CADA VEZ QUE ELIGES…
… HAY ALGUIEN QUE YA
HA DECIDIDO POR TI
En el mundo de las ventas existe una técnica que se llama
“cierre por alternativa”. Consiste en ofrecer al cliente solo dos opciones para
que elija la que prefiera. Lo curioso es que funciona bastante bien porque da
por sentado que la persona realiza la compra, de manera que el enfoque se
desplaza por completo a la elección.
El cliente no se siente abrumado por una multitud de opciones, algo que muchas veces conduce a la parálisis por análisis, sino que tan solo tiene que elegir la alternativa más conveniente. El secreto consiste en que el vendedor ya ha dirigido a la persona hacia la compra, que es lo que más le interesa, ya que la elección entre A o B es intrascendente.
¿Por qué os cuento todo esto?
Porque lo mismo ocurre en la vida real. De hecho, nos sucede
continuamente. Nos ocurre cuando vamos a votar. Cuando debemos elegir el plan
de algún servicio. Cuando nos exponen a las narrativas mediáticas. Cuando vamos
de compras. O incluso cuando alguien de nuestro círculo más cercano nos pone
contra la espada y la pared.
Y cuando eso sucede, nos hacen creer que podemos elegir con
libertad. Pero la verdadera libertad no radica en elegir entre varias opciones
preconfeccionadas, sino en crear lo que deseamos.
La trampa de las elecciones predeterminadas y la ilusión
de la libertad para elegir.
A primera vista, tener opciones parece un privilegio – o al menos nos lo han hecho
creer así. Poder elegir alimentar nuestro ego, nos hace sentir que somos dueños
de nuestra vida. Pero cuando el ego se activa, la razón se apaga.
Un estudio realizado en la Northwestern University constató
que cuando recibimos elogios que alimentan nuestro ego, solemos reafirmarnos en
nuestras decisiones – aunque sean dudosas o francamente malas.
Por otra parte, cuando nos dan un número limitado de
opciones, nuestra mente empieza a evaluar pros y contras, ponderar riesgos, imaginar
escenarios y anticipar consecuencias (pero solo de las alternativas ofrecidas).
Eso nos distrae de lo que realmente queremos. En vez de preguntarnos ¿qué
me haría feliz? o ¿qué quiero realmente?, terminamos
preguntándonos ¿cuál de estas opciones es la más adecuada?
Nos enfocamos tanto en no equivocarnos al elegir entre las
alternativas que nos han dado, que olvidamos explorar nuestros verdaderos
deseos. En otras palabras, el acto de elegir en sí mismo refuerza la ilusión de
libertad, pero en realidad puede alejarnos de nuestros verdaderos intereses y
necesidades.
La libertad administrada… por alguien más
Herbert Marcuse, en El hombre unidimensional (libro que os recomiendo leer si
no lo habéis hecho porque está considerado como una de las obras más
subversivas del S.XX) señala que la sociedad industrial avanzada crea una forma
de control sutil pero omnipresente que integra a las personas en su sistema y
elimina todo rastro de independencia.
A través de la tecnología, el consumismo y la cultura de
masas logra que la gente acepte las necesidades y deseos sociales como propios,
sin ser conscientes de esa represión inherente. “La dominación disfrazada de
opulencia y libertad se extiende a todas las esferas de la existencia pública y
privada, integrando toda oposición auténtica”.
Se promueve un falso pluralismo al diseminar ideas,
instituciones, políticos, periodistas, corporaciones, médicos… pero en realidad
todos sirven a la misma maquinaria que produce un discurso hipnótico. Como
resultado, la aparente “libertad de pensamiento” y de elección de la sociedad
industrial es realmente una falsa
pluralidad de subproductos integrados en el sistema.
Sin embargo, «elegir entre una amplia variedad de bienes
y servicios no significa libertad si estos sostienen una vida alienada»,
señala Marcuse. La persona, convertida en consumidor, puede elegir entre
diferentes variantes de un producto, viaje, tendencia política, estilo de vida…
pero ya no cuestiona las fuentes de las cuales surgen esas opciones.
El hecho de que nos pleguemos a las alternativas que nos dan
y las aceptemos de buena gana «no establece autonomía, solo prueba la
eficacia de los controles«. A fin de cuentas, como alertara el filósofo: «la
libre elección de amos no suprime ni a los amos ni a los esclavos«.
Por consiguiente, la “libertad” de elección es, en realidad,
una forma de control social porque:
- Limita
la esfera de lo imaginable.
- Nos
encierra en formas de vida prediseñadas.
- Dificulta
la invención de proyectos verdaderamente propios
Tener la posibilidad de elegir entre “A” y “B” para
satisfacer unas necesidades creadas por un sistema es una libertad aparente,
pero no auténtica. La falsa sensación de control que transmiten esas opciones
prediseñadas (siempre por alguien más) nos mantienen enfocados en el dilema
superficial mientras desenfocan la necesidad auténtica.
¿Cómo salir de ese bucle y recuperar la libertad para
crear?
Escapar de ese patrón es difícil, sobre todo porque nos
hemos acostumbrado a vivir en “una ausencia de libertad cómoda”, como la
calificara Marcuse. Sin embargo, también es imperioso porque esa “libertad
administrada” no solo suprime el pensamiento crítico, sino que mutila la
conexión con nuestro “yo” más profundo, ese que desea y crea.
Un gran paso consiste en desactivar el piloto
automático de la comparación. Antes de sopesar pros y contras de las
opciones, conviene preguntarse:
- ¿De
verdad quiero esto?
- ¿O
deseo algo más allá de estas opciones?
Este ejercicio activa la autorreflexión. En lugar de dejar que otros decidan nuestras
alternativas, prestamos atención a nuestras necesidades y valores internos.
Así, la elección deja de ser una trampa y se convierte en una herramienta para
la autenticidad creativa.
Recuerda que la
verdadera libertad no radica en elegir, sino en crear y construir lo que
realmente deseas, más allá de lo que te empuja a desear la sociedad.

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