© QUÉ BELLO ES VIVIR
La revisión de la famosa película “Qué bello es vivir” con las peripecias de una pequeña localidad americana en la primera mitad del siglo pasado me mueve a hacer unos comentarios.
Una historia conocida sobradamente que podemos criticar por
su sentimentalismo y excesiva carga emocional pero que expresa un conjunto de
verdades.
El personaje principal es un hombre honesto, valiente, generoso y comprometido con su entorno que pone en primer lugar las necesidades de los demás por delante de sus deseos.
Lo que destaca de entrada es el valor de la amistad: Si
tienes amigos estás siempre salvado, especialmente cuando las cosas te van en
contra.
También el valor de la vida que, a pesar de sus obstáculos,
por muy desesperado que estés, es algo inestimablemente valioso y muy de
agradecer.
Pese a la exageración de las situaciones proyectadas, la
temática supone una exposición clara y contundente de los efectos del amor y la
gratitud. Es una muestra de integridad y generosidad que van dejando huella a
su alrededor.
Con un final apoteósico en el que se resuelven los problemas
que parecían insolubles, es una buena estampa que da sentido a la abnegación y
confianza entre las personas.
Estamos en unos días en los que tradicionalmente tendemos a
reflexionar y sumergirnos en temas tiernos y azucarados, que muchos se miran de
reojo a pesar de su potencial real.
Actualmente estamos inmersos en unos ambientes insulsos,
huérfanos de motivación, donde la falta de valores flota en nuestro modo de
vivir y así nos va...
Sin llegar a los extremos “sentimentaloides” de la película,
sí es cierto que nuestra realidad tiene el tono del pasaje en el que el
protagonista “no está viviendo” y al final se da cuenta de todo lo que hay de bueno
en la vida.
Una visión panorámica de lo que suponen todas las
experiencias de nuestro vivir nos daría la fuerza y la confianza en todo lo
que hacemos, lo que hemos hecho y lo que haremos con la certeza de que todos
somos necesarios en algún aspecto, con algún don propio que contribuye a la
buena marcha de todo.
Todos estamos interrelacionados y nos apoyamos -de forma
inconsciente muchas veces- pero todos somos espejos unos de otros donde nos
encontramos reflejados, aleccionados y muchas veces confortados...
Las relaciones humanas son el combustible que nos empuja a
vivir, disfrutar, aprender. El servicio a los demás, la ayuda mutua, la
solidaridad, son, al fin y al cabo, los frutos de un buen vivir.
Cada uno es responsable de sí mismo, pero todos somos
también responsables de todos como integrantes de la especie humana.
Supongo que, cada uno a su manera, es consciente de que hoy
en día está en riesgo nuestra idiosincrasia humana y que sólo nosotros mismos
somos quienes podemos salvaguardarla.
¡O así me lo parece!
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Joan Martí - elcamidelavida@gmail.com - 24
diciembre 2024
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