LA CULTURA DEL MIEDO
Vivimos en una sociedad atrapada por el miedo, y ese miedo
nos está arrebatando nuestra libertad y nos está impidiendo vivir, porque vivir
esclavizado por el miedo no es vivir. El hombre fue creado libre, y no para
arrastrar los pies tristemente atado a las herrumbrosas cadenas del miedo.
La sociedad actual es mucho más miedosa que la de nuestros antepasados. Cuando
yo era pequeño y montábamos en bicicleta, de vez en cuando nos caíamos y nos
hacíamos alguna herida. La culpa no era del exceso de velocidad ni de la
impericia del niño, sino de la fuerza de la gravedad. Sin fuerza de gravedad es
imposible caerse, ¿verdad? Pero es lo que hay, qué le vamos a hacer. Vivir es
arriesgarse. Hoy en día hay niños que van en bici con casco, coderas,
rodilleras, guantes (y móvil, naturalmente).
Nuestros padres y abuelos no vivían obsesionados por la salud ni por vivir cien años. Cierto es que nadie les recomendaba excentricidades como beber dos litros de agua al día, pues en aquel entonces no se bebía por obligación sino cuando se tenía sed, un sistema milenario bastante infalible que recomiendo encarecidamente.
Hoy, por el contrario, los medios tienen una sección de
“Salud” en la que nos asustan con todo tipo de enfermedades y nos prometen que,
si cumplimos con unas normas, seguimos un estilo de vida determinado o la dieta
de moda, vamos constantemente al médico y nos atiborramos a medicinas,
viviremos eternamente.
El deseo de inmortalidad del hombre moderno
El hombre moderno, controlado por la Cultura del Miedo, vive obsesionado con la
eterna juventud fingiendo que la muerte no existe. ¿Han tenido éxito estas
ínfulas de inmortalidad?
La respuesta quizá les sorprenda. Naturalmente que la esperanza de vida al
nacer ha aumentado mucho, pero no hay que confundir esperanza de vida con
longevidad. No es que el ser humano viva mucho más, sino que un número mayor de
los que nacen llegan a la vida adulta gracias, sobre todo, a la reducción de la
mortalidad infantil.
Platón, (s. IV a.C), vivió 80 años; san Juan (s. I), cerca de 90; san Alberto
Magno, (s. XIII). 87 y Juan de Mariana, (s. XVI), 88 años.
De hecho, la esperanza de vida a los 65 años apenas ha aumentado 4 o 5 en el
último siglo, lo que significa que un hombre de 65 años que a finales del s.
XIX esperaba vivir hasta los 78 ahora puede confiar en vivir hasta los 83. En
personas de más de 80 la esperanza de vida apenas ha aumentado en Occidente en
los últimos 100 años, y esto a pesar de vivir en la sociedad más medicada de la
Historia.
¿Necesitamos vivir entre algodones? Una vida de privaciones
físicas tampoco parece ser óbice para alcanzar una provecta edad. Diógenes, (s.
IV a.C.), caminaba descalzo todo el año, dormía en los pórticos de los templos
envuelto en un manto y alcanzó los 90 años. Claro está, lo hizo durante el
Período Cálido Romano, cuando la temperatura del planeta era superior a la
actual (para desmayo de los cambioclimatistas).
San Antonio Abad, uno de los eremitas del s. III conocidos como los Padres del
Desierto, llegó a los 105 de edad de ayuno en ayuno. Y el psicólogo Viktor
Frankl, superviviente de Auschwitz, murió con 92, y no fue una excepción, pues
los supervivientes de los campos de concentración han sido estadísticamente
longevos.
El miedo a todo
Pero ¿qué es el miedo? El miedo es la ansiedad anticipatoria de un daño, real o
imaginario. Cuando el miedo anticipa un daño real evitable nos protege, pues
podemos prevenirlo. Sin embargo, cuando nos anticipa un daño inevitable, o un
daño evitable, pero lo hace de forma desproporcionada o, peor aún, cuando nos
anticipa un daño meramente imaginario, puede resultar funesto.
La Cultura del Miedo exacerba, interioriza y extiende a la
vida cotidiana un miedo desproporcionado, creando una sociedad caracterizada
por la búsqueda compulsiva de una seguridad inalcanzable que idealiza una
fantasía: que es posible vivir con riesgo cero.
Así, la Cultura del Miedo nos ofrece la manzana envenenada de una falsa promesa
de seguridad a cambio de nuestra libertad y lo hace bajo dos premisas. La
primera es que todo es peligroso; la segunda es que todo peligro puede ser
evitado si obedecemos determinadas normas ordenadas por el Poder, sea político,
científico o médico, que nos protegerá de todo mal.
