo
con que se mire. Algunos ven ahí un monstruo. Otros, una obra maestra.
Periodista: ¿Cree usted que el mundo se dirige
hacia un punto sin retorno? ¿O todavía hay margen para que las naciones
despierten, comprendan lo que está ocurriendo y actúen contra su proyecto antes
de que sea demasiado tarde? No sería la primera vez que el pueblo judío es
expulsado de un país, o incluso de muchos países al mismo tiempo. ¿No temen
ustedes que el planeta, al fin, los rechace de forma definitiva?
Ben-Ami: ¿Temer? ¿Nosotros? No sea ingenuo.
¿Quién podría expulsarnos? ¿Con qué instrumentos? ¿Con qué ejército? ¿Con qué
moneda, si todas las monedas nos pertenecen? ¿Con qué gobiernos, si todos los
gobiernos —hasta los que se odian entre sí— son, en última instancia,
subsidiarios nuestros?
Créame, si una guerra estalla, nosotros la financiamos en ambos
frentes. Si una revuelta surge, sabemos exactamente cuándo se apagará. Si una
nación amenaza con alzarse, ya está infiltrada. Su mundo no tiene margen. El
margen se cerró cuando ustedes entregaron su alma por un subsidio, por una
pantalla, por una promesa de comodidad sin responsabilidad.
En cuanto a las cualidades que definen al ser humano entero,
reconozco que entre ustedes hay mucha inteligencia, comparable a la nuestra.
Pero ahí termina la comparación. Ustedes carecen de la tenacidad necesaria para
sostener una lucha real hasta el final. Reaccionarán, sí, pero nunca hasta la
victoria o la muerte. Tampoco tienen la valentía para afrontar la dimensión
completa de esta empresa; cuando la entiendan, ni siquiera moverán un dedo.
Algunos locos intentarán algo, pero ni siquiera llegarán a perturbarnos. Serán
erradicados muy por debajo de nuestro nivel, en los estamentos inferiores de
sus propios estados.
Y, por último, y quizás lo más crucial, les falta la
solidaridad humana indispensable para enfrentar un desafío de esta magnitud. No
son capaces de unirse ni siquiera entre ustedes mismos cuando la amenaza viene
de afuera. La unidad es imposible sin esa solidaridad profunda.
¿Lo comprende? No se trata de si el mundo puede despertar.
Se trata de que ya no sabe dónde están las llaves.
(Hace una pausa. Mira su reloj.) —Tengo un asunto que me
reclama con urgencia.
Cuando salimos de la mansión, ya estábamos en el jardín
bañado por la luz del atardecer. Nuestro coche esperaba silencioso entre los
cipreses. Mientras caminaba hacia él, me invadió una sensación contradictoria
que me obligó a detenerme un instante.
Como profesional, sentía una satisfacción profunda: la
certeza de haber realizado una entrevista incisiva, precisa y valiente. Había
desvelado capas ocultas, confrontado verdades incómodas y llevado al límite la
conversación.
Pero como ser humano, me sentía completamente sobrepasado,
vulnerable, casi derrotado. No destruido, ni derrotado en sentido absoluto,
pero sí vencido en ese choque entre la lucidez brutal y la impotencia que
provoca comprender la magnitud de ciertas realidades.
Era como si, a pesar de todo el control y poder descrito,
quedara un abismo insalvable entre la mente estratégica y el corazón que aún
quiere creer en algo más justo. Salir de allí fue dejar atrás un mundo, pero
cargar con el peso de otro.
Conduje en silencio, pensando que esa contradicción era
quizá el único espacio donde aún cabía la esperanza.
TRIBULETE
No hay comentarios:
Publicar un comentario