LA AGENDA AL DESNUDO
Con honestidad de compás, os aseguro que leerme la Agenda 2030 ha sido como darme con los huevos en el pico de una mesa y tengo menos ganas de contaros lo que sigue que de comerle el asterisco a un moro. Ahora tomo la palabra, que siempre es impotente ante el misterio: la Agenda 2030 no engaña a nadie, no puede pasar por lo que no es porque apesta más que la mierda de un mejicano.
Apenas aparenta ser una lista de buenas intenciones, es como una dieta restrictiva que te deja con hambre y te advierte, clara como la luz, que vas a adelgazar más y más hasta que te pongan el abrigo de madera y adelgaces definitivamente dentro. En lugar de ofrecer soluciones prácticas a problemas reales, la agenda nos mete en una cárcel ideológica donde solo hay espacio para un tipo de pensamiento, el que sus autores y promotores digan.
No
es una coincidencia, está diseñada para uncirnos al yugo como bueyes,
transformando a los individuos y a las sociedades en marionetas que se mueven
al son de un sistema global, bajo el control de unas élites que nos venden
progreso mientras nos roban la libertad y la hombría.
En la Agenda 2030, la familia, ese concepto que ha sido siempre el cimiento de la sociedad, es ignorada como un tatuaje bajo la pelambrera de los cojones. A los padres, esos que deberían educar y formar a los niños, ni se les menciona, se les borra del mapa. La Agenda los ve como algo tan prescindible como el papel higiénico después de un uso: se olvida y se reemplaza. En su lugar, nos venden al «individuo autónomo», ese ser humano que está tan perdido como un perro sin dueño, que no sabe ni de dónde viene ni adónde va. Que necesita al estado hasta para meneársela.
La Agenda presenta la
idea de que cada uno es una isla, separada y desconectada del resto. Es como si
te lanzaran al mar en una balsa y te dijeran: «¡Que la corriente te lleve a
tomar por culo!» Mientras tanto, la familia y los vínculos amorosos se
presentan como una carga, como llevar una mochila llena de piedras mientras
intentas correr la ultramaratón de la vida. Cuando la verdad ha sido siempre
que la familia resulta ser el último punto de apoyo en caso de tener problemas
serios.
La Agenda no habla de cosas incómodas, como el
envejecimiento de la población o la baja natalidad. Eludir esos temas es como
el truco de magia que todos intentan tragarse, pero es que la carta está ahí,
asomando en la bocamanga. En vez de lidiar con estos problemas, nos ofrecen una
solución rápida como el café instantáneo que empeora la situación aún más:
aborto y anticoncepción, atrapados en la envoltura del «empoderamiento de la
mujer», como si la solución a la vida fuera deshacerse de ella cuando te
estorba. La Agenda 2030 quiere resolver el problema de la falta de natalidad
que ella misma provoca e impone, con una solución más basta que usar un parche
de bicicleta para reparar un condón roto: inmigración masiva usada como
herramienta de ingeniería social, artificial, subvencionada, hordas de extraños
a nuestros valores y costumbres empujadas a cañonazos cuando hace falta, como
si esta fuera la única forma de solucionar la caída demográfica de Europa. Los
problemas sociales que surgen de estas políticas se ignoran y se sigue huyendo
hacia adelante a la desesperada, como apretando el acelerador de un coche sin
frenos bajando una colina.
La Agenda 2030 tiene unos cimientos ideológicos que son como
un pan en el escaparate al sol por largo tiempo, que al final es solo un montón
de serrín sin sustancia: Es como si de repente todos decidieran olvidar que
existimos más allá de lo que podemos ver, como si nuestros pensamientos y
acciones de zombi estuvieran solo sujetos a lo que los demás zombis hagan. Nos
intentan convencer de que somos solo carne y hueso, y de que el alma, que es el
intelecto libre, es una idea pasada de moda, como un zapato viejo con un gran
agujero en la suela.
Aquí nos venden el «ser humano como objeto». El humano
reducido a un simple contribuyente y consumidor, como un carrito de compras sin
cerebro, que no tiene más propósito que acumular cosas y pagar hasta vaciar la
cartera. Olvídate de lo que está dentro, lo importante es lo que puedes ver en
la etiqueta.