La divinización de la seguridad no deja ser otra idolatría y, como buen ídolo,
no es fiel a sus promesas. Efectivamente, la seguridad es elusiva por
inexistente.
El miedo al covid, al cambio climático o a la guerra nuclear son sólo ejemplos
concretos. Los principales temores con los que nos asusta la Cultura del Miedo
son el miedo a la falta de amor, a la soledad, a la enfermedad, a la ancianidad,
a la muerte, a la crítica, a la pobreza, y, de forma muy significativa, a la
libertad.
En definitiva, la Cultura del Miedo nos propone que tengamos
miedo a la vida.
Las trampas de la Cultura del Miedo
Lo siniestro es que esta cultura del temor constante no
desea solucionar estos miedos, sino hacerlos crónicos. Así, frente al miedo a
la pobreza nos propone más Estado, menos libertad y menos propiedad privada,
exactamente aquello que aumenta la pobreza.
Frente al miedo a la crítica propone las redes sociales, donde se fomenta
precisamente el miedo a no ser aceptado y se censura o lincha a quien no
comulga con las ruedas de molino del pensamiento único.
Frente al miedo a la falta de amor y a la soledad propone la destrucción de la
familia mediante el divorcio exprés, el aborto y la perversa ideología de
género.
Frente al miedo a la enfermedad propone la hipermedicación que conduce a la
hipocondría, o los aberrantes confinamientos de personas sanas, el aislamiento
social, la farsa de las mascarillas o la vacunación coercitiva con terapias
genéticas ineficaces y peligrosas.
Frente al miedo a la ancianidad, propone la eutanasia; y frente al miedo a la
muerte, la desesperanza. Hay algo oscuro en todo esto, ¿verdad?
Por último, la Cultura del Miedo, y los yonquis del poder
que la promueven, desean fervientemente que tengamos miedo a la libertad, pues
libertad implica responsabilidad.
Simultáneamente crean el miedo a lo que ellos llaman “perder la libertad”, pero
se trata de un sucedáneo. Por ejemplo, nos proponen que no nos comprometamos de
por vida con nuestro cónyuge y que no luchemos por nuestro matrimonio
(divórciate y recobra “tu libertad”).
O que no tengamos ese maravilloso hijo que nos atará de por vida con los lazos
del amor, sino que lo destruyamos en el vientre de su madre (aborta y recobra
“tu libertad”). O que no intentemos, en fin, vencer nuestras pasiones y luchar
por obrar bien: “libérate”, hombre, y haz lo que te dé la gana.
Esto sólo conduce a la infelicidad y a la esclavitud, pues
en vez de elevar al ser humano lo animaliza. Como decía Séneca, “en la virtud
radica la dicha verdadera”.
Para los cristianos la historia del miedo está ligada al
pecado original, pues la primera vez que aparece el miedo en el Génesis fue
después de que Adán comiera del fruto prohibido. De modo significativo, por
tanto, el temor y el mal aparecen unidos. En el Nuevo Testamento, por el
contrario, la Buena Noticia comienza con el “no temas” del ángel a la Virgen
María, y una de las frases más recurrentes de Jesucristo es “no tengáis miedo”.
El miedo también nos paraliza impidiendo que desarrollemos nuestros talentos y
demos fruto, no en balde en la parábola de los talentos el motivo que esgrime
el siervo para no haberlo hecho fructificar es que sintió miedo.
El miedo como instrumento del Poder
¿De dónde proviene la Cultura del Miedo? ¿Es éste un fenómeno espontáneo o
responde a factores inducidos? El miedo es consustancial al ser humano, pero
existen elementos exógenos interesados en exacerbarlo.
Sin duda, el elemento exógeno más importante es la ofensiva del nuevo
totalitarismo, que utiliza el miedo para controlarnos. En efecto, el poder no
quiere individuos pensantes que dominen sus temores, sino clones obedientes y
asustados, al igual que no desean individuos libres, sino hombres-masa
dependientes y controlables.
La libertad, don fundamental de Dios al hombre, siempre está
amenazada por el poder. Así, poder y libertad son un juego de suma cero: si
aumenta uno, necesariamente tiene que disminuir el otro.
Decía Ralph Waldo Emerson que el antídoto contra el miedo es el conocimiento, y
es cierto, pero el conocimiento exige pensar, y Occidente vive hoy un declive
de la razón. Cuando hace muchos años preguntaron al Premio Nobel Albert
Schweitzer qué le ocurría al hombre moderno, respondió: “El hombre de hoy
simplemente no piensa”.
Si pensar es al antídoto del miedo y el miedo es el instrumento de los yonquis
del poder para controlarnos, éstos procurarán que no pensemos y que nos
limitemos a repetir como papagayos la última noticia o el menú ideológico del
día.
Dicho sea de paso, el miedo no es el único instrumento que los yonquis del
poder utilizan para dominarnos. Conscientes de que el vicio esclaviza y la
virtud libera, fomentan el vicio en vez de la virtud, y, como la serpiente del
Génesis, lo presentan de modo que sea “atrayente a los ojos y deseable”.
Raro es que un político proponga a los votantes sacrificio, generosidad,
esfuerzo, responsabilidad, altruismo, fidelidad, cumplir con la palabra dada,
veracidad o respeto a quien opina diferente. Más bien les enseñará a temer (y,
por tanto, a detestar) al adversario político, denominará “solidaridad” a la
envidia, a la codicia de los bienes ajenos y a fantasías como vivir sin
trabajar (o sea, del trabajo de otros) y “derechos” a evitar toda obligación y
toda responsabilidad, incluso hacia nuestro cónyuge e hijos.
Las astutas tácticas de la Cultura del Miedo
Los yonquis del poder utilizan el miedo como táctica de control: primero crean
un miedo, real o ficticio, que pronto se transforma en ira; luego señalan un
culpable, real o inventado, hacia el que dirigir dicha ira; y finalmente se
postulan como salvadores si les entregamos nuestra libertad. Así, el miedo
acaba conduciendo a la servidumbre.
El caso del covid es revelador: primero crearon el pánico; luego buscaron un
chivo expiatorio: los jóvenes, estigmatizados por su comportamiento
supuestamente irresponsable, y más tarde los no vacunados, a los que condenaron
a un vergonzoso apartheid; y finalmente se postularon como salvadores si les
obedecíamos sin rechistar renunciando a nuestra libertad con los
confinamientos, mascarillas, “vacunas” y demás tomaduras de pelo.
Pero el miedo también funciona como arma para doblegar voluntades de forma más
directa mediante la presión de grupo. El hombre, animal social y gregario, teme
el aislamiento, y por tanto es vulnerable a la amenaza de ser estigmatizado y condenado
al ostracismo si se atreve a ir contracorriente.
Dios nos creó individuos, únicos e irrepetibles. Los yonquis del poder buscan
destruir esa individualidad para transformarnos en dóciles e indistinguibles
autómatas.
Un instrumento muy útil para lograrlo son las redes sociales, diseñadas para
diluir la individualidad en una masa informe cuyos individuos sean esclavos de
su “popularidad” y, por tanto, fácilmente controlables por quien decide lo que
es popular. Para eso inventaron los likes, utilizando no sólo el miedo a
quedarnos solos, sino nuestra tendencia a construir nuestra opinión sobre
nosotros mismos en función del aplauso ajeno, craso y frecuente error.
Al miedo a la presión de grupo se suele unir el abuso del
principio de autoridad, que antaño era política, militar o religiosa. Hoy los
yonquis del poder han decidido manipular la Ciencia (con mayúscula) para
convertirla en la nueva Autoridad, en un nuevo dios, y a los científicos en los
nuevos sumos sacerdotes, siervos útiles del poder. Lo dice “la Ciencia”, así
que no discutan: obedezcan.
Todo esto está inventado desde hace milenios y los estudiantes de siglos
anteriores, más inteligentes que los de hoy (pues carecían de móviles), lo
estudiaban en cualquier curso de lógica antes de cumplir los 16.
Se trata de la falacia ad verecundiam, que defiende algo únicamente porque
alguien considerado una autoridad lo ha afirmado, la falacia ad hominem, que en
lugar de proponer argumentos desacredita a la persona que defiende la postura
contraria, y la falacia ad populum, que defiende que algo es verdad sólo porque
así lo opina una mayoría o la “opinión pública”.
Durante el covid, las medidas “científicas” más absurdas, las mentiras más
descabelladas y las creencias supersticiosas repetidas ad nauseam por los
yonquis del poder y sus portavoces mediáticos no han sido más que una sucesión
de falacias.
En el siguiente artículo recordaré a qué extremo llegamos y
propondré cómo combatir la Cultura del Miedo en la que se ha basado la locura
que hemos vivido, pues no podemos permitir que se repita.
Fernando del Pino Calvo-Sotelo
Fuente: https://www.fpcs.es/
https://astillas3.blogspot.com/2024/12/la-cultura-del-miedo.html
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