Nos dicen que no existe ninguna verdad absoluta, que todo
depende del cristal con que se mira, como si la vida fuera un espejo que se
rompe cada vez que alguien se acerca a mirarse en él. Este es el mundo donde
todo vale: si un alacrán te pica en un huevo, bien; si una persona te echa un
polvo, también. Lo importante es que todo tiene el mismo valor, incluso si eso
significa confundir al ser humano con cualquier otra cosa.
La Agenda impone desarticular nuestra capacidad para decidir
por nosotros mismos en todos los terrenos. Nos lo pintan como si fuera un
divertido show de magia, «en 2030 no tendrás nada y serás feliz», pero lo único
que hacen es meterte en una jaula y decirte cómo respirar, cómo moverte, cómo
pensar. No permiten las naciones ni que las personas puedan gobernarse a sí
mismas; las soberanías nacionales son como una piedra en el zapato que deben
quitar para que sus planes globales encajen mejor. Y la privacidad,
desaparecida para siempre gracias a nuestro deseo de exhibirnos en las redes
sociales, donde regalamos nuestros datos más personales, a la vigilancia
permanente del Gran Parásito y, en última instancia, a la policía del
pensamiento y sus porras.
El globalismo detrás de todo esto es como una riada
imparable que arrastra todo a su paso, sin importar lo que se destruya por el
camino. El poder global quiere eliminar todas las fronteras, como si el mundo
fuera un gigantesco campo de fútbol donde las reglas las ponen ellos, con 8.000
millones de jugadores y cientos de millones de balones. Mientras tanto, el
transhumanismo, controlado por la inteligencia artificial, aparece como el
«héroe» que va a salvarnos del caos, es como ponerse un esparadrapo a boleo, no
donde está la herida, y lo único que hace es ofrecerte el paro, la subvención
de por vida y una versión de ti mismo que puede ser modificada, como un coche
que cambia de carrocería sin que te des ni cuenta.
El ecologismo extremo que promueve que el planeta está a
punto de explotar y la única solución es dejar de comer para ahorrar recursos.
Utilizan el cambio climático, más falso que el chocho de un transexual, como el
comodín para imponer restricciones que no solucionan nada, pero te hacen sentir
que estás haciendo algo malo cada día. Nos asustan con un futuro apocalíptico
mientras nos quitan lo que necesitamos para prosperar hoy.
La preconizada «igualdad de género» no es un movimiento para
construir puentes, sino para construir una pared aún más alta, infranqueable.
Difunden la idea de que el hombre es el enemigo natural de la mujer, como si
estuviéramos en una guerra donde ambos bandos no tienen nada que ofrecerse.
Donde hacerle el amor a una mujer es violarla. Y muchas mujeres parecen asumirlo
con revanchista gozo, ciegas como pescadillas fritas. A cambio, tu propio
género masculino es dudoso y tu ojete es un florecido esfínter de amapola. Esto
no es igualdad, sino un caos sin sentido que está desmigajando la sociedad.
En resumen, la Agenda 2030 es como un poema para las élites milmillonarias y para nosotros una milonga, una ilusión de progreso que te promete el oro, pero solo te va a dejar el moro. Bajo su fachada de soluciones bienintencionadas, tiene más mierda que el tampón de una blenorrágica. Esconde un proyecto totalitario que suena como Karajan dirigiendo la Quinta de Beethoven, que quiere redefinir a la humanidad, controlar nuestras decisiones y borrar nuestras pocas libertades.
De no hacer nada, la Agenda se va a imponer
con prioridad de monopolio. Así que no os hagáis los soldados desconocidos y
afilad las navajas traperas. Os incumbe si me incumbe a mí, que tengo años para
alicatar el retrete de la estación de Sants y estoy al cabo de la calle. Es
hora de despertar antes de que nos metan en una camisa de fuerza global de la
que no podamos salir nunca más.
MALDITO HIJO DE PERRA
https://acratasnet.wordpress.com/2024/12/27/la-agenda-al-desnudo/
